De vuelta por esa zona, nos extrañó la excitación de los paseantes que miraban al mar asombrados. No tardamos en descubrir entre las olas, muy próximos a la orilla, un grupo de delfines nadando con sus aletas emergiendo sobre el agua y saltando con la gracia y agilidad que les caracteriza.
- ¡Delfines!, grité a Charo señalando esos mamíferos acuáticos tan bellos entre las olas, bajo una nube de gaviotas.
Conmovidos permanecimos un rato observando sus evoluciones tan cerca de nosotros que invitaban a saltar al agua y unirnos a ellos. Un pescador, al ver la gente pasmada ante el espectáculo, se acercó ala playa y cogiendo uno de los peces muertos en la orilla lo lanzó hacia el grupo. Enseguida un delfín se aproximó y, con un salto majestuoso, se sumergió en busca del bocado que le ofrecían. Entonces comprendí. Los peces de la orilla eran capturas arrojadas allí por los pescadores ya por ser muy pequeñas, o de especies sin interés o por que se les hubieran escapado al descargar las redes... Y los delfines (y las numerosas gaviotas) se apostaban a la espera de conseguir con comodidad y abundancia una comida regalada.
Tras unos minutos, el grupo de delfines, se internó de nuevo en alta mar. Desilusionados por no poder disfrutar más de su presencia, continuamos nuestro paseo. Bien es cierto que un delfín invita al optimismo.
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