martes, 15 de septiembre de 2020

Carta para el pequeño Pedro.

 


Soy su tío abuelo, pero apenas me conoce. No hemos podido vernos y abrazarnos; el coronavirus levantó un muro invisible entre él y yo. Por otra parte yo soy tan tímido que incluso sin obstáculos no sabría acercarme y mostrarle mi afecto. No fui educado para ello y, pese a lo sencillo que es, lo sé; ahora no encuentro la manera.

El entusiasmo cunde entre la familia. Se activa en sus miembros toda la paleta de sensaciones: Desde los ojos que te ven como "el más guapo el mundo", hasta un la exageración gustativa "Me lo como", a  la alusión disparatada a maravillas olfativas "Las cacas de mi nieto no huelen mal", pasando por las caricias en la piel: "!Quiero achucharlo!" o la babas que cuelgan de los labios ante tus balbuceos...

Todos le festejan, todos le idolatran. Es el nuevo Príncipe del reino familiar. Acapara día y noche la popularidad y el interés.Todos son mimos y regalos para el  recién nacido. Todo caricias y sonrisas. Monopoliza la presencia de los familiares ociosos: madre, tías y sobrinos todo el día  a tu alrededor. Y, los que no pueden estar todo el tiempo a tu lado, reclaman noticias e imágenes suyas constantemente. Es ya un popular influencer a sus pocos días.  Son cientos las imágenes, los videos, los partes diarios...  Eclipsa, sin proponértelo, al resto de la familia: solo existirá él durante unos años... Después empezará  un nuevo capítulo en su biografía que se titulará: El Príncipe destronado.

Me comparo contigo, Pedro, en la medida de lo que sé de mi infancia. Mi madre con grandes estrecheces económicas, ayudando en las tareas agrícolas en el pueblo; con mi padre trabajando en una provincia lejana; con una humilde cuna de mimbre, con un chupete de bote y tetilla; sin pañales desechables, sin bañerita... Con vestiditos echos por mi propia madre, sin pijamitas, ni manta de actividades, sin cochecito... Con mi ropilla usada, de tercera o cuarta mano, lavada mil veces en el río y el lavadero del pueblo... Mi madre enjuta, mal alimentada, sin sacaleches, ni medicinas, sin pediatra en muchos kilómetros... 

Sorprendido por el efecto que causas, por el enorme poder de seducción que despliegas a tus pocos meses, me quedo fascinado ante el baño de caricias, de atenciones y regalos que se despliega. Entiendo las caricias, Comparto las atenciones (aunque pienso que algunas sobras y obedecen más a propias gratificaciones de quienes las realizan). Comprendo los regalos... pero este asunto se desbordó hace tiempo. Le han comprado ya tantas cosas que, si esto sigue así, el mundo pronto no podrá satisfacer sus necesidades, tanto ha consumido, tanto ha estrenado...  Es muy posible que, después de esto, no entienda que algo se le niegue y exigirá más y más; y lo hará desde el convencimiento de que se le debe. 

Yo, que no soy mucho de regalar "cosas" también quiero hacerle mis regalos. Extraños regalos para muchos, pero importantes, os aseguro. A veces resultarán incomprensibles, incluso frustrantes en ocasiones; pero espero que algún día Pedrito sabrá apreciarlos. 


Carta a Pedrito.

Pedro, recién nacido; Pedro chiquitín:

Aunque en tu casa no caben más regalos, pese a que lo tienes aparentemente todo y tienes a todos; bien que ningún objeto te falta y tu colección de complementos infantiles está completa, yo te quiero regalar...

Te regalaré silencio allí donde la algarabía aturde tu percepción sensible, apenas estrenada.

Te regalaré distancia cuando se agolpen ante ti las famas insaciables; el ejército de protagonistas que exigen su papel y su foto.

Te regalaré sonrisas donde la risa y la carcajada resuenan ya como una tormenta.

Te regalaré paciencia para sobrevivir a los agobios, a la apremiante prisa por crecer.

Velaré tu sueño cuando, agotado, te venza el cansancio y las exigencias de la gente a la que has de agradar.

Te regalaré un claro de luz en la cerrada selva de los afectos, una ventana hasta el cielo para respirar.

Te regalaré el  mar cuando te arrastren al páramo reseco, al país de los olivos polvorientos y de las aguas duras.

Te regalaré la tristeza cuando haga falta, te daré a probar el ácido sabor de la libertad. 
Yo te regalaré respeto y también te lo exigiré. 
Te brindaré  una pequeña porción de sabiduría, la poca que he conseguido reunir. 
Te ofreceré dolorosos dones: la enojosa justicia, la costosa libertad, la hermosa tristeza...

Construiré para ti un juguete inesperado, irrepetible; y cuando juegues, nadie te impondrá reglas, ni exigirá normas: serás tú quién las cree.   

Te pagaré un viaje  hacia las estrellas, una aventura hacia lo desconocido.  
Heredarás una canción, te la cantaré en la cuna cuando nadie nos oiga. 
Te dedicaré un libro y leeré contigo las primeras páginas para luego, cuando ya sepas leer, dejarlo en tus manos y que seas tú mismo el que descubra su magia.

Te escribiré un poema, uno que nadie más leerá; porque solo tú tendrás las claves par descifrar sus secretos y encontrar su oculta belleza. 

Y, algún día, te ofreceré mi partida y te regalaré mi ausencia. No dejaré que mi presencia te asfixie. Y entonces, te quedará el inmaterial legado de mis recuerdos.