lunes, 25 de junio de 2018

Hay vida tras la muerte en la redes sociales

Ya no tengo facebook. El twitter ni lo miro. De Google+ no quiero saber nada...


Empecé a reflexionar seriamente sobre mi intimidad sometida a la intemperie cuando se publicó la noticia del robo de datos de la empresa Cambridge Analytica al portal social Facebook desarrollado por Mark Zuckerberg. Que los bjetivos declarados de la empresa fueran "crear herramientas que pudieran identificar las personalidades de los votantes estadounidenses e influir en su comportamiento" y que necesitaran "datos" para alcanzarlos, demuestra que actuaron como un caballo de Troya sobre la red para fagocitar su apetecible informaciónPoco a poco, vamos descubriendo más sombras en el funcionamiento del portal. Un potente entramado ruso a base de perfiles falsos y robots ha actuado sobre la red para manipular noticias, crear tendencias, influir en los usuarios... Parece seguro que han resultado determinantes en asuntos transcendentales de varios países; por ejemplo la decisión de muchos habitantes del Reino Unido sobre el Brexit. También han resultado decisivos a la hora de conseguir votos para alzar a Trump hasta la presidencia en EE UU. Eso sin contar la intolerable intromisión desde las redes en el desarrollo de todos los acontecimientos relativos a la pretendida independencia de Cataluña.

Asombra constatar que facebook tenía registrados 2.167 millones de usuarios activos en el mes de enero de 2018 ¡Casi la tercera parte de toda la población del planeta! Resulta mareante enterarse de que maneja más de 50.000 servidores y preocupa mucho que las principales agencias de seguridad vigilen los perfiles y relaciones sociales de millones de usuarios a través de ese portal. Mosquea que la red se esfuerce en adquirir cada día aplicaciones y sitios sociales (Instagram, Whatsapp, Messenger...). Parece como si pretendiera convertirse en el Gran Hermano de la Humanidad.

Es probable (como fue mi caso) que usted no haya leído claramente las condiciones de uso de este sitiol, pero le aseguro que cuando cliqueó "aceptar" vendió su alma al diablo: 
“Usted le otorga a Facebook el derecho irrevocable, perpetuo, no exclusivo, transferible y mundial (con la autorización de acordar una licencia secundaria) de utilizar, copiar, publicar, difundir, almacenar, ejecutar, transmitir, escanear, modificar, editar, traducir, adaptar, redistribuir cualquier contenido depositado en el portal”.
Facebook. Licencia y términos de uso.
Es decir, usted concede al portal la propiedad exclusiva y perpetua de toda la información e imágenes que agregue a ella. Ni aunque te des de baja, recuperarás jamás la propiedad y el control sobre tus contenidos. 

Precisamente hace un mes solicité la "baja definitiva" en Facebook; un proceso laberíntico y continuamente salpicado de botones de vuelta atrás. Incluso se fija un plazo de un par de semanas para que sea efectiva e irreversible (con todo; tus datos permanecerán allí, almacenados en sus servidores, aunque afirmen lo contrario: ¿quién puede verificarlo?). Antes de completar mi baja, pedí una copia de los contenidos almacenados en mi cuenta. La cantidad de datos que había cargado allí es asombrosa: el archivo pesaba 161 MB  (habría que hablar también aquí sobre Google, que posee datos relativos a mi persona del asombroso tamaño de 12 GB). Ahora ya no figuro en facebook. Mis antiguos "amigos" de la red no me han echado mucho de menos (la mayoría ni se enteró) lo que lastima un poco mi estima y muestra la realista medida de mi popularidad. Pero, castigo a mi narcisismo aparte, estoy la mar de a gusto.

No está de más citar ahora una opinión antigua, vintage quizá. Nada menos que de 1859 cuando no había aún televisión ni teléfono. En aquel entonces John Stuart Mill, en su ensayo "Sobre la Libertad" exponía lo siguiente:

"...Por eso no basta la protección contra la tiranía del magistrado. Se necesita también la protección contra la tiranía de la opinión y sentimiento prevalecientes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos de las penas civiles, sus propias ideas y prácticas como reglas de conducta a aquellos que disientan de ellas; a ahogar el desenvolvimiento, a impedir la formación de individualidades originales y a obligar a todos los caracteres a moldearse sobre el suyo propio”
Esta imposición de la tiranía social, ya vislumbrada hace casi dos siglos, dispone actualmente de unas herramientas de control fabulosas. Gracias a los modernos medios de comunicación y de relaciones sociales digitales estamos expuestos al adoctrinamiento masivo, indefensos ante la intimidación, ignorantes ante el oráculo virtual que se comporta como un Dios omnisciente que relaja nuestro sentido crítico apoderanose de nuestra confianza ciega.

Todos estos fenómenos, se sabe, están manipulados. Se sabe de la existencia de bots (programas robóticos que simulan ser personas e inundan la red intoxicando con noticias falsas y opiniones sesgadas)Hay países que los usan sin escrúpulos, hay partidos que los emplean descaradamente para manipular tendencias y opiniones. Las masas, al fin y al cabo, como muy bien sabía Goebels son acríticas y borreguiles. Nos estamos convirtiendo en una sociedad engañada, opresora, linchadora y tiránica.

Si reflexionamos, resulta tan estúpido nuestro comportamiento en las redes que, visto desde una perspectiva externa a ellas nos resulta ridícula.


Así que digo adios a mis perfiles sociales en los gigantescos portales donde parece cobijarse la humanidad y busca un poco de intimidad e independencia en mi guarida de escritor donde, al menos, seré yo el que quite y ponga, el que opine y razone, el que te llame de verdad "amigo" cuando vengas a visitarme. Mi saludo no será un golpe de clic, mi complejo estado de ánimo será explicado convenientemente en un comentario y no te abrumaré con selfies y poses forzadas. Si quieres saber de mí, ya sabes donde estoy: en mi guarida, lejos del salón social de Facebook.