lunes, 15 de abril de 2024

Si me olvidara de ti, Jerusalem...

Si me olvidara de ti, Jerusalén,

que pierda la destreza mi mano derecha,

que mi lengua se pegue al paladar

si de tí no me acordara,

si no glorificara a Jerusalén

como principal fuente de mi alegría...

(Adaptación libre del salmo 137:5-6, Reina-VaLERA 1960)


El salmo 137 se denomina "El lamento de los cautivos". Transcribo el texto completo tomado de la Biblia de Las Américas:
   
1 Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos y llorábamos,
al acordarnos de Sion.
2 Sobre los sauces en medio de ella
colgamos nuestras arpas.
3 Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones,
y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos alguno de los cánticos de Sion.
4 ¿Cómo cantaremos la canción del Señor
en tierra extraña?
5 Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
6 Péguese mi lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no enaltezco a Jerusalén
sobre mi supremo gozo.
7 Recuerda, Oh Señor, contra los hijos de Edom
el día de Jerusalén,
quienes dijeron: ¡Arrasadla, arrasadla
hasta sus cimientos!
8 ¡Oh hija de Babilonia, la devastada,
bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
9 ¡Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños
contra la peña!

(Las citas están tomadas de La Biblia de las Américas .1986, 1995, 1997)



Francisco Palazón Martínez escribió una preciosa adaptación de este álbum hacia 1979.






Recuerdo muy bien este salmo. Lo cantábamos (así lo recuerdo; pero no estoy demasiado seguro) con nuestras voces adolescentes en el ISPE de Salamanca, cuando nos formábamos en el postulantado para ser futuros hermanos maristas. Hablo de los años 1977-78; Entonces lo cantábamos con esta melodía compuesta por el compositor Francisco Palazón(Curiosamente he buscado las reseñas de este músico y el tema no aparece en su discografía hasta algunos años más tarde). Es curiosa la memoria musical; con una hipoacusia neurosensorial moderada (es decir desafino vergonzosamente en los karaokes) aún la canto con solvencia, ¡Y han pasado 45 años! Quizá se tratara de una primicia ofrecida a nuestro postulantado (Los maristas eran una entidad religiosa importante; y de hecho tuve la oportunidad de asistir a un concierto exclusivo de Ricardo Cantalapiedra en nuestro salón de actos hacia el año 1978).

Esta introducción me lleva a contarte el porqué de este rescate, sin venir a cuento aparentemente, de mis registros olvidados en aquellos tiempos de luces y sombras (como diría mi antiguo amigo y escritor gallego Xoan Ramiro Cuba). El aldabonazo a la memoria lo ha dado la ocupación israelí de Palestina que ya va para seis meses y con más de 30.000 muertos, muchos de ellos niños.
¡Como no acordarse de aquella terrible frase del salmo 137 (136, según otra contabilidad):

"Bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
¡Bienaventurado será el que tome tus pequeños
y los estrelle contra la peña!


Porque la destrucción, el pago contra quienes les han hecho daño (y contra muchos otros inocentes que no tienen nada que ver) ha sido devuelto con creces. Muchos niños palestinos han sido masacrados: bombardeados, abocados a la orfandad, desalojados de sus casas, abandonados su suerte, expuestos cruelmente a infecciones y enfermedades, muertos de hambre...

Yahvé, el Dios de los bombardeos y el fuego sobre "sus enemigos", ha demostrado ser el viejo Dios vengativo de la Biblia; aquel que
en el salmo 110 (109) proclama:


4 El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

5 El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes;

6 dará sentencia contra los pueblos,
amontonará cadáveres,
quebrantará cráneos
sobre la ancha tierra.


Desde pequeño me pareció aterrador este Dios vengador que asume la ira del "pueblo elegido" aceptando ser instrumento de la cólera indiscriminada de los agraviados. Decidme, judíos, que, en vuestra exclusiva nostalgia, añoráis el idílico Jerusalem de vuestros padres: ¿En qué os diferenciáis ahora de los nazis que os exterminaban, de las facciones palestinas que os atacaron con crueldad? ¿Quiénes son ahora los terneros llevados al matadero de vuestra preciosa canción "Dona, dona"? ¿Quién es ahora el pequeño David que se enfrenta al poderoso Goliat?


Los niños palestinos,
en sus tiendas de campaña en Rafha,
esperando el asalto israelí,
se sentaron a llorar...


Los fascinantes Insectos


Ahora que las abejas están desapareciendo del planeta deberíamos reflexionar sobre la extraordinaria importancia de los insectos en el ecosistema. Esos pensamientos nos provocarán una incómoda preocupación. Es un clásico citar la famosa frase, atribuida al genio de Albert Einstein, que nos advierte de que "Si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, a la humanidad le quedarían cuatro años de existencia, ya que los cultivos de alimentos no tendrían quien los polinizara". 

Pero, aliviando un poco el peso de la trascendencia, también los insectos nos ofrecen otras perspectivas fascinantes. Recuerdo haber leído hace tiempo la curiosa historia de cómo unos niños rusos habían utilizado las cucarachas para falsificar sus boletines de notas. (Hoy en día obtendrían resultados dudosos incluso con la milagrosa goma de goma de photoshop). Aquellas brillantes mentes infantiles habían ideado capturar cucarachas, someterlas a un ayuno de semanas y después colocarlas en una caja cerrada con el boletín en el que habían repasado con un palillo impregnado de mermelada sus insuficientes. Los hambrientos insectos se abalanzaban sobre la melaza para devorarla. Tal era el hambre y la glotonería que manifestaban que, una vez acabada la confitura seguían mordisqueando con sus diminutas mandíbulas el papel produciendo un fino lijado de su superficie. La tinta, así, desaparecía y no se notaba. Solo quedaba rellenar con sobresalientes y papá y mamá se sentirían muy satisfechos.  

Algo parecido, como procedimiento delictivo de mucha mayor gravedad, se ha aplicado a la estafa mediante la falsificación de documentos de pertenencia de tierras en Brasil. Existe una palabra en portugués que describe una práctica antigua utilizada por desaprensivos para falsificar documentos que certifiquen la titularidad de una tierra desde tiempo inmemorial. La palabra e "grilagem" y describe una práctica para envejecer el papel del documento consistente en poner el documento falsificado en una caja a la que arrojaban grillos ("grilo" en portugués). Al cabo de unas semanas el documento amarillea ba e incluso aparecía con diminutos agujeritos como si fuera un documento de siglos. que les permitía, de forma ilícita, legalizar su propiedad para desforestarla a placer. Este crimen ha determinado hasta hoy día la destrucción de gran parte de la biomasa en la mayor selva tropical del planeta.


Otra aplicación fascinante de los insectos la podemos descubrir en la película Apocalypto (2006; dirigida por Mel Gibson) cuando los protagonistas aplican sutura a una herida mediante las mandíbulas de hormigas gigantes (parece que en la película eran hormigas soldados de Hormiga Atta, aunque otros aseguran que se adaptan mucho mejor a este fin las mandíbulas de las Eciton soldado).
En algunas tribus de África y Sudamérica ha sido tradicional utilizar a las hormigas para coser heridas. Primero dejan que las hormigas muerdan los bordes de la herida cerrándola, después arrancan el cuerpo de la hormiga dejando solo la cabeza (las mandíbulas se quedan fijas) y por tanto la herida cerrada. Las heridas suturadas con las cabezas de las hormigas no infectan, pues en la boca de la hormiga hay antibioticos e antifungicos naturales.


Esta costumbre de algunas zonas de África, India y el sur de América, que utilizan las hormigas como grapas de sutura están documentadas desde el año 1000 a.C.
Las especies más comúnmente utilizadas son las hormigas soldado y también algunos tipos de escarabajo. Lo que suele hacerse es aprovechar las potentes mandíbulas de estos insectos para aproximar ambos bordes de la herida. Las colocan de forma que la hormiga muerda ambos bordes y al cerrar la mandíbula por un acto reflejo al arrancarles el resto del cuerpo. hace que estos se junten. Las mandíbulas mantienen su posición una vez decapitadas. La cabeza de la hormiga es posteriormente expulsada por el cuerpo cuando la herida está cerrada. 
Hay que tener en cuenta que muchas hormigas producen ácido fórmico, es un veneno que les sirve para defenderse, doloroso y urticante. Está presente también en las ortigas. Este ácido sería irritante pero las característica antibacterianas y fúngicas de las hormigas que laboran entre los hongos del suelo pueden compensar la irritación.

Otro curiosísima propiedad de los insectos (en este caso de las vulgares moscas) lo encontré en una historia contada por un superviviente de los campos de concentración en la II Guerra Mundial. Contaba, esta persona que internado en uno de los campos y preso de una grave infección en una herida, a punto de gangrenarse, recurrió al consejo de un médico judío. Este, carente de toda medicina en el campo, le aconsejó acercarse a las infectas letrinas del campo con la herida descubierta y expuesta a las moscas. Debía dejar que se posaran sobre ella y pusieran sus huevos sobre la carne en descomposición que las atraía sobre manera. 
El propósito es que  las moscas desovaran entre la carne corrompida y, posteriormente, las larvas que se alimentan de materia en putrefacción limpiaran la herida al alimentarse de la misma. Esto salvó su vida y la de muchos prisioneros y es una sorprendente demostración de las maravillosas cualidades de los insectos.

No voy a extenderme más sobre las aplicaciones prácticas que los insectos pueden  aportar al hombre. Hay un amplio horizonte por descubrir en este campo.  Hoy en día, la capacidad de orientarse por luz polarizada de las abejas, la vista infrarroja de las garrapatas que te persiguen aunque, con sus ojos, no puedan verte (lo tengo comprobado por mí mismo, en un caso que resulté infectado), la referencia de la luna en el vuelo de las polillas (que las lleva, engañadas por su luz, a girar compulsivamente alrededor de las farolas), las características de la articulación neumática de las extremidades de las arañas (algo que se intenta aprovechar para construir diminutos robots) o la delicada ingeniería de sus telas... todo ello nos fascina y debe hacernos  comprender y respetar su importancia en nuestro ecosistema; es decir en nuestra vida.  


martes, 2 de abril de 2024

Una espada de Damocles de 40 toneladas.


Como al mítico Damocles, a los vecinos de la calle Cavanilles 25 y 27 se les quitaron las ganas de comer y disfrutar de la tranquilidad de sus viviendas en ese lugar de Madrid, cercano al parque del Retiro. Como aquel cortesano adulador de su rey, en la Siracusa del s. IV a.C., los ciudadanos miraron hacia arriba y repararon en la afilada grúa que se disponía a levantar sobre sus tejados, nueve plantas más arriba, una pesada pilotadora de 40 Tm. atada por cables de acero.

Con nocturnidad y alevosía Urbanitae (grupo que gestiona el proyecto y que se financia a través de una plataforma reuniendo dinero de inversores con promesas de alta rentabilidad) urgió a la empresa Grúas Aguilar para que, en la noche del 1 al 2 de marzo, instalara una grúa gigantesca ocuparía toda la calle y se montara en tiempo record.

La controversia entre los residentes y Urbanitae venía de lejos. La construcción de 4 pisos de aparcamientos subterráneos con capacidad para 218 plazas, despertaba oposición vecinal ya antes de esta intervención. Un vecino advertía de que hay acuíferos superficiales que serían desviados hacia los cimientos de los edificios por las obras. Además se trata de  viviendas bastante antiguas que van a sufrir las vibraciones de la pilotadora y desconfían de que (por mucho que lo nieguen los promotores) no afectarán a las estructuras.


De esta noticia encontrarás, amigo lector, numerosos artículos en la prensa local y nacional. No es mi intención ahondar más en estos aspectos que he resumido sucintamente. Quiero, más bien, compartir contigo los recuerdos que este suceso ha despertado en mi memoria. Son pequeñas y sabrosas experiencias de mi vida de juventud, cuando era maestro en el recién construído colegio público Nuestra Sra. Del Madroño (En la colonia Fontarrón de Vallecas) y estrenaba vida de recién casado viviendo en aquellas casas. Sí; yo fui vecino de Cabanilles 27 hace casi 40 años.


Fue al reconocer el nombre de la calle y ver las fotografías de la enormes grúa instalada al lado de los edificios que recordé la casa en alquiler que teníamos en Cabanillas 27. Me había mudado desde la cercana calle Abtao donde, en el par de años que precedieron a mi boda, había vivido en un pequeño y coqueto apartamento. El nuevo piso era más grande y barato; pero también más viejo. Conocí bien aquel patio de vecinos, que contemplaba cada día desde mis ventanas en el segundo piso que había alquilado. Muchas horas pasé observando aquel patio convertido en un solar abandonado y en el que los vecinos (que estábamos en el secreto de su existencia) encontrábamos un preciado lugar para dejar nuestros coches soslayando el pago por el escaso espacio de aparcamiento madrileño en las proximidades del cercano parque del Retiro.

Nuestras ventanas, con vistas al patio desde el segundo piso, recibían una luz mortecina, amortiguada por las altas paredes de los bloques contiguos con sus paredes de ladrillo cribadas de ventanas y terrazas en sus decena de pisos de altura. Miro las fotografías actuales y aún me parece reconocer el lugar en que, bajo nuestra vivienda, se encontraba el videoclub al que intentaron robar una noche forzando un ventanal que estaba bajo la ventana de nuestro dormitorio. Me resulta increíble hoy día que, con la hipoacusia que padezco actualmente, me despertara entonces el trajín de los dos cacos operando con un gato sobre los barrotes de la pequeña ventana trasera del establecimiento; algo de lo que Charo, mi mujer, ni se enteró. Recuerdo levantarme alarmado para contemplar asombrado desde la ventana como dos jóvenes ladrones, con sorprendente tranquilidad y sangre fría, intentaban separar los barrotes del ventanuco despreocupados de que el ruido despertara a la vecindad.
Recuerdo que les grité asombrado: "Pero ¿qué hacéis?" (como si no fuera evidente la respuesta). Ellos alzaron la vista y, sin inmutarse, recogieron el gato y se marcharon con gesto de fastidio hacia la entrada (un pasadizo a pie de calle, hoy cerrado, que daba acceso al patio y por el que actualmente no puede pasar la pilotadora necesaria para la obra).

Muchas tardes preparando clases o corrigiendo exámenes ante la ventana posaba mi mirada en aquel espacio encajonado entre ladrillo y hormigón. Buena parte de la vida vecinal transcurría ante mis ojos. En una ocasión me sobresalté al descubrir un mozalbete apoyado sobre el poyete de una ventana del bloque contiguo. Desde el segundo piso aquel niño encendía papeles de periódico y los arrojaba ardiendo sobre los vehículos aparcados. Espantado, anticipé las posibles consecuencias de su infantil imprudencia: coches con el capó descolorido, personas con la ropa chamuscada, incendio de algún vehículo aparcado al pie del muro... No faltaba combustible: había manchas de aceite en el suelo (antiguamente eran frecuentes las pérdidas de aceite en los coches), malas hierbas, basura... Alarmado, corrí hasta el portal correspondiente para, pulsando todas las teclas del telefonillo de los vecinos del segundo piso, averiguar donde vivía la criatura y avisar a sus padres. Al final acerté con la puerta de su vivienda y tras llamar al timbre un vecino me abrió (deduje, por la edad, que sería el abuelo de aquel  pirómano infantil). Le di cuenta de la situación y pareció recibir la noticia con apatía. Forzado por las circunstancias, se introdujo de nuevo en la vivienda para buscar a su nieto al que reprendió ante mí con indolencia. A mí, comprometido con la educación de los niños por profesión y convicción, me llevaban todos los demonios por aquella negligente actitud. Volví a casa con las orejas gachas; poco había faltado para que el abuelete me echara en cara ser un metomentodo y me despidiera con cajas destempladas dedicándome un ¡A usted qué le importa! Me acordé de aquel refrán africano que dice que "Hace falta una tribu entera para educar a un niño". Estoy seguro de que aquel buen señor de seguro apostillaría: "Mejor que les eduque el resto de la tribu".


Patio de los edificios de la calle Cavanilles 25 y 27, en el año 1985.
En este patio -entonces de libre acceso- aparcábamos muchos de los residentes
 que conocíamos su existencia. (Foto personal desde mi domicilio)  
    
El aburrimiento de los niños en aquel Madrid saturado de edificios era evidente. Los críos encerrados entre cuatro paredes buscaban entretenimientos inverosímiles. Descubrí el juego de otro de mis vecinitos a partir de los misteriosos sucesos que ocurrían en aquel patio. Yo me había dado cuenta de que en ocasiones, al volver del colegio donde trabajaba, y cuando terminaba de aparcar el coche entre el barro y los desperdicios; escuchaba 
fuertes chasquidos espaciados en el tiempo por un minuto o dos. Daba la impresión de que alguien tiraba piedras que se estrellaban contra la carrocería o los parabrisas de los coches . Alguna vez, incluso, sentí los impactos muy cerca de mi propio ford fiesta. Escamado volvía la cabeza mirando en todas direcciones y alzaba la vista recorriendo el lienzo de las paredes plagadas de ventanas y terrazas. No localizaba a nadie sospechoso del extraño apedreamiento; pero había llegado a la conclusión de que alguien lanzaba piedras contra los coches y estaba dispuesto a descubrirlo.  Haciendo de tripas corazón continué aparcando mi coche cada día bajo aquella lluvia de guijarros intermitentes y decidí vigilar desde la ventana de mi casa la extensa pared donde preveía que se ocultaba el tirador. Un día lo descubrí.

  
Aspecto actual del patio de Cabanilles, con la ferralla lista para el encofrado de los pilotes.


En el último piso un niño de unos nueve años salía de cuando a una de las terrazas y, cauteloso, se acercaba a la barandilla para observar brevemente el patio. Luego lanzaba una moneda sobre los coches agachándose enseguida para observar el efecto del choque contra la carrocería de los coches y excitarse con la reacción sobresaltada de los propietarios. 
No recuerdo si, en mi papel de responsabilidad social compartida, me animé una vez más a visitar a los padres del niño. Quizá la madre, cuya calderilla saqueaba cuando volvía cada tarde del mercado, me despidiera con cajas destempladas jurando que su hijo jamás le robaba del monedero. No sería la primera vez, ni la última vez que eso me ocurriera en la vida. Creo que me conformé con gritarle desde la ventana para advertirle de que había sido descubierto y que no debía hacerlo más.  

En aquellos años caían monedas y papeles ardiendo sobre el patio de la calle Cavanilles; hoy en día podría haber caído una pilotadora de 40 toneladas. Como hace 39 años, una espada de Damocles, ya no pirotécnica o numismática, sino en forma de  cilindro de acero de gran tonelaje pende sobre las cabezas de los vecinos de aquel patio.



Más información sobre la noticia: 
  


sábado, 17 de febrero de 2024

Jódete

Es 17 de febrero. Un invierno desquiciado nos ha regalado en Castilla La Mancha un precioso día de sol. Charo y yo decidimos aprovecharlo haciendo una pequeña excursión en coche hasta Trillo. Disfrutaremos de la carretera; quizá nos decidamos a ver los trampantojos de Moranchel, o pasear entre las bodegas excavadas en la roca de Gárgoles de abajo o decidamos simplemente  pasear por las calles de  Trillo.

Al final, añorando las cascadas del río Cifuentes despeñándose al pie de la Fuente Mirador, frente a la iglesia de La Asunción de Nuestra Señora, aparcamos el coche en la Plaza de la Vega y nos dirigimos inmediatamente al restaurante El Mesón de Góngora, abierto el 1 de febrero de este año. Conocíamos el lugar pues habíamos comido ya varias veces en esas instalaciones cuyo uso contrata el ayuntamiento en la hermosísima plaza bajo los plátanos y se nos hacía la boca agua pensando en aquel escalope tan rico cuyo tamaño rebasaba ampliamente los borde del plato o sus churrascos a la brasa. Esta mañana no sabíamos que el municipio había adjudicado la contrata recientemente a un nuevo restaurador, el hostelero madrileño José Luis Góngora. Por el aspecto del lugar (aforo completo, grupos animados, ambiente excelente) debería irle muy bien; pero, según comprobamos después, es evidente que le el negocio le ha sobrepasado.

Consumimos una cerveza en la barra a eso de las 12 del mediodía y reservamos una mesa en la soleada plaza para las 2. Tomaron nota y nos dirigimos a visitar la villa: sus calles empinadas, los caminos junto al cauce entre sus numerosas cascadas, los paisajes desde lo alto de la población... Rápidamente se nos hizo la hora concertada y nos dirigimos al restaurante. Todas las numerosas mesas del exterior estaban ocupadas (evidentemente no tomaron la precaución de retener ninguna para quienes habíamos reservado con anticipación). Tuvimos que esperar y, a salto de mata, ocupar la primera que quedó libre al rato. Ya sentados, observamos con tranquilidad la parsimonia de las camareras; pero... no pasaba nada: la temperatura era extraordinaria y el paisaje hermoso.

Empezamos a sorprendernos cuando a los 15 minutos, la camarera que curiosamente llevaba una camiseta negra con el texto "fuck" y una mancha verde que ocultaba el pronombre correspondiente (que imaginamos "you", por el trato que nos dispensó) atendía con una calma exasperante a todas las mesas del alrededor menos a la nuestra. Claro que, a lo que parecía, eran conocidos (vecinos de la localidad o amigos suyos) pero a nosotros "ni caso". Tuvimos que reclamar su atención varias veces y le advertimos que habíamos reservado para comer a las 2. Quedó en que montaría enseguida la mesa. Se sucedieron numerosas idas y venidas sin que retirara siquiera las consumiciones de los clientes anteriores hasta que, a la media hora, Charo decidió ir a la barra y comunicar a quién tomó nota de la reserva que aún no habían montado siquiera la mesa, pese a lo prometido y la reserva formalizada. Parece que llamaron la atención a la camarera y mi mujer volvió tan contenta suponiendo que había solucionado el problema... ¡Pero no! Pasó otra eternidad hasta que la chica del "fuck you" se acercara con dos pequeños manteles de papel y la canastilla del pan. Al vuelo, aprovechamos para pedirle rápidamente que tomara nota, que ya sabíamos qué íbamos a pedir; pero farfulló algo y se alejó. Por supuesto, su próxima aparición se demoró 15 minutos más y tomó nota con un móvil (yo me asombré de que, con la intensidad solar del mediodía, pudiera ver siquiera la pantalla). El caso es que, el menú que ofrecían (por 24 euros), no incluía bebida completa (solo una copa de vino), así que optamos por pedir una botella de rioja. Pasó otro cuarto de hora antes de que, con su pachorra habitual, nos trajera una botella de "Cerro de la Cruz" tinto (en versión brick sale a 0,83 euros litro); un vino de Ciudad Real servido a una temperatura gélida que no lograba disimular su mala calidad. Apartamos la bebida y decidimos reclamar nuestra botella de rioja (el que nos pusieron -probablemente rellenado y cuyo corcho saltó por aires al poco de volverla a cerrar- era de calidad infame y, pese a defender las bondades de nuestra tierra castellano manchega, nos resultó imbebible).

Charo y yo vigilábamos la presencia de las otras camareras por ver si cazábamos al vuelo a alguna más espabilada a la que dirigir nuestras comandas. Finalmente logramos captar la atención del dueño que había salido a ayudar ante las numerosas demandas de la clientela. Ésta, en su mayoría, se había decidido por el autoservicio y existía un profuso tráfico de clientes hacia la barra que volvía con vasos de cerveza, tapas y refrescos... Le comentamos la situación: la espera, la desatención, el vino equivocado... Se limitó a contestar con un "¡Madre mía!" y se alejó hacia la barra por ver si agilizaba el servicio ¡Pero dio igual! La camarera siguió pasando olímpicamente de nosotros y, tan solo el dueño tras un largo rato nos trajo una botella de rioja -esta vez sí, con etiqueta certificada- pero no recogió la otra botella que arrinconamos en una esquina junto a los vasos en los que reposaba un vino que apenas probamos. Allí quedaron las dos botellas ofreciendo al resto de los clientes, que nos observaban estupefactos, la prueba del desaguisado, durante cerca de una hora.

En la mesa de enfrente, mientras tanto, y tras desalojarla la pareja que la ocupó durante 40 minutos, se sentó un matrimonio de personas mayores (intuimos que conocidos de camarera y dueño por la familiaridad en el trato) a la que rápidamente atendieron. Montaron la mesa en un pis pas, pidieron un vino blanco que les sirvieron con prontitud y (las comparaciones son odiosas, lo sé) les obsequiaron con una nutrida tapa de queso. Yo hacía gestos de asombro que fueron claramente percibidos por la comensala, que sonrió. Habíamos pedido hacía más de media hora (a esas alturas llevábamos sentados comiendo pan una hora y cuarto) y, nuestros primeros llegaron a la par que los de nuestros vecinos recién llegados. El arroz caldoso y la ensalada con queso de cabra no estaban mal, resultaban aceptables, sin más; pero el segundo tardaba ya más de media hora en llegar y, lo más sangrante fue ver al comensal de enfrente (que llegó y pidió mucho más tarde despachándose un entrecot -el mismo plato que  había pedido yo, y que acaso fuera el mío; pues no se decidía a probarlo- mientras yo, hambriento, seguía esperando). Abordé al dueño en una de sus idas y venidas y le expuse educadamente todas estas circunstancias, incluso le sugerí que quietara la botella de vino equivocada pues para el negocio era un malísimo reclamo que la mantuviera aún en la mesa). No dijo nada pero se dirigió a la barra a, pensé yo, espabilar el servicio... ¡Pero no! Seguimos aguardando durante 15 minutos más mientras las camareras y el dueño iban y venían entre las mesas.

Tal era el cabreo que me embargaba que, una joven pareja a nuestro lado, comprensivos, nos interpelaron. Les explicamos la situación y nos explicaron amablemente que "Esto es así". 

¡Pues no! ¡No es así! Se debe responder con educación cuando un cliente te reclama, se debe advertir que se va a tardar, uno se debe disculpar cuando hace algo mal,  debe acudirse sin mucha demora si te llaman,  se debe reservar mesa si has aceptado una reserva y hay que dar un trato igualitario a los clientes sin preferencias por razones de vecindad o amistad...

Hartos de que "nos jodieran" (así se presentaban: "fuck (you)" nos dirigimos a la barra para pagar lo consumido (el primer plato y el rioja) y marcharnos. Junto a la caja, cuando mi mujer se disponía a pagar, se disculparon por primera vez y, finalmente, no nos cobraron nada pese a que insistimos en hacerlo.

Nos marchamos hacia Cifuentes. Quizá llegáramos a  comer algo. Ya era muy tarde, más de las cuatro; sería bocadillo y café; pero lo tomaríamos con dignidad.

viernes, 9 de febrero de 2024

Antonio Cupeiro presenta su novela biográfica 'Memorias de un hombre de paja' en la Biblioteca Luisa Carnés de Coslada.

 

Presentación del libro ‘Memorias de un hombre de paja’ este viernes en Coslada

 

Antonio Cupeiro Fernández presenta su novela biográfica 'Memorias de un hombre de paja' en la Biblioteca Luisa Carnés

El autor, a través de anécdotas de su infancia, ha querido trasladar lo difícil que era la vida de campo, más en una época como la de la posguerra, y de forma dinámica y con la inocencia de un niño lo vemos reflejado por ejemplo en lo que tardó en poder tener unos pantalones largos. Pero también deja un regusto dulce con las travesuras de él y sus numerosos hermanos.

Este libro te hace reflexionar. No son solo unas memorias, no. Es el relato personal de un niño que tuvo que vivir, no hace tanto tiempo, sin cosas que ahora creeríamos imposible no tener. Es el reflejo de una España que no siempre se ha podido ver. No hay historias tan cercanas y reales como las que aquí se cuentan.

Es que esto no es un relato ficticio, es la esencia pura de las experiencias que Antonio, alias «Ñeca», ha estado viviendo desde aquel 17 de enero de 1951 que decidió venir al mundo (aunque en su DNI ponga 23 de enero, si quieres saber por qué no debes tardar en comenzar a pasar a las siguientes páginas). Recordar el pasado nos permite entender cómo es una persona.

Tendrá presentación mañana, viernes 9 de febrero, en la Biblioteca Luisa Carnés de Coslada, a las 19:00.

Sinopsis

Antonio nació en un frío día de enero de 1951 en el que la nieve no dejó un minuto de descanso.

Un nacimiento duro que atestiguaba la complicada vida que se vivía en la Galicia más rural durante los años más duros de la España de posguerra. Un sinfín de anécdotas que relatan cómo era la vida en esos tiempos, desde la mirada inocente de un niño que solo buscaba tener una oportunidad.

Siempre había momentos en los que la risa y la alegría conseguían camuflar las durezas de las desigualdades y la complicada vida rural. Este es un relato que transmite emoción, nostalgia y mucha verdad que te acercan a unos tiempos que suenan lejanos, pero no lo son tanto.

Biografía del autor

Antonio Cupeiro Fernández, natural de la aldea de Oroxe (Castro de Rei, Lugo). Vivió durante muchos años entre los campos de cultivo en la Tierra Chá hasta que pudo aprovechar la oportunidad de probar suerte en la capital de España.

Después de ser mozo de recados, vendedor de zapatos y mecánico tornero, terminó como técnico de montaje y mantenimiento de maquinaria de madera, donde estuvo trabajando hasta el día de su jubilación. Sexto de doce hermanos y padre de familia con tres hijos, disfruta ahora la vida volviendo a los recuerdos que forjaron quién es ahora.

viernes, 19 de enero de 2024

Teta de hada


Estas Navidades saltó la polémica por un anodino detalle en la iluminación navideña del pueblo de Tordesillas. Resulta que la representación de estos seres fabulosos incluían las tetas. ¡Vaya por Dios, niño! ¡Qué escándalo! ¡El recién nacido se va a escandalizar por contemplar un pezón al natural! ¡Mejor sería un esquemático Toro de la Vega, con sus lanzas en abanico!

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No es que "sin tetas no haya paraíso" (lo hay, de otra manera...) ni que el sexo de los ángeles sea muy importante (que no lo es); símplemente es que la imagen de las hadas (criaturas fascinantes y hermosísimas, mágicos seres tan ligados a la naturaleza del bosque) no pierde un ápice de pureza si muestra un atributo tan bello y natural  y sí ganarían en fealdad, en amorfa ambigüedad, al convertirlas en quimeras desexualizadas.

Admito que, para iluminar la Navidad, para crear ambiente navideño a base de leds, no son necesarios la mayoría de iconos que nos alumbran desmesuradamente en las calles desde las alturas. No son precisos paracaídas con regalos, bolas de colores, renos... hadas, tampoco. Ni falta que hacen. Tan solo una leve asociación con la fantasía y la infancia le conceden audiencia en este juicio. Y si de fantasía e infantes se trata, la contemplación de una teta es muy apropiada que, aparte de posibles significados freudianos, tiene más que ver con la función de nutrición que con la reproducción de la especie (a su edad, no en la edad adulta, claro).    

Así que, personalmente, me muestro partidario de que las hadas muestren sus senos, esos apéndices tan bellos y bien colocados. Que no las operen de apendicitis, por favor...

viernes, 5 de enero de 2024

Queridos Sabios de Oriente: ¡No quiero saber!


Mis útiles y populares Sabios Magos de Oriente: Prefiero no saber mucho de vosotros. 


Prefiero ignorar que érais Magos y no Reyes (saber que os llamaban "sabios" y que vuestros saberes resultaban "mágicos" para el común de los mortales).

Quiero desconocer que el motivo de vuestro viaje iniciático a Belén obedecía a un afán de conocimiento, a una búsqueda de respuestas; que era, en fin, un viaje científico. Prefiero ignorar que Melchor, Gaspar y Baltasar (nombres supuestos inventados en la Edad Media) eran en realidad "steleros" (astrólogos) y que su viaje podríamos interpretarlo en la actualidad como una búsqueda de explicación a un fenómeno OVNI (hoy llamado FANI: "Fenómeno Anómalo No Identificado") aparecido en los cielos de la región en forma de estrella errante. Muy poco de "magos" y mucho de sesudos estudiosos, de aburridos lectores y aplicados amanuenses que investigaban y confeccionaban largos catálogos de estrellas de la esfera celeste, quizá desde enormes zigurats en la antigua Persia. 

¿Os enfadaréis si digo que prefiero la profesión de Rey a la de Sabio? Me resulta mucho más interesante el lujo y el esplendor de la majestad que la desnudez de la ciencia y la filosofía. Soy decididamente monárquico, me fascina la realeza. La sabiduría no es nada divertida. Nuestra Santa Madre Iglesia contribuye con estas leyendas a legitimar la monarquía y lo hace a sabiendas. Nadie quiere unos Reyes Magos republicanos. La Religión Católica nos programa para ser súbditos y así somos más felices. Lo proclama en sus relatos bíblicos. "¡El Rey de los Cielos! ¡Los Reyes magos! ¡El buen Rey David! ¡Tú lo has dicho, yo soy rey...!". Tenemos la Biblia trufada de realezas.

Prescindo de investigar, de leer, sobre vuestra biografía. Cuando cito vuestra historia lo suelo hacer con apresurados emojis y flashes entrecortados de majestades coronadas, cubiertas de joyas y montadas en camellos ricamente enjaezados que se recortan contra la luz de la luna de los desiertos. Suelen representaros con bellas siluetas de caravanas en noches estrelladas, pulidos palacios de Herodes, cuidados portales de Belén... todo con filtros fotográficos que realzan iluminaciones nocturnas en contraluces y cálidos dorados. No pienso acercarme al Nuevo Testamento (no me interesan testimonios de nadie, ni nuevos ni viejos) para beber en las fuentes bíblicas o, al menos, en las crónicas de la cristiandad, en sus evangelios apócrifos, en los cuentos navideños, en las tradiciones fabulosas trufadas de leyendas y mitos fascinantes...

Me importa un bledo la filosofía que impregna esta tradición de la que sois protagonistas: La cantinela de que se trata de compensar a los más desfavorecidos, de atender a los más pequeños e indefensos de la tribu, de montar un sofisticado juego infantil repleto de fantasía que nos compense de afrontar un futuro valle de lágrimas que sin duda nos espera haciéndolo con algunas sonrisas; la gratificación a los padres por la alegría que nos producen los niños (esa sonrisa social de nuestros retoños tan complaciente para los progenitores de nuestra especie)... ¡Paparruchas! ¡Lo práctico es tener a nuestros hijos bien contentos! Que se entretengan con este cuento y no se les ocurra plantearse ninguna duda sobre el principio de autoridad. Lo mejor es anestesiar su espíritu crítico. De eso se trata. 

No quiero saber nada de la simbología de los regalos que nos traéis: ¿El oro por ser rey? ¿El incienso por ser Dios? ¿La mirra por ser, pese a lo anterior, efímero y mortal? ¡Pues vaya: el oro es un frío metal que, seguro, dejó helado al niño; la mirra era tan embriagadora que sin duda lo predispuso a la droga y el incienso produce un humo espeso difícil de respirar! Estoy seguro de que, al día siguiente, José acudió al usurero de Belén para cambiarlos por unos denarios, algo mucho más prosaico.

No me vengáis con la monserga de que lo que realmente haría ilusión a un bebé recién nacido sería un corderillo, un pajarito, una canción, un repertorio de cucamonas... ¿Es que no pensáis gastaros nada? ¡Cómo se puede ser tan mezquino! Hay que tener cuajo, bajeza moral, para exponer estos pensamientos... Si es que hay personas con una cara tan dura que son inmunes al señalamiento: ¿Pero qué dice el gruñón ese? ¡Por qué se empeña en mostrarse tan poco cariñoso! ¡Cómo es que no sucumbe a la carita de felicidad que ponen nuestros pequeños angelitos ante los regalos...!

Me niego a enfrentar la razón con mi fantasía. No prestaré atención a los informes de logística que os desautorizan. Abomino de la incompatibilidad estadística del cuento: ¿Cuántos kilómetros de papel habéis tenido que leer en forma de cartas? ¿Cuántos miles de millones de casas recorréis en una noche? ¿Cuántos hectómetros de anís os tomáis entre tantas casas visitadas? Reniego de toda lógica ante la epifanía: ¿Cómo suben los camellos por las escaleras de mi casa? ¿Cómo pueden ser tan ubicuos para estar en millones de casas al mismo tiempo? ¿Dónde almacenáis tantos juguetes? ¿Cuál es vuestro servicio de información para conocer los secretos del buen o mal comportamiento de nuestros hijos, cuáles vuestros espías..? ¿De dónde sale la legión de pajes en las Cabalgatas que reparten lluvias de caramelos y que son el gozo de dentistas y la pesadilla de los dietistas?

Abjuro de vuestros intentos de racionalizar su magia. Os contesto con mi razón irrebatible: "¡Es que son magos!". Y no me vengáis con que la historia de la magia (que la hace aburrida una vez descubierto su truco) es todo un tratado científico, con leyes y efectos mecánicos y químicos de lo más científico. No, estos son magos milagreros de magia inexplicable; son seres sobrenaturales. Abomino del instinto de mi especie por conocer. Reniego de la curiosidad (ese estúpido pensar del que estamos dotados como especie). Por eso acusaré de mentiroso y de faltar a la verdad al mentor que reviente la parodia, que desvele la infamia.

Desprecio las escandaleras de los psicólogos, sus preocupaciones por esos asaltos descarados a la intimidad de los críos, esa violación de su privacidad. Tolero ese gran hermano que es capaz de espiar el fondo de su alma para conocer sus íntimos secretos, sus inconfesos pecados. ¡Os acusan, incluso, de que han de firmar promesas de inocencia o sentidas confesiones de culpabilidad en sus cartas! ¡Qué barbaridad! 

No me vengáis con paparruchas como que Jesús recibió los regalos al nacer y, por tanto, sólo deberían hacerse una vez en la vida; o que, además, se hizo en una única fecha (no todos los años y en varias fechas como Navidad, Año Nuevo, Reyes, el cumple, el santo...)

Me faltáis al respeto cuando consideráis que el cortar un hermoso pino para Navidad es una aberración. Me venís con la zarandaja de que es una tradición que va contra la ecología. Es irritante vuestra insistencia en respetar tradiciones como limpiar y cepillar zapatos (no me vengáis con la moralina de que es un premio por compartir, por donar los viejos zapatos, previamente embetunados y lustrosos, a un niño Jesús descalzo y pobre... ¿Cómo podríais fijaros en unos zapatos tan viejos, vosotros acostumbrados a vuestros escarpines dorados?)

Me duele en el alma que consideréis injusta nuestra consumista celebración de la epifanía. Argumentáis que los niños pobres y buenos extraen una dolorosa lección al comparar sus escasos y baratos juguetes con la constelación de caras preciosidades que regalan a otros niños de los que conocen bien su maldad y que, por añadidura, saben bien de su riqueza... ¡Tonterías! Sus cabecitas infantiles no pueden considerar la lógica y la ética. No se malearán por ello. Viven en la inocencia, pobrecitos...

Me da lo mismo que os transfiguréis en San Nicolás, en un rechoncho Papá Noél o en un simpático Viejito Pascuero... Yo lo que quiero son mis regalos. Lo decía de niño y hoy digo que quiero regalar. Me importa un comino si existís o no. Pero si, por alguna razonada decisión, decidís desaparecer de la escenografía navideña: os inventaré sin pudor.

Criticáis que estas historias son un cuento... Pero los atiborráis de cuentos otras veces y no pasa nada... No os escuséis en que los niños saben diferenciar claramente la fabulación de la realidad; pero que en el caso de los Reyes les obligamos a comulgar con ruedas de molino... Es lo mismo; fantasías parecidas. Da igual una bruja, un ogro o un Rey Melchor... ¡Se lo creen todo! ¿Porqué no plantearles un cuento en el que son los personajes y además reciben regalos a tutiplen? ¿Por qué evitar la decepción de la verdad, esa que les hará replantearse la honradez paterna, la confianza en sus familiares y su propia autoestima, al descubrir que fue engañado miserablemente?

Os la dais de puros, vais de dignos al reclamar una felicidad infantil fundamentada sobre todo en el cariño, esa que se produce cuando se sienten arropados bajo el abrigo de la familia; cuando dudáis de la necesidad de crear sobre expectativas a nuestros pequeños... Mentís cuando afirmáis que son felices con los juegos sencillos (baratos), aprendiendo cuando juegan con cualquier cosa, explorando el mundo que les rodea y cooperando con el adulto a modo de juego... ¿Cómo os atrevéis a negarles la fascinación del consumo? ¿Cómo consideráis apagar en sus cabezas la brillante iluminación de Cortilandia? Llegáis al colmo cuando fantaseáis con que fue un comercial del Corte Inglés, que logró viajar en el tiempo al año 0 y vio la llegada de sus majestades y las ofrendas en el portal el que concibió la idea y montó la parafernalia de los regalos y los envoltorios...

Yo, lo reconozco, no soy ingenuo. En realidad sé que los reyes, los Reyes de la Casa, son nuestros hijos. Ellos son las majestades a quién adoramos y regalamos (y no con símbolos precisamente). Y los pródigos padres, tíos y abuelos nos convertimos cada año en explotados pajes que trabajan a destajo para comprar más y más regalos... En mi familia, como en muchas otras, se establece cruda competencia por el regalar.Tras las exclamaciones de los críos ante el desfile de juguetes que por atraviesan las pantallas de la TV con sus reiterados "Me lo pido", "Me lo pido..." aparecen después las exclamaciones de los familiares en competencia: "Eso lo pido para regalarlo yo", "Este lo reservo que lo traigan en mi casa", "Aquel dejádmelo comprárselo a mí..."

Y como a camello regalado no se le mira el diente (¿o sí? ¿O también nuestros retoños pondrán pegas al regalo gratis?) los niños se atiborrarán de regalos y, faltos de atención por el exceso de estímulos, arrinconarán la mayoría y desaprovecharán los más interesantes por saciación... Y los familiares, decepcionados, verán perderse entre el oropel de los envoltorios, su propia ilusión convertida en juguete despreciado... Y me dolerá.

Pero me abono a las cuatro primeras acepciones de verbo regalar: dar sin recibir, halagar, deleitar y proporcionar comodidades. La quinta, exponerse a un peligro o un riesgo, la dejo para los gruñones como vosotros. La mayoría ganamos por 4-1. 

martes, 31 de octubre de 2023

Sintiendo en la nuca el aliento de la muerte: Días de perros

Hace años inicié una serie de artículos de contenido biográfico relacionados con situaciones en que mi vida quedó pendiente de un hilo; esos momentos que, en manida metáfora literaria, describimos como "sentir en la nuca el aliento de la muerte". Pues bien; ninguna más real, menos metafórica que la que voy a describir: la sensación (el aliento en la nuca) era real y la muerte, cercana.   




Pensé hace tiempo que las anécdotas relacionadas con estas situaciones extremas se me había acabado hasta que leí la sobrecogedora noticia de la muerte de la joven enfermera Arancha Corcero. A Arancha le gustaba caminar. También le gustaban los perros (habitualmente se hacía acompañar de un huski siberiano). Pero aquel día, que caminaba sola hablando por su móvil con su madre, fue atacada por un grupo de siete perros: tres mastines, dos perros pastores de careo y dos cachorros. "Mamá, que vienen los perros, mamá que vienen los perros", gritó repetidas veces cuando los animales se lanzaron sobre ella.


Hace 20 años realicé, en bici, la Vía de la Plata. En agosto de aquel año 2003 pasé por el pueblo de Roales del Pan. Me gustó el paisaje; aquellas llanuras en pardo y oro con surcos infinitos. Hoy he recorrido con google street el camino de concentración que sale del pueblo hacia la izquierda en dirección a La Hiniesta. Es un paisaje similar, sin caseríos en el kilómetro y medio que media entre los dos pueblos. El camino es un larga recta entre grandes retales de ocres, sin árboles ni prados entre los dos pueblos. Campos de trigo más que de lana. Tierras de pan llevar, más que de queso.

Hacía en bici el recorrido y contaba ya un encuentro de cierto peligro cerca de Galisteo. Como llevaba un diario del recorrido no necesito llamar a declarar a mi memoria: tengo los hechos certificados en él: 

 "Decidí volver por la carretera hasta Riolobos... Regresé a un tramo de carretera donde ya había estado e intenté de nuevo encontrar la flecha que señalaba la salida de la misma... pero no la encontré... A punto de continuar unos automovilistas del pueblo me informan del desvío... al llegar al lugar descubro ¡al fin! una flecha sobre las pizarras del andén... y el camino a la finca Valparaíso, comienzo del atajo a Galisteo... Viajando con la noche a mis espaldas ruedo esos últimos kilómetros con desesperación... Allá a lo lejos "San Gil", de nuevo me he desviado de Galisteo, pero sé que este pueblo está a 2 km apenas de Galisteo. Poco antes de alcanzar la población la pista se empina y paso al lado de una finca. Unos perros en la puerta me ladran al pasar. Uno de ellos, de raza desconocida para mí, pero enorme, se lanza a por mí cuando paso a su altura... la pista de grava asciende aún unos 500 m... El perro me sigue ladrando, intentando cerrar sus mandíbulas en mis pies, obsesionado por el pedaleo... Siento su aliento al lado de la pantorrilla... Intenta morderme varias veces... Una de las dentelladas hace presa en mi pantalón que queda desgarrado a la altura del muslo... Desesperado (¿Quién dijo que lo mejor sería parar y quedarse quieto?) pedaleo con todas mis fuerzas rezando para que aguante más que el perro en este desnivel. Poco a poco me separo del animal y, sin volver la vista, aprieto definitivamente cuando la rampa cambia al nivel horizontal. Llego a San Gil y pregunto por el albergue a unos chicos sentados en la plaza. No saben que exista albergue alguno. Pregunto después si conocen al dueño de una granja que hay al lado de la pista por la que vine... Parece que sí... Les explico lo que me ha pasado y les pido que se lo digan al dueño... Aunque indignado, estoy tan cansado que no presentaré denuncia, ni pasaré más malos ratos hoy... Me encamino a Galisteo cuyas murallas distingo entre las luces. Es de noche."

 He vuelto a realizar (virtualmente en este caso) ese tramo con Google Street pues, afortunadamente, lo tiene fotografiado y he reconocido el lugar. La finca está poco después de cruzarse la carretera con el Arroyo de Malmuerto (el nombre impone).


Pero ya mucho antes, tenía instalado en la memoria otro encuentro canino. Corría el año 1981 y yo trabajaba en Parla. Había comprado un viejo simca 1000 al conserje de mi cole; un coche de tercera mano que él había puesto a punto y que me vendió barato. En cierta ocasión hube de dejarlo en un taller de uno de los polígonos cercanos a la población. En la fecha indicada me acerqué a recogerlo; lo necesitaba para un viaje al día siguiente. Con enfado recibí la noticia de que aún no estaba listo y había de esperar un par de días más. Expresé mi desagrado a los mecánicos y me volví andando hacia el casco urbano que no estaba muy lejos. Rumiando el cabreo que me produjo la situación pasé al lado de otro taller que tenía las puertas abiertas y en cuya entrada dormitaba un perro grande, de unos cincuenta kilos. Parecía tranquilo, tumbado al lado izquierdo del portalón; pero al acercarme se levantó alarmado y me miró fijamente. Indudablemente había captado con su fino olfato los suaves vapores del cortisol, o la etérea emisión de noradrenalina.  El caso es que, expectante, se acercaba lentamente presto a interceptar mi trayectoria. Yo decidí ignorarlo y continué caminando. Pasé a su lado mirándole de reojo y, sobrepasando su posición, le di la espalda sin prestarle demasiada atención. El perro, por mi derecha, me rodeó lentamente y con un salto inesperado a mis espaldas me dio un mordisco en el hombro, muy cerca de la nuca. Como el mordisco no fue excesivamente fuerte, preferí continuar sin volver la vista, casi sin hacer caso de esta declaración de guerra canina. Curiosamente no había ladrado en ningún momento y decidí no contestar a su  provocación. Bastante tenía ya por ese día. Inventé ese día los gruñidos silenciosos y apliqué el descubrimiento al resto del camino. Valoré muy seriamente denunciar a los propietarios pero; finalmente, no lo hice. Debería haberlo hecho pues aquel día sentí nítidamente el aliento de la muerte en mi nuca. 

Podría contar muchas más anécdotas en mis complicadas relaciones perrunas; vivo actualmente en una urbanización en la que un tercio de los propietarios tienen perro en su parcela. Los hay amables, juguetones, afectuosos... pero también resabiados, enloquecidos, rabiosos. Alguno ladra furiosamente lanzando su aliento  sus babas a través de los enrejados asomando el morro, mostrando los incisivos... pasar por la puerta metálica es una invitación a que golpee con sus patas delanteras su peculiar tambor de guerra templado en chapa metálica. Otro, "el loco", un perro pequeñajo al que haría volar de una patada, me increpa en lenguaje perruno cada vez que salgo a mi parcela. Parece mentira que, con un chalet interpuesto, sea capaz de detectar mis salidas de casa; pero lo hace y es capaz de ladrar con escandalosa y constante fiereza ante mi presencia. Me asombra esa territorialidad tan excedida. Compré un silbato para perros para doblegar sus ladridos; pero el éxito es relativo: se aleja y sigue ladrando con más ímpetu aún. Esta estrategia solo ha conseguido indisponerme con la hija de mi vecino que me ha regañado muy seriamente: "¿No sabes que eso está prohibido?" Yo, ante su unilateral defensa de los derechos perrunos, alegué que yo también tenía mis derechos: ¿Y el derecho a la tranquilidad? ¿Y las taquicardias sufridas? ¿Y los insufribles y eternos conciertos de ladridos a cualquier hora del día y de la noche? Pero esos incidentes al otro lado de la reja se quedan en sustos ante lo que voy a relatar. El caso guarda muchas similitudes con el de Roales del Pan que encabeza este artículo. Ese suceso ocurrió también en una pequeña ruta en bici que organicé en agosto de 2012 desde el pueblo de mis padres en Ayuela de Valdavia hasta la Dehesa de Tablares (instalación agropecuaria dependiente de la Diputación de Palencia). Como en otros casos también hice un reporte escrito de aquella travesía, por lo que me limito a transcribir lo que anoté en aquel día.

 "Poco después divisé el pueblo de Cornoncillo al que me dirigí. Allí tomé la carretera a la derecha unos 5 km. hasta El Barrio de la Puebla. Al llegar, ascendí hasta el cementerio, situado en un alto con una cuidada subida y, queriendo ser fiel a las indicaciones de mi GPS, casi me equivoco tomando el camino del Valle de la Hoya, junto al camposanto. Rectifico bajando hasta el pueblo y cogiendo un camino, antes del río, a la izquierda. Apenas 150 m. después, doblo de nuevo a la izquierda y prosigo un camino antiguo, casi abandonado, que me llevará en un kilómetro y medio hasta la granja de Tablares. Accedo por un lugar desacostumbrado y eso me creará problemas (lo normal sería haber proseguido por carretera hasta La Puebla y allí coger la P-225 hacia Congosto. A unos 2’5 km. encontraría el desvío al poblado). Así que, pedaleando entre hierbajos y adivinando apenas antiguas rodadas, llego al caserío. Pronto aparecen las naves de ganado rodeadas de cercados. Las puertas de la valla están abiertas y un perro enorme, al verme, sale a mi encuentro ladrando amenazadoramente. Inmediatamente le siguen cuatro perros más, de buen tamaño. Es tan amenazador, tan apremiante su ladrido cuyo aliento percibo sobre mis pies mientras pedaleo, que decido bajar de la bici lentamente, pero sin detenerme. Es un momento delicado pues el enorme can puede interpretar que me detengo para hacerle frente. Él sigue ladrando y babeando muy cerca de mis pantorrillas. Los otros perros le siguen haciendo coro a sus ladridos pero manteniéndose ligeramente por detrás. Con cuidado coloco la bici entre el perro y yo mientras prosigo muy despacio la marcha. Camino unos trescientos metros de esta guisa, temiendo que en cualquier momento se abalance sobre mí. Nadie aparece para apaciguar a los animales. Yo hablo sin parar, recito palabras tranquilizadoras destinadas a calmar a las fieras que no cesan en su apremio y me siguen por toda la finca. Ya casi en la salida, un trabajador se asoma a la puerta. No dice nada, ni llama a los perros que siguen ladrando furiosos. Cuando rebaso los edificios de viviendas los otros perros han abandonado aburridos esta lenta caravana de ladridos. Pero el feroz guardián no cesa de perseguirme con sus roncos ladridos hasta que alcanzo la última nave. Allí enmudece de repente y se vuelve dedicándose a curiosear entre la maleza del borde del camino. Entonces me detengo un momento para hacer una foto y, al verme, de nuevo comienza su ladrido infernal… Me sacudo el polvo de mis zapatillas y abandono esta finca mientras pienso en cómo poner una denuncia a los encargados de la misma por su imprudencia y desidia en el control de estos animales que, lo sé por experiencia, pueden llegar a ser muy peligrosos. En la situación en que me vi no descartaba un ataque del que saldría irremisiblemente perdedor (tan solo llevaba una navajilla de “todo a 100” y no me hubiera dado tiempo siquiera de buscarla ante un ataque. No me quedaron ganas de curiosear nada por la zona. Apenas una foto (en la que casi puede distinguirse el perro implacable remoloneando) de “malrecuerdo”. El paraje parecía hermoso, la finca productiva, el lugar descuidado… nada más puedo contar pues no me detuve ni un minuto más."

 

Perros de la Dehesa de Tablares.


 con 422 ejemplares", publicado el 29/04/2023.