No puedo evitar admirar el esplendor, la belleza extraordinaria de los cuerpos nuevos, de las jóvenes y adolescentes que son plenitud o promesa de hermosura y gracia de movimientos. Pasan a mi lado entre el rubor o la altivez y no puedo evitar compararlas con otros cuerpos femeninos que, con la edad, se alejan rápidamente de estos patrones. Sin terminar de reconocerlo se visten aún con ropas ajustadas, con vestidos insinuantes. El tiempo les ha sorprendido entre dos miradas en el espejo y en la segunda no se han reconocido. En su retina, que no en la nuestra, aún conservan la silueta de sus años jóvenes como conservan también aquellos vestidos en los armarios. Un día, cuando enciendan la luz de la madurez, no les quedará más remedio que renovar el ropero:
- ¡Dios mío. Estoy haciendo el ridículo con esta ropa!
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