lunes, 15 de abril de 2024

Si me olvidara de ti, Jerusalem...

Si me olvidara de ti, Jerusalén,

que pierda la destreza mi mano derecha,

que mi lengua se pegue al paladar

si de tí no me acordara,

si no glorificara a Jerusalén

como principal fuente de mi alegría...

(Adaptación libre del salmo 137:5-6, Reina-VaLERA 1960)


El salmo 137 se denomina "El lamento de los cautivos". Transcribo el texto completo tomado de la Biblia de Las Américas:
   
1 Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos y llorábamos,
al acordarnos de Sion.
2 Sobre los sauces en medio de ella
colgamos nuestras arpas.
3 Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones,
y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos alguno de los cánticos de Sion.
4 ¿Cómo cantaremos la canción del Señor
en tierra extraña?
5 Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
6 Péguese mi lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no enaltezco a Jerusalén
sobre mi supremo gozo.
7 Recuerda, Oh Señor, contra los hijos de Edom
el día de Jerusalén,
quienes dijeron: ¡Arrasadla, arrasadla
hasta sus cimientos!
8 ¡Oh hija de Babilonia, la devastada,
bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
9 ¡Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños
contra la peña!

(Las citas están tomadas de La Biblia de las Américas .1986, 1995, 1997)



Francisco Palazón Martínez escribió una preciosa adaptación de este álbum hacia 1979.






Recuerdo muy bien este salmo. Lo cantábamos (así lo recuerdo; pero no estoy demasiado seguro) con nuestras voces adolescentes en el ISPE de Salamanca, cuando nos formábamos en el postulantado para ser futuros hermanos maristas. Hablo de los años 1977-78; Entonces lo cantábamos con esta melodía compuesta por el compositor Francisco Palazón(Curiosamente he buscado las reseñas de este músico y el tema no aparece en su discografía hasta algunos años más tarde). Es curiosa la memoria musical; con una hipoacusia neurosensorial moderada (es decir desafino vergonzosamente en los karaokes) aún la canto con solvencia, ¡Y han pasado 45 años! Quizá se tratara de una primicia ofrecida a nuestro postulantado (Los maristas eran una entidad religiosa importante; y de hecho tuve la oportunidad de asistir a un concierto exclusivo de Ricardo Cantalapiedra en nuestro salón de actos hacia el año 1978).

Esta introducción me lleva a contarte el porqué de este rescate, sin venir a cuento aparentemente, de mis registros olvidados en aquellos tiempos de luces y sombras (como diría mi antiguo amigo y escritor gallego Xoan Ramiro Cuba). El aldabonazo a la memoria lo ha dado la ocupación israelí de Palestina que ya va para seis meses y con más de 30.000 muertos, muchos de ellos niños.
¡Como no acordarse de aquella terrible frase del salmo 137 (136, según otra contabilidad):

"Bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
¡Bienaventurado será el que tome tus pequeños
y los estrelle contra la peña!


Porque la destrucción, el pago contra quienes les han hecho daño (y contra muchos otros inocentes que no tienen nada que ver) ha sido devuelto con creces. Muchos niños palestinos han sido masacrados: bombardeados, abocados a la orfandad, desalojados de sus casas, abandonados su suerte, expuestos cruelmente a infecciones y enfermedades, muertos de hambre...

Yahvé, el Dios de los bombardeos y el fuego sobre "sus enemigos", ha demostrado ser el viejo Dios vengativo de la Biblia; aquel que
en el salmo 110 (109) proclama:


4 El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

5 El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes;

6 dará sentencia contra los pueblos,
amontonará cadáveres,
quebrantará cráneos
sobre la ancha tierra.


Desde pequeño me pareció aterrador este Dios vengador que asume la ira del "pueblo elegido" aceptando ser instrumento de la cólera indiscriminada de los agraviados. Decidme, judíos, que, en vuestra exclusiva nostalgia, añoráis el idílico Jerusalem de vuestros padres: ¿En qué os diferenciáis ahora de los nazis que os exterminaban, de las facciones palestinas que os atacaron con crueldad? ¿Quiénes son ahora los terneros llevados al matadero de vuestra preciosa canción "Dona, dona"? ¿Quién es ahora el pequeño David que se enfrenta al poderoso Goliat?


Los niños palestinos,
en sus tiendas de campaña en Rafha,
esperando el asalto israelí,
se sentaron a llorar...


Los fascinantes Insectos


Ahora que las abejas están desapareciendo del planeta deberíamos reflexionar sobre la extraordinaria importancia de los insectos en el ecosistema. Esos pensamientos nos provocarán una incómoda preocupación. Es un clásico citar la famosa frase, atribuida al genio de Albert Einstein, que nos advierte de que "Si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, a la humanidad le quedarían cuatro años de existencia, ya que los cultivos de alimentos no tendrían quien los polinizara". 

Pero, aliviando un poco el peso de la trascendencia, también los insectos nos ofrecen otras perspectivas fascinantes. Recuerdo haber leído hace tiempo la curiosa historia de cómo unos niños rusos habían utilizado las cucarachas para falsificar sus boletines de notas. (Hoy en día obtendrían resultados dudosos incluso con la milagrosa goma de goma de photoshop). Aquellas brillantes mentes infantiles habían ideado capturar cucarachas, someterlas a un ayuno de semanas y después colocarlas en una caja cerrada con el boletín en el que habían repasado con un palillo impregnado de mermelada sus insuficientes. Los hambrientos insectos se abalanzaban sobre la melaza para devorarla. Tal era el hambre y la glotonería que manifestaban que, una vez acabada la confitura seguían mordisqueando con sus diminutas mandíbulas el papel produciendo un fino lijado de su superficie. La tinta, así, desaparecía y no se notaba. Solo quedaba rellenar con sobresalientes y papá y mamá se sentirían muy satisfechos.  

Algo parecido, como procedimiento delictivo de mucha mayor gravedad, se ha aplicado a la estafa mediante la falsificación de documentos de pertenencia de tierras en Brasil. Existe una palabra en portugués que describe una práctica antigua utilizada por desaprensivos para falsificar documentos que certifiquen la titularidad de una tierra desde tiempo inmemorial. La palabra e "grilagem" y describe una práctica para envejecer el papel del documento consistente en poner el documento falsificado en una caja a la que arrojaban grillos ("grilo" en portugués). Al cabo de unas semanas el documento amarillea ba e incluso aparecía con diminutos agujeritos como si fuera un documento de siglos. que les permitía, de forma ilícita, legalizar su propiedad para desforestarla a placer. Este crimen ha determinado hasta hoy día la destrucción de gran parte de la biomasa en la mayor selva tropical del planeta.


Otra aplicación fascinante de los insectos la podemos descubrir en la película Apocalypto (2006; dirigida por Mel Gibson) cuando los protagonistas aplican sutura a una herida mediante las mandíbulas de hormigas gigantes (parece que en la película eran hormigas soldados de Hormiga Atta, aunque otros aseguran que se adaptan mucho mejor a este fin las mandíbulas de las Eciton soldado).
En algunas tribus de África y Sudamérica ha sido tradicional utilizar a las hormigas para coser heridas. Primero dejan que las hormigas muerdan los bordes de la herida cerrándola, después arrancan el cuerpo de la hormiga dejando solo la cabeza (las mandíbulas se quedan fijas) y por tanto la herida cerrada. Las heridas suturadas con las cabezas de las hormigas no infectan, pues en la boca de la hormiga hay antibioticos e antifungicos naturales.


Esta costumbre de algunas zonas de África, India y el sur de América, que utilizan las hormigas como grapas de sutura están documentadas desde el año 1000 a.C.
Las especies más comúnmente utilizadas son las hormigas soldado y también algunos tipos de escarabajo. Lo que suele hacerse es aprovechar las potentes mandíbulas de estos insectos para aproximar ambos bordes de la herida. Las colocan de forma que la hormiga muerda ambos bordes y al cerrar la mandíbula por un acto reflejo al arrancarles el resto del cuerpo. hace que estos se junten. Las mandíbulas mantienen su posición una vez decapitadas. La cabeza de la hormiga es posteriormente expulsada por el cuerpo cuando la herida está cerrada. 
Hay que tener en cuenta que muchas hormigas producen ácido fórmico, es un veneno que les sirve para defenderse, doloroso y urticante. Está presente también en las ortigas. Este ácido sería irritante pero las característica antibacterianas y fúngicas de las hormigas que laboran entre los hongos del suelo pueden compensar la irritación.

Otro curiosísima propiedad de los insectos (en este caso de las vulgares moscas) lo encontré en una historia contada por un superviviente de los campos de concentración en la II Guerra Mundial. Contaba, esta persona que internado en uno de los campos y preso de una grave infección en una herida, a punto de gangrenarse, recurrió al consejo de un médico judío. Este, carente de toda medicina en el campo, le aconsejó acercarse a las infectas letrinas del campo con la herida descubierta y expuesta a las moscas. Debía dejar que se posaran sobre ella y pusieran sus huevos sobre la carne en descomposición que las atraía sobre manera. 
El propósito es que  las moscas desovaran entre la carne corrompida y, posteriormente, las larvas que se alimentan de materia en putrefacción limpiaran la herida al alimentarse de la misma. Esto salvó su vida y la de muchos prisioneros y es una sorprendente demostración de las maravillosas cualidades de los insectos.

No voy a extenderme más sobre las aplicaciones prácticas que los insectos pueden  aportar al hombre. Hay un amplio horizonte por descubrir en este campo.  Hoy en día, la capacidad de orientarse por luz polarizada de las abejas, la vista infrarroja de las garrapatas que te persiguen aunque, con sus ojos, no puedan verte (lo tengo comprobado por mí mismo, en un caso que resulté infectado), la referencia de la luna en el vuelo de las polillas (que las lleva, engañadas por su luz, a girar compulsivamente alrededor de las farolas), las características de la articulación neumática de las extremidades de las arañas (algo que se intenta aprovechar para construir diminutos robots) o la delicada ingeniería de sus telas... todo ello nos fascina y debe hacernos  comprender y respetar su importancia en nuestro ecosistema; es decir en nuestra vida.  


martes, 2 de abril de 2024

Una espada de Damocles de 40 toneladas.


Como al mítico Damocles, a los vecinos de la calle Cavanilles 25 y 27 se les quitaron las ganas de comer y disfrutar de la tranquilidad de sus viviendas en ese lugar de Madrid, cercano al parque del Retiro. Como aquel cortesano adulador de su rey, en la Siracusa del s. IV a.C., los ciudadanos miraron hacia arriba y repararon en la afilada grúa que se disponía a levantar sobre sus tejados, nueve plantas más arriba, una pesada pilotadora de 40 Tm. atada por cables de acero.

Con nocturnidad y alevosía Urbanitae (grupo que gestiona el proyecto y que se financia a través de una plataforma reuniendo dinero de inversores con promesas de alta rentabilidad) urgió a la empresa Grúas Aguilar para que, en la noche del 1 al 2 de marzo, instalara una grúa gigantesca ocuparía toda la calle y se montara en tiempo record.

La controversia entre los residentes y Urbanitae venía de lejos. La construcción de 4 pisos de aparcamientos subterráneos con capacidad para 218 plazas, despertaba oposición vecinal ya antes de esta intervención. Un vecino advertía de que hay acuíferos superficiales que serían desviados hacia los cimientos de los edificios por las obras. Además se trata de  viviendas bastante antiguas que van a sufrir las vibraciones de la pilotadora y desconfían de que (por mucho que lo nieguen los promotores) no afectarán a las estructuras.


De esta noticia encontrarás, amigo lector, numerosos artículos en la prensa local y nacional. No es mi intención ahondar más en estos aspectos que he resumido sucintamente. Quiero, más bien, compartir contigo los recuerdos que este suceso ha despertado en mi memoria. Son pequeñas y sabrosas experiencias de mi vida de juventud, cuando era maestro en el recién construído colegio público Nuestra Sra. Del Madroño (En la colonia Fontarrón de Vallecas) y estrenaba vida de recién casado viviendo en aquellas casas. Sí; yo fui vecino de Cabanilles 27 hace casi 40 años.


Fue al reconocer el nombre de la calle y ver las fotografías de la enormes grúa instalada al lado de los edificios que recordé la casa en alquiler que teníamos en Cabanillas 27. Me había mudado desde la cercana calle Abtao donde, en el par de años que precedieron a mi boda, había vivido en un pequeño y coqueto apartamento. El nuevo piso era más grande y barato; pero también más viejo. Conocí bien aquel patio de vecinos, que contemplaba cada día desde mis ventanas en el segundo piso que había alquilado. Muchas horas pasé observando aquel patio convertido en un solar abandonado y en el que los vecinos (que estábamos en el secreto de su existencia) encontrábamos un preciado lugar para dejar nuestros coches soslayando el pago por el escaso espacio de aparcamiento madrileño en las proximidades del cercano parque del Retiro.

Nuestras ventanas, con vistas al patio desde el segundo piso, recibían una luz mortecina, amortiguada por las altas paredes de los bloques contiguos con sus paredes de ladrillo cribadas de ventanas y terrazas en sus decena de pisos de altura. Miro las fotografías actuales y aún me parece reconocer el lugar en que, bajo nuestra vivienda, se encontraba el videoclub al que intentaron robar una noche forzando un ventanal que estaba bajo la ventana de nuestro dormitorio. Me resulta increíble hoy día que, con la hipoacusia que padezco actualmente, me despertara entonces el trajín de los dos cacos operando con un gato sobre los barrotes de la pequeña ventana trasera del establecimiento; algo de lo que Charo, mi mujer, ni se enteró. Recuerdo levantarme alarmado para contemplar asombrado desde la ventana como dos jóvenes ladrones, con sorprendente tranquilidad y sangre fría, intentaban separar los barrotes del ventanuco despreocupados de que el ruido despertara a la vecindad.
Recuerdo que les grité asombrado: "Pero ¿qué hacéis?" (como si no fuera evidente la respuesta). Ellos alzaron la vista y, sin inmutarse, recogieron el gato y se marcharon con gesto de fastidio hacia la entrada (un pasadizo a pie de calle, hoy cerrado, que daba acceso al patio y por el que actualmente no puede pasar la pilotadora necesaria para la obra).

Muchas tardes preparando clases o corrigiendo exámenes ante la ventana posaba mi mirada en aquel espacio encajonado entre ladrillo y hormigón. Buena parte de la vida vecinal transcurría ante mis ojos. En una ocasión me sobresalté al descubrir un mozalbete apoyado sobre el poyete de una ventana del bloque contiguo. Desde el segundo piso aquel niño encendía papeles de periódico y los arrojaba ardiendo sobre los vehículos aparcados. Espantado, anticipé las posibles consecuencias de su infantil imprudencia: coches con el capó descolorido, personas con la ropa chamuscada, incendio de algún vehículo aparcado al pie del muro... No faltaba combustible: había manchas de aceite en el suelo (antiguamente eran frecuentes las pérdidas de aceite en los coches), malas hierbas, basura... Alarmado, corrí hasta el portal correspondiente para, pulsando todas las teclas del telefonillo de los vecinos del segundo piso, averiguar donde vivía la criatura y avisar a sus padres. Al final acerté con la puerta de su vivienda y tras llamar al timbre un vecino me abrió (deduje, por la edad, que sería el abuelo de aquel  pirómano infantil). Le di cuenta de la situación y pareció recibir la noticia con apatía. Forzado por las circunstancias, se introdujo de nuevo en la vivienda para buscar a su nieto al que reprendió ante mí con indolencia. A mí, comprometido con la educación de los niños por profesión y convicción, me llevaban todos los demonios por aquella negligente actitud. Volví a casa con las orejas gachas; poco había faltado para que el abuelete me echara en cara ser un metomentodo y me despidiera con cajas destempladas dedicándome un ¡A usted qué le importa! Me acordé de aquel refrán africano que dice que "Hace falta una tribu entera para educar a un niño". Estoy seguro de que aquel buen señor de seguro apostillaría: "Mejor que les eduque el resto de la tribu".


Patio de los edificios de la calle Cavanilles 25 y 27, en el año 1985.
En este patio -entonces de libre acceso- aparcábamos muchos de los residentes
 que conocíamos su existencia. (Foto personal desde mi domicilio)  
    
El aburrimiento de los niños en aquel Madrid saturado de edificios era evidente. Los críos encerrados entre cuatro paredes buscaban entretenimientos inverosímiles. Descubrí el juego de otro de mis vecinitos a partir de los misteriosos sucesos que ocurrían en aquel patio. Yo me había dado cuenta de que en ocasiones, al volver del colegio donde trabajaba, y cuando terminaba de aparcar el coche entre el barro y los desperdicios; escuchaba 
fuertes chasquidos espaciados en el tiempo por un minuto o dos. Daba la impresión de que alguien tiraba piedras que se estrellaban contra la carrocería o los parabrisas de los coches . Alguna vez, incluso, sentí los impactos muy cerca de mi propio ford fiesta. Escamado volvía la cabeza mirando en todas direcciones y alzaba la vista recorriendo el lienzo de las paredes plagadas de ventanas y terrazas. No localizaba a nadie sospechoso del extraño apedreamiento; pero había llegado a la conclusión de que alguien lanzaba piedras contra los coches y estaba dispuesto a descubrirlo.  Haciendo de tripas corazón continué aparcando mi coche cada día bajo aquella lluvia de guijarros intermitentes y decidí vigilar desde la ventana de mi casa la extensa pared donde preveía que se ocultaba el tirador. Un día lo descubrí.

  
Aspecto actual del patio de Cabanilles, con la ferralla lista para el encofrado de los pilotes.


En el último piso un niño de unos nueve años salía de cuando a una de las terrazas y, cauteloso, se acercaba a la barandilla para observar brevemente el patio. Luego lanzaba una moneda sobre los coches agachándose enseguida para observar el efecto del choque contra la carrocería de los coches y excitarse con la reacción sobresaltada de los propietarios. 
No recuerdo si, en mi papel de responsabilidad social compartida, me animé una vez más a visitar a los padres del niño. Quizá la madre, cuya calderilla saqueaba cuando volvía cada tarde del mercado, me despidiera con cajas destempladas jurando que su hijo jamás le robaba del monedero. No sería la primera vez, ni la última vez que eso me ocurriera en la vida. Creo que me conformé con gritarle desde la ventana para advertirle de que había sido descubierto y que no debía hacerlo más.  

En aquellos años caían monedas y papeles ardiendo sobre el patio de la calle Cavanilles; hoy en día podría haber caído una pilotadora de 40 toneladas. Como hace 39 años, una espada de Damocles, ya no pirotécnica o numismática, sino en forma de  cilindro de acero de gran tonelaje pende sobre las cabezas de los vecinos de aquel patio.



Más información sobre la noticia: