viernes, 10 de agosto de 2018

Crónicas del verano: Ohtels


"Ohtels Islantilla", evidentemente el establecimiento busca diferenciarse con una provocación disortográfica. Ese viaje de la "h" a una posición intercalada sorprende al turista y activa el corrector ortográfico de mi tablet. Este hotel-ohtel, junto a la raya que separa Isla Cristina de Lepe, en Huelva, será mi alojamiento de una semana, en las vacaciones este año. En esta ocasión en la modalidad "todo incluido" lo que nos hará de algún modo pasar los siete días anclado a sus instalaciones.


El viaje, proyectado a última hora, hubo que hacerlo en mi viejo Peugot 206. El vehículo se acerca ya a los 300.000 km y Charo no cesa de insistir en que tengo que comprar uno nuevo, que este ya no va bien y que nos dejará tirados en cualquier momento. Lo dice ella, que tiene un golf, pero que ya nos ha dejado tirados dos veces y que, en estos días, lo tiene inutilizado por problemas en el embrague. El caso es que tuvimos que recurrir a mi desahuciado utilitario que es el que, en definitiva, nos va a sacar del apuro. Pero el coche presenta un par de problemas: no dispondremos de aire acondicionado (si lo activo se enciende la luz de avería inmediatamente, y esta se activará de todos modos en cuanto el motor se caliente un poco).  Así que, para evitar  las horas de calor planeamos salir pronto, hacia las 6:30.

Pese a poner el despertador a las 6:00 y tener todo preparado la salida se demoró hasta las 7:15. Eso nos hizo coincidir con la hora punta en el tráfico hacia Madrid y llegar a Sevilla hacia la una, en las horas de más calor. La temperatura ambiente resultaba agradable hasta las 10:00, gracias al aire acondicionado (es decir "a condición de que se abran las ventanillas") pero después el coche se convirtió en un infierno. Al paso por Mérida el termómetro del coche marcaba 41 grados y llegados a la capital hispalense 43. Podíamos ver a través de nuestras ventanilla bajadas la cara de sorpresa de los conductores en Sevilla cuando, refugiados en la frescura de su aire acondicionado tras los cristales, nos adelantaban por la autopista y se percataban de la machada de viajar en contacto con el aire abrasador: Nosotros sacábamos el brazo y derivábamos con la palma cálidas corrientes de aire hacia el interior que aire que, si no frescas, por los menos agitaban el aire abrasador acumulado dentro. A mí, como conductor, me tocó el sol de costado y acabé luciendo un contrastado moreno "camionero" al llegar a nuestro destino.  Con todo el principal problema nos surgió cuando, en el sobre esfuerzo de adelantar en una cuesta se encendió el piloto de avería. La consigna del manual es "parar inmediatamente y avisar al taller" pero decidí hacer 500 km más con la lucecita pinchando mi conciencia de conductor como espina de la culpa.  En realidad la cosa no era para tanto: debido a un problema que nunca me supieron solucionar en múltiples talleres y concesionarios el ordenador de a bordo detectaba una avería fantasma, así que proseguí sin preocuparme demasiado (ya tenía suficiente ocupación con tranquilizar a mi pareja y desmontar sus imperiosos argumentos para que cambiara de coche nada más volver). La incómoda consecuencia del problema es que el hardware del ordenador del coche está diseñado para disminuir en estos casos la potencia del motor y así protegerlo en caso de avería.  Esto hacía que no pudiera pasar de 120 km/h en llano y tener que  bajar hasta 50 km/h en las cuestas. Pasé el resto del viaje siendo adelantado por los camiones en cada cuesta arriba y recuperando esa distancia cuesta abajo en donde podía alcanzar 140 m/h sin problemas. De los camiones con que alternaba llegué a familiarizarme incluso con el perfil de los conductores.

El caso es que entre protestas y sofocos llegamos al hotel. El GPS nos indicó correctamente la ruta hasta la misma puerta en la calle Río Frío (ese nombre, con 43 grados a las dos de la tarde, tenía  un toque de recochineo). Un inmediato arrepentimiento embargó nuestro ánimo: ¿Por qué habíamos decidido venir a freírnos en semejante sartén en medio de la dramática ola de calor que asolaba España? ¡Cuánto mejor estaríamos en el norte, disfrutando de las frescura de los bosques asturianos y el desahogo de sus playas!


Gestionamos el ingreso en recepción y, mientras Charo subía el equipaje a la habitación, yo di un par de vueltas  por los alrededores buscando aparcamiento. No era fácil encontrarlo, pero finalmente di con una plaza algo alejada, pero con sombra la mayor parte del día. No movimos el vehículo en toda la semana: era un lujo que no tuviera que achicharrarse en las largas avenidas expuestas al furor del astro rey. 

Para la enormidad del hall y de los patios interiores, las habitaciones me parecieron pequeñas. Está claro que se buscaba más impresionar con la vista "Oh! tels, con exclamación admirativa" que proporcionar  un descanso desahogado. ¡Por lo menos el aire acondicionado funcionaba! Deshicimos maletas  y montamos nuestro particular campamento en la suite. Pasé unos minutos buscando un enchufe para mi CPAP (debido a mi apnea necesito dormir con estas bombas de aire) pero ¡solo había uno en toda la habitación disponible y tan lejos como el lavabo! Bajé rápidamente a recepción donde me proporcionaron un alargador previo depósito de 5 euros (ya de paso les hice incluir en el lote una base múltiple si no, no sé como cargaríamos los móviles, las tablets y ebook...)    

Y, enseguida ¡a comer! Aquella fue la primera comida "buffet". Nos sirvió para ir cogiendo el tranquillo: mejores mesas, platos más interesantes, bebidas que merecían la pena... Luego una siesta refrigerada (la necesitábamos) y por último una visita a la piscina previa cuidadosa búsqueda de hamacas a la sombra. Con el implacable sol de la tarde comenzamos a usar intensamente la pulserita azul que nos pusieron a modo de esposas para verificar nuestra modalidad de "todo pagado". Al principio parece que te "vas a comer el mundo" con ella. Luego uno se modera y la usa con justeza. Pero eso después de cierta compulsión inicial en la que acabas con dolor de cabeza por esa especia de "barra libre" que no quieres desaprovechar. 

Esa noche, tras un café y la copa de rigor, nos acostamos. El día había sido duro.  



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