viernes, 19 de enero de 2024

Teta de hada


Estas Navidades saltó la polémica por un anodino detalle en la iluminación navideña del pueblo de Tordesillas. Resulta que la representación de estos seres fabulosos incluían las tetas. ¡Vaya por Dios, niño! ¡Qué escándalo! ¡El recién nacido se va a escandalizar por contemplar un pezón al natural! ¡Mejor sería un esquemático Toro de la Vega, con sus lanzas en abanico!

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No es que "sin tetas no haya paraíso" (lo hay, de otra manera...) ni que el sexo de los ángeles sea muy importante (que no lo es); símplemente es que la imagen de las hadas (criaturas fascinantes y hermosísimas, mágicos seres tan ligados a la naturaleza del bosque) no pierde un ápice de pureza si muestra un atributo tan bello y natural  y sí ganarían en fealdad, en amorfa ambigüedad, al convertirlas en quimeras desexualizadas.

Admito que, para iluminar la Navidad, para crear ambiente navideño a base de leds, no son necesarios la mayoría de iconos que nos alumbran desmesuradamente en las calles desde las alturas. No son precisos paracaídas con regalos, bolas de colores, renos... hadas, tampoco. Ni falta que hacen. Tan solo una leve asociación con la fantasía y la infancia le conceden audiencia en este juicio. Y si de fantasía e infantes se trata, la contemplación de una teta es muy apropiada que, aparte de posibles significados freudianos, tiene más que ver con la función de nutrición que con la reproducción de la especie (a su edad, no en la edad adulta, claro).    

Así que, personalmente, me muestro partidario de que las hadas muestren sus senos, esos apéndices tan bellos y bien colocados. Que no las operen de apendicitis, por favor...

viernes, 5 de enero de 2024

Queridos Sabios de Oriente: ¡No quiero saber!


Mis útiles y populares Sabios Magos de Oriente: Prefiero no saber mucho de vosotros. 


Prefiero ignorar que érais Magos y no Reyes (saber que os llamaban "sabios" y que vuestros saberes resultaban "mágicos" para el común de los mortales).

Quiero desconocer que el motivo de vuestro viaje iniciático a Belén obedecía a un afán de conocimiento, a una búsqueda de respuestas; que era, en fin, un viaje científico. Prefiero ignorar que Melchor, Gaspar y Baltasar (nombres supuestos inventados en la Edad Media) eran en realidad "steleros" (astrólogos) y que su viaje podríamos interpretarlo en la actualidad como una búsqueda de explicación a un fenómeno OVNI (hoy llamado FANI: "Fenómeno Anómalo No Identificado") aparecido en los cielos de la región en forma de estrella errante. Muy poco de "magos" y mucho de sesudos estudiosos, de aburridos lectores y aplicados amanuenses que investigaban y confeccionaban largos catálogos de estrellas de la esfera celeste, quizá desde enormes zigurats en la antigua Persia. 

¿Os enfadaréis si digo que prefiero la profesión de Rey a la de Sabio? Me resulta mucho más interesante el lujo y el esplendor de la majestad que la desnudez de la ciencia y la filosofía. Soy decididamente monárquico, me fascina la realeza. La sabiduría no es nada divertida. Nuestra Santa Madre Iglesia contribuye con estas leyendas a legitimar la monarquía y lo hace a sabiendas. Nadie quiere unos Reyes Magos republicanos. La Religión Católica nos programa para ser súbditos y así somos más felices. Lo proclama en sus relatos bíblicos. "¡El Rey de los Cielos! ¡Los Reyes magos! ¡El buen Rey David! ¡Tú lo has dicho, yo soy rey...!". Tenemos la Biblia trufada de realezas.

Prescindo de investigar, de leer, sobre vuestra biografía. Cuando cito vuestra historia lo suelo hacer con apresurados emojis y flashes entrecortados de majestades coronadas, cubiertas de joyas y montadas en camellos ricamente enjaezados que se recortan contra la luz de la luna de los desiertos. Suelen representaros con bellas siluetas de caravanas en noches estrelladas, pulidos palacios de Herodes, cuidados portales de Belén... todo con filtros fotográficos que realzan iluminaciones nocturnas en contraluces y cálidos dorados. No pienso acercarme al Nuevo Testamento (no me interesan testimonios de nadie, ni nuevos ni viejos) para beber en las fuentes bíblicas o, al menos, en las crónicas de la cristiandad, en sus evangelios apócrifos, en los cuentos navideños, en las tradiciones fabulosas trufadas de leyendas y mitos fascinantes...

Me importa un bledo la filosofía que impregna esta tradición de la que sois protagonistas: La cantinela de que se trata de compensar a los más desfavorecidos, de atender a los más pequeños e indefensos de la tribu, de montar un sofisticado juego infantil repleto de fantasía que nos compense de afrontar un futuro valle de lágrimas que sin duda nos espera haciéndolo con algunas sonrisas; la gratificación a los padres por la alegría que nos producen los niños (esa sonrisa social de nuestros retoños tan complaciente para los progenitores de nuestra especie)... ¡Paparruchas! ¡Lo práctico es tener a nuestros hijos bien contentos! Que se entretengan con este cuento y no se les ocurra plantearse ninguna duda sobre el principio de autoridad. Lo mejor es anestesiar su espíritu crítico. De eso se trata. 

No quiero saber nada de la simbología de los regalos que nos traéis: ¿El oro por ser rey? ¿El incienso por ser Dios? ¿La mirra por ser, pese a lo anterior, efímero y mortal? ¡Pues vaya: el oro es un frío metal que, seguro, dejó helado al niño; la mirra era tan embriagadora que sin duda lo predispuso a la droga y el incienso produce un humo espeso difícil de respirar! Estoy seguro de que, al día siguiente, José acudió al usurero de Belén para cambiarlos por unos denarios, algo mucho más prosaico.

No me vengáis con la monserga de que lo que realmente haría ilusión a un bebé recién nacido sería un corderillo, un pajarito, una canción, un repertorio de cucamonas... ¿Es que no pensáis gastaros nada? ¡Cómo se puede ser tan mezquino! Hay que tener cuajo, bajeza moral, para exponer estos pensamientos... Si es que hay personas con una cara tan dura que son inmunes al señalamiento: ¿Pero qué dice el gruñón ese? ¡Por qué se empeña en mostrarse tan poco cariñoso! ¡Cómo es que no sucumbe a la carita de felicidad que ponen nuestros pequeños angelitos ante los regalos...!

Me niego a enfrentar la razón con mi fantasía. No prestaré atención a los informes de logística que os desautorizan. Abomino de la incompatibilidad estadística del cuento: ¿Cuántos kilómetros de papel habéis tenido que leer en forma de cartas? ¿Cuántos miles de millones de casas recorréis en una noche? ¿Cuántos hectómetros de anís os tomáis entre tantas casas visitadas? Reniego de toda lógica ante la epifanía: ¿Cómo suben los camellos por las escaleras de mi casa? ¿Cómo pueden ser tan ubicuos para estar en millones de casas al mismo tiempo? ¿Dónde almacenáis tantos juguetes? ¿Cuál es vuestro servicio de información para conocer los secretos del buen o mal comportamiento de nuestros hijos, cuáles vuestros espías..? ¿De dónde sale la legión de pajes en las Cabalgatas que reparten lluvias de caramelos y que son el gozo de dentistas y la pesadilla de los dietistas?

Abjuro de vuestros intentos de racionalizar su magia. Os contesto con mi razón irrebatible: "¡Es que son magos!". Y no me vengáis con que la historia de la magia (que la hace aburrida una vez descubierto su truco) es todo un tratado científico, con leyes y efectos mecánicos y químicos de lo más científico. No, estos son magos milagreros de magia inexplicable; son seres sobrenaturales. Abomino del instinto de mi especie por conocer. Reniego de la curiosidad (ese estúpido pensar del que estamos dotados como especie). Por eso acusaré de mentiroso y de faltar a la verdad al mentor que reviente la parodia, que desvele la infamia.

Desprecio las escandaleras de los psicólogos, sus preocupaciones por esos asaltos descarados a la intimidad de los críos, esa violación de su privacidad. Tolero ese gran hermano que es capaz de espiar el fondo de su alma para conocer sus íntimos secretos, sus inconfesos pecados. ¡Os acusan, incluso, de que han de firmar promesas de inocencia o sentidas confesiones de culpabilidad en sus cartas! ¡Qué barbaridad! 

No me vengáis con paparruchas como que Jesús recibió los regalos al nacer y, por tanto, sólo deberían hacerse una vez en la vida; o que, además, se hizo en una única fecha (no todos los años y en varias fechas como Navidad, Año Nuevo, Reyes, el cumple, el santo...)

Me faltáis al respeto cuando consideráis que el cortar un hermoso pino para Navidad es una aberración. Me venís con la zarandaja de que es una tradición que va contra la ecología. Es irritante vuestra insistencia en respetar tradiciones como limpiar y cepillar zapatos (no me vengáis con la moralina de que es un premio por compartir, por donar los viejos zapatos, previamente embetunados y lustrosos, a un niño Jesús descalzo y pobre... ¿Cómo podríais fijaros en unos zapatos tan viejos, vosotros acostumbrados a vuestros escarpines dorados?)

Me duele en el alma que consideréis injusta nuestra consumista celebración de la epifanía. Argumentáis que los niños pobres y buenos extraen una dolorosa lección al comparar sus escasos y baratos juguetes con la constelación de caras preciosidades que regalan a otros niños de los que conocen bien su maldad y que, por añadidura, saben bien de su riqueza... ¡Tonterías! Sus cabecitas infantiles no pueden considerar la lógica y la ética. No se malearán por ello. Viven en la inocencia, pobrecitos...

Me da lo mismo que os transfiguréis en San Nicolás, en un rechoncho Papá Noél o en un simpático Viejito Pascuero... Yo lo que quiero son mis regalos. Lo decía de niño y hoy digo que quiero regalar. Me importa un comino si existís o no. Pero si, por alguna razonada decisión, decidís desaparecer de la escenografía navideña: os inventaré sin pudor.

Criticáis que estas historias son un cuento... Pero los atiborráis de cuentos otras veces y no pasa nada... No os escuséis en que los niños saben diferenciar claramente la fabulación de la realidad; pero que en el caso de los Reyes les obligamos a comulgar con ruedas de molino... Es lo mismo; fantasías parecidas. Da igual una bruja, un ogro o un Rey Melchor... ¡Se lo creen todo! ¿Porqué no plantearles un cuento en el que son los personajes y además reciben regalos a tutiplen? ¿Por qué evitar la decepción de la verdad, esa que les hará replantearse la honradez paterna, la confianza en sus familiares y su propia autoestima, al descubrir que fue engañado miserablemente?

Os la dais de puros, vais de dignos al reclamar una felicidad infantil fundamentada sobre todo en el cariño, esa que se produce cuando se sienten arropados bajo el abrigo de la familia; cuando dudáis de la necesidad de crear sobre expectativas a nuestros pequeños... Mentís cuando afirmáis que son felices con los juegos sencillos (baratos), aprendiendo cuando juegan con cualquier cosa, explorando el mundo que les rodea y cooperando con el adulto a modo de juego... ¿Cómo os atrevéis a negarles la fascinación del consumo? ¿Cómo consideráis apagar en sus cabezas la brillante iluminación de Cortilandia? Llegáis al colmo cuando fantaseáis con que fue un comercial del Corte Inglés, que logró viajar en el tiempo al año 0 y vio la llegada de sus majestades y las ofrendas en el portal el que concibió la idea y montó la parafernalia de los regalos y los envoltorios...

Yo, lo reconozco, no soy ingenuo. En realidad sé que los reyes, los Reyes de la Casa, son nuestros hijos. Ellos son las majestades a quién adoramos y regalamos (y no con símbolos precisamente). Y los pródigos padres, tíos y abuelos nos convertimos cada año en explotados pajes que trabajan a destajo para comprar más y más regalos... En mi familia, como en muchas otras, se establece cruda competencia por el regalar.Tras las exclamaciones de los críos ante el desfile de juguetes que por atraviesan las pantallas de la TV con sus reiterados "Me lo pido", "Me lo pido..." aparecen después las exclamaciones de los familiares en competencia: "Eso lo pido para regalarlo yo", "Este lo reservo que lo traigan en mi casa", "Aquel dejádmelo comprárselo a mí..."

Y como a camello regalado no se le mira el diente (¿o sí? ¿O también nuestros retoños pondrán pegas al regalo gratis?) los niños se atiborrarán de regalos y, faltos de atención por el exceso de estímulos, arrinconarán la mayoría y desaprovecharán los más interesantes por saciación... Y los familiares, decepcionados, verán perderse entre el oropel de los envoltorios, su propia ilusión convertida en juguete despreciado... Y me dolerá.

Pero me abono a las cuatro primeras acepciones de verbo regalar: dar sin recibir, halagar, deleitar y proporcionar comodidades. La quinta, exponerse a un peligro o un riesgo, la dejo para los gruñones como vosotros. La mayoría ganamos por 4-1.