martes, 28 de noviembre de 2017

Perlas peregrinas



Para el peregrino la vida pasa deprisa a su lado sobre dos ruedas.

Disparos. El peregrino se sobresalta. Se promete no salir el camino marcado. El color e su vestimenta es igual que el de la piel del conejo.

La mejor credencial son mis ampollas. ¿Quieres que te las enseñe?

Detente lo suficiente, pero nunca demasiado. El locus amoenus del peregrino está en el camino.

Ermita de los santos Justo y Pastor: es el lugar ideal puesto donde no hace falta.

Nogales sin nueces esperando el año de la suerte  para dar fruto.

Comida del peregrino indigente: Manzanitas de la vera del camino,  nueces con suerte, calabacines de la huerta, berros si sabes reconocerlos, cebollas,  y barbos del Tajuña y cnejo si saes cazarlos.

En el merendero peregrino del km. 6 del Tren de los 40 días, durante la siesta tendido en el banco, hay actividad aérea incesante y patrullas de tierra desplegadas bajo la mesa en busca de trozos de chorizo, migas de pan, restos de patatas fritas... por lo demás en el banco sombreado, el peregrino agradece la siesta.

El conejo defeca  desde una panorámica amplia: quiere ver. Nosotros los humanos buscamos lugares escondidos: evitamos las vistas.

Cuando al peregrino le atormenta la dureza del camino, cuando le asalta el dolor de sus extremidades y el cansancio se pone en "modo Zen" y entonces aguanta en introspección mucho rato. A veces distancias insospechadas se realizan en un santiamén como si hubiera habido un salto en el tiempo.

La música del dolor toca un concierto de cuerda con mis tendones: una música infernal en el interior de mi cuerpo.

Charo vuelve a llamar a las 2. Me da ánimos en el camino y consejos continuamente. Ya le he dicho yo muchas veces que el cariños es mejor mostrarlo en las distancias cortas que en las largas.

Menú 2 del peregrino indigente: conejo de monte aderezado con tomillo y dientecitos de maíz y cebolla e guarnición. Más adelante calabacines y tomates para ensalada.

¿Qué hace el monasterio principal de la Orden de Santiago ta alejado de los Caminos  principales?

"Al peregrino, lo peor" (aforismo de mi hermano Miguel, ante los desvíos que trazan los diseñadores de caminos)



lunes, 27 de noviembre de 2017

Los últimos testigos

No quedaba mucho para que, el 3 de enero de 2018, se cumplieran 74 años del accidente de ferrocarril más dramático de la historia de España y el tercero más mortífero del mundo (siendo que hasta 1972 ocupó el triste honor el en libro Guinnes de ser el primero). 

A los 24 años de edad, cumpliendo el servicio militar, el joven José Fernández González (Pepe, para los amigos) era  uno de los viajeros que ocupaban los 5 vagones de tercera repletos que hacía el viaje Palencia - La Coruña viajando en el el Correo-expreso 421.  Aquel expreso chocó con un tren minero en maniobras dentro de un túnel de trágica memoria en la estación llamada Torre del Bierzo, en León. Probablemente fuera uno de los últimos supervivientes (si no ya el último de ellos) que quedaban de aquel accidente que fue silenciado  interesadamente por el gobierno y la prensa franquista de la postguerra, pues no le interesaba mostrar la imagen de una España exhausta y pobre, operando con material ferroviario gastado y obsoleto, sufriendo un accidente ferroviario que mantendría durante muchos años el triste record de contar con más  muertos del mundo. 

Pepe logró salir entre aquellos vagones en llamas y escapar de ese túnel mortal donde muchos otros perecieron por el choque o las llamas. 

Yo, que lo conocí como amigo de la familia, tardé en enterarme de que era uno de los afortunados viajeros supervivientes en un accidente del que ni siquiera había oído hablar. Me contaron que viajaba en uno de los cinco vagones de tercera (los más cercanos a la entrada del túnel) y que, quizás por ello, pudo escapar de aquella desgracia. Aún conservaba el billete de aquel día.   

El relato de la tragedia pone los pelos de punta. Aquel tren Correo pasó a toda velocidad y sin frenos por la estación de Albares ante el estupor del jefe de la estación. El jefe de la estación, corrió a telefonear al jefe de Torre del Bierzo a 5 minutos en tren de su puesto. Aquel salió de su despacho haciendo gestos con las manos y gritando a los operarios que pusiesen traviesas en la vía con la intención de detenerlo, pero el tren llegaba ya desbocado en su descenso hacia el ya desaparecido túnel número 20 que se encontraba poco después de la estación. Era uno de los muchos que se encontraban en el difícil trazado que discurría por la ladera de la montaña y en cuyo interior se encontraba otra locomotora con tres vagones cuyo maqunista (alertado por los gritos del jefe de estación) intentaba alejar a toda velocidad para evitar el impacto. El Correo embistió a la locomotora en el interior del túnel. El choque fue tremendo. Seis de los vagones descarrilaron y formaron en el interior de aquel agujero negro sin ventilación un amasijo de hierros y maderas que pronto comenzó a arder. Las escenas tuvieron que ser dantescas. Cientos de pasajeros atrapados en el interior del túnel sin poder huir y otros tantos vecinos sin posibilidades de acceder para rescatarlos. A este cúmulo de desdichas se sumó la de otro tren con 27 vagones cargados de carbón que se dirigía, sin tener noticias de la tragedia, al interior del túnel por el lado contrario. Los cables que movían la señal de «aviso de parada» habían quedado inutilizados por el accidente y los maquinistas del mercancías, sin percatarse, continuaron sin detenerse. Cuando se se dieron cuenta de que algo ocurría en el interior del túnel, sus más de 600 toneladas de carbón les impidieron detener la locomotora de inmediato. El segundo impacto fue también brutal.
De los 12 coches que componían el Correo 421, cinco quedaron dentro del túnel y fueron devorados por el fuego. Fue allí donde se produjo la mayoría de las muertes. Tratando de sofocar las llamas se rompieron las tuberías de los depósitos de agua que se encontraban encima del túnel, pero no fue suficiente y el fuego continuó tres días más. El desfile de heridos y la recogida de restos humanos de entre los vagones calcinados duraron más de una semana, y la identificación de la mayoría de los cadáveres fue prácticamente imposible debido a la calcinación de los cuerpos, los documentos y las prendas de las víctimas.
«Existen datos suficientes para pensar que se produjeron entre 500 y 800 muertes» Los periódicos de la posguerra, que no volvieron a publicar nada después de aquellas primeras informaciones, redujeron el número de muertos a unos 50, mientras que los datos oficiales publicados por Renfe elevaron después la cifra hasta los 78. El juzgado de Ponferrada contó 58 cadáveres, mientras que en la sentencia del juicio al maquinista se establecieron 83 muertos y 64 heridos. El personal ferroviario y los propios habitantes de Torre del Bierzo, que participaron en el rescate, hablaban de al menos 350 las personas que perdieron la vida en el funesto túnel. En 1999, en el 55 aniversario de la tragedia, el secretario provincial del sindicato ferroviario de UGT, José Manuel Vidal, aseguraba a EFE que existían datos suficientes «para pensar que se produjeron entre 500 y 800 muertes». Un número que también aparece, entre interrogantes, en el Libro Guinness de los Récords, encuadrado entre las mayores tragedias ferroviarias de la historia universal. 

El 11 de noviembre de 2017 a los 96 años, Pepe, no pudo sobrevivir de nuevo al largo tren de su vida, muy cargado ya de vejez y enfermedad. Se fue y con él, una gran vida personal y un trozo de nuestra historia nacional que muy pocos (acaso ninguno) pueden contar ya en primera persona. Buen viaje a la otra vida, Pepe.


Pepe, junto a mi padre y mi tío Felicísimo (que bebe un botellín)

(Al fondo) Mi padre, Pepe, Fermina y mi madre en la romería de Rabanillo. 

Fermina y Pepe, arriba a la izquierda,
  en la foto conjunta con mis padres y familia en sus Bodas de Diamante. 

VIDEOS SOBRE AQUEL SUCESO.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Diario del peregrino del Camino de Uclés. 5ª etapa: Barajas de Melo - Uclés.

DIARIO DEL PEREGRINO DEL CAMINO DE UCLÉS



5ª etapa: Barajas de Melo - Uclés.
Martes, 14 de noviembre de 2017

A las 7:00  sonó la alarma del móvil. Ya de madrugada había logrado arroparme tan bien que, incluso en mi precaria situación, se estaba muy a gusto bajo la manta. Pensé en permanecer otra hora más disfrutando de las oleadas de calor que llegaban desde el radiador. Sobreponiéndome a la pereza me levanté y recogí cuanto había desplegado en el almacén: el radiador desenchufado y en su sitio, el tendedero contra la pared, la sábana bien doblada, las colchonetas apoyadas en la mesa... Desde la puerta eché un último vistazo por si me dejaba alguna cosa y, cerrando cuidadosamente la puerta, salí del pabellón. Pasé al lado de la autocaravana de Rossi que debía seguir durmiendo y me dirigí al bar Piñones, al lado del ayuntamiento, para devolver las llaves y tomar un café con leche. Jesús, el otro peregrino, ya había estado allí hacía unos momentos. Tres o cuatro parroquianos se interesaron por mí. Cuando les conté que había tenido que dormir en el polideportivo me aseguraron que la falta de habitaciones en la posada El Peseta era mentira. No quiso alquilarme y punto: no hay monterías los lunes - me dijeron.  

Inicié el camino con miedo. Durante la noche había tenido varios calambres en las piernas y éstas me dolían hasta el extremo de gritar ahogadamente cuando intentaba darme la vuelta. Ahora, según recorría las calles del pueblo hacia el camino, empezaban a entrar en calor y el dolor desaparecía  poco a poco. Hoy me sentía eufórico: salía con tiempo para llegar pronto, casi a la hora de comer, y los pies se habían acostumbrado a las ampollas y rozaduras. Crucé el pequeño río Calvache por un puentecito*1 y, desde allí, distinguí trescientos metros más adelante la silueta de un peregrino con su mochila. Me pareció Jesús, pero sería raro que fuera tan despacio: normalmente duplicaba mi velocidad en la marcha. En este lado del pueblo abundaba la vegetación y no faltaban árboles y huertos junto al río. Como a 1 km del pueblo, el camino cruza la carretera y se desvía a la derecha por una fuerte pendiente durante otro largo kilómetro cuesta arriba. Al final se divisa recortada contra la claridad del cielo de madrugada la Cruz del Pelegrin. Allí me está esperando Jesús, que es el peregrino misterioso que me precedía. Lo había alcanzado porque se entretuvo visitando la ermita de ... en Barajas. Nos hicimos las fotos respectivas*2 e intercambiamos números de móvil por si fuera útil nuestra colaboración en Uclés. Yo le despedí y me quedé un rato más haciendo algunas fotos*4 y poniendo el autosello gracias al buzón habilitado*3 en un murete al efecto.

El aire es frío y no apetece detenerse. La atmósfera está límpia y el sol empieza a caldear el ambiente. Después de este momento en la cumbre se baja la colina con alegría, optimista. Cuando llegamos abajo nos topamos con un camino que cogemos a la izquierda. Al volver la vista atrás veo que este camino viene cómodamente llaneando desde Barajas: ¡Hemos subido una cuesta de 1 km. habiendo una ruta mucho más sencilla! Me viene a la cabeza la opinión de mi hermano Miguel, otro gran caminante: "Al peregrino, lo peor". La iconografía de la Cruz de Hierro en el Camino de Santiago ha impulsado a  M. Rossi  a imitarla haciendo una subida innecesaria a esta alta colina solitaria en los alrededores de Barajas. Eso sí, las fotos, y la magia del lugar compensan en parte este pequeño enfado.

Así, caminando entre campos amplísimos, se pasa la mañana. Hasta dos tractores a la vez aran estos campos de más de un kilómetro de largo al lado del camino. El aire levanta una nube de polvo que llega hasta el camino. A veces, el peregrino se detiene, para dejar que se se remanse y se pose antes de acercarse. Van sucediéndose las señales en piedras,  letreros de madera, mojones... En los postes kilométricos han desparecido ya, tragados por los elementos, los números que marcan la distancia hasta el monasterio. A veces, en la amplia fachada de una casa en ruinas se anuncia con grandes letras las referencias del camino. Poco antes de llegar a Huelves giramos a la derecha por el Camino de la Cruz de Valdeolivas y medio kilómetro después, en un recodo del camino al abrigo de unos pinos, aparece un monolito de la nueva señalización con las placas cerámicas aún sin poner y el cemento fresco. M. Rossi ha estado ayer trabajando aquí, deduzco. El camino desciende hacia el pueblo ya visible tras la Autovía de la Meseta Sur. Bajo la autovía un gigantesco mural  sobre el hormigón anuncia el "Paso Internacional de Peregrinos" y un  grupo de grandes botones dan cuenta de las distintas nacionalidades de los peregrinos que pasaron por allí*5. Cien metros más adelante nos incorporamos al asfalto de la N-400 y nos dirigimos a la glorieta que la conecta con la población de Huelves. Justo en ella, maniobrando, veo la autocaravana de M. Rossi. Levanto el bastón para saludarlo y detiene el vehículo. Sale provisto de una cámara y me hace una foto caminando sobre el asfalto. No tardará en subirla a la página de facebook de la asociación. Charlamos un momento. Le comento que vi su obra reciente y me cuenta que viene de coger materiales del pueblo y que estos días está levantando la nueva señalización con mojones de cemento ya que las señales en madera se están deteriorando rápidamente. Me informa de los puntos de sellado (en la Iglesia, donde sellamos hace tres años y en el bar El bhúo, donde pienso dirigirme para tomar además una cervecita bien merecida). También me comunica que en Uclés no hay autobuses hasta Tarancón, excepto uno a las 10 de la mañana; pero me aconseja acercarme hasta el bar El Perico y preguntar por Ana Gálvez, del ayuntamiento, pues ellos conocen gente que se acerca a Tarancón todos los días y me podrían llevar: -Muchos peregrinos lo están haciendo así- me dice.

Frente al pueblo dudo un momento ante un camino que se dirige al río y un largo puente, no señalizado, que parece salvar la vía del AVE. Al final me decido  por el asfalto. Acerté. En Huelves sigo las flechas hasta llegar casi al final del pueblo. Casi escondido aparece a la izquierda el bar El Búho. Entro y salen a recibirme, escandalosos, dos perrillos inofensivos y juguetones. La dueña, Rosi,  aparece enseguida y se apresura a encerrarlos. Le pido una cerveza y le extiendo la credencial para que me la selle. Un simpático búho peregrino me informa de que me quedan 10 km. hasta Uclés, una nadería, con lo que llevo... Charlo con la dueña*8. Me ha llamado la atención un viejo kinké y un pequeño alambique eléctrico muy antiguo que parece en realidad una tetera.  Tras la barra, en la pared, algunos trofeos de caza, uno de ellos un jabalí con gafas rosas*6. Curioso. Mientras charlamos llega Paco, un ciclista que vive en puelblo y que se une a la conversación. Terminamos haciéndonos algunas fotos*7 que mando a Rossi (se me ha quejado varias veces de que no mandaba ni una). Al ver a Paco en su whatsapp me llama enseguida pues necesita hablar con él y no lograba comunicar por teléfono. Paco colabora activamente en el mantenimiento del camino, a lo que parece.

Después de un agradable rato en El Búho prosigo hacia Uclés siguiendo la carreterita asfaltada que denominan "Camino de Uclés" hasta cruzarme con la vía del AVE que va hacia Valencia. Un túnel salva las vías e inmediatamente el camino se desvía a la izquierda. Un nutrido grupo de señales lo anuncia.  Sobre el mapa se aprecia que la distancia por carretera hasta Uclés será de unos 4 km, pero el track que sigue el camino nos dice que haremos por lo menos 6. ¿Será otra de las "ocurrencias" de M. Rossi? Esperemos que el desvío merezca la pena. Conozco el tramo por carretera, hace 3 años tuvimos que llegar por él pues a mi sobrino Sergio, muy cansado, le daban calambres y no podía más. Llegamos en un santiamén y muy descansados, eso sí, entre coches.

El desvío nos lleva al vallado que proteje las vías y lo seguimos hasta que se introduce en un túnel. Entonces, dejando la alambrada a nuestra espalda, se aleja en dirección sur por la orilla de un pinar durante medio kilómetro para luego, al final de una bajada, girar bruscamente hacia el norte y retroceder hasta volver al trazado del AVE y salvarlo sobre el túnel. Esta vez parece no existir escusa para el enfado. Ha sido más de un kilómetro de más y parece que sin compensación alguna. Una muy buena razón habrá para este recorrido aparentemente absurdo. Se me ocurre pensar en derechos de paso por parte de los  propietarios de las tierras al lado de las vías, o de pasos insalvables al otro lado de la vía que sería la opción más lógica, si fuera posible... Pienso en lo que diría Juan, que se molesta tanto por las vueltas y revueltas evitables.

Luego el camino se dirige al este durante 200 m. y a continuación hacia el sur, ya orientado definitivamente hacia Uclés, a la altura de un monolito dedicado a M. Rossi, creador el camino*9. Serán ya 5 agradables kilómetros entre pinos los que nos queden. La travesía por La Sierra del Pavo se hace muy llevadera. Se pasa primero por un vértice geodésico y poco después, tras una colina, asoma la aguja de la torre del monasterio*10. Pero la imagen engaña, todavía nos quedarán más de kilómetros entre pinares. Al llegar al ultimo monolito se nos presenta bello, poderoso, el monasterio elevado sobre su colina*11. Allí, cuatro grandes bloques de piedra junto a los pinos ofrecen asiento con unas vistas espectaculares. es un buen sitio para comer y preparo un par de bocadillos de chorizo y mortadela. Una cervecita de bote completa una comida magnífica, si no por los manjares, sí por el local.

El sol calienta a estas horas y se agradece la llegada a través de umbrosos pinares. Al llegar al pie del monasterio se impone una subida de 0,7 km  por la carretera. La asumo animoso pues sé que será el último esfuerzo. Una vez arriba, acudo a sellar a la pequeña oficina de la recepción junto a la puerta*12. Me sellan amablemente y contestan también algunas preguntas que me rondaban por la cabeza. Me informan de que, efectivamente, no hay autobuses y la chica que amablemente me atiende me sugiere preguntar a los turistas que hay por allí por si aceptan llevarme.También me informa de que se puede pernoctar con saco en dormitorios corridos que tienen habilitados. Echa la cuenta  mentalmente  y le salen más de 60 plazas para  posibles excursionistas poco exigentes. No visitaré el monasterio, lo conozco. Salgo con prisa a la caza de visitantes que me puedan llevar. Una pareja de jóvenes  parece estar haciendo un reportaje, lo adivino  por sus grandes cámaras sobre trípode con potentes teleobjetivos y la consola de dirección de un dron que, aunque no logro ver, debe estar sobrevolando el recinto. Espero a que me atiendan, y tras un buen rato, me dicen que van en dirección Cuenca. Decido bajar hasta el pueblo y busco el descenso ahora  por la escalinata que se aprecia en la base. Con mi pinta de peregrino indigente y desaseado pregunto a un grupo de turistas (alemanes, parecen) por donde están las escaleras. Me envían a la parte posterior del monasterio*13 donde yo recuerdo que hace años había una puerta ruinosa. Después de rodearlo completamente me topo con dicha puerta cerrada. Retrocedo y al pasar junto a los turistas me miran apurados y me interpelan como diciendo ¡Ah, lo siento, buscabas el sitio para bajar: es por allí! pero todo ello en alemán. Yo probé en francés "Ye cherche les ecaliers" pero ni me entendieron a mí, ni yo comprendí nada de lo que me respondieron. Me despedí con un caluroso "gracias" palabra que seguramente ya formara parte de su vocabulario.

El pueblo se extiende sobre la base de la colina del monasterio y yo me dirigí hacia la plaza del ayuntamiento. Allí divisé el bar "Posada de Perico" y pedí la socorrida cerveza. Pregunté por los autobuses aunque sabía la respuesta, pero así me daba pie para preguntar si conocía a alguien que tuviera que viajar hasta Tarancón esa tarde. -Yo mismo te llevo que vivo allí. Espera 15 minutos que me faltan para salir- , me respondió el camarero. Pasé el siguiente cuarto de hora disfrutando la cerveza y  felicitándome por la suerte que había tenido.

No me gusta mucho hablar, pero el simpático camarero se merecía una buena conversación. durante el viaje. Hablamos del monasterio, de los chicos de los pueblos de alrededor que estudiaron allí: -Muchísimos, les preparaban con muy buena base- me dijo, de algunos pueblos cercanos: - Yo conozco Palaomares, mi mujer es de allí- le dije... Enseguida llegamos a Tarancón y tuvo la amabilidad de llevarme hasta la misma estación pasando además, por si cambiaba de idea, por la de autobuses que está a apenas 100 metros. Confrontando horarios me traía por cuenta tomar el autobús hasta la estación de Méndez Álvaro en Madrid y después enlazar con el cercanías hasta Guadalajara haciendo trasbordo en Atocha.

Así que cansado, ojeroso, con los pies destrozados; pero a un tiempo relajado, tranquilo y con una beatífica expresión en la cara; viajé arrullado por el suave run run del tren hacia mi hogar en Guadalajara. En el vagón la inmensa mayoría de la gente viajaba ensimismada, dormida, inclinada sobre sus móviles o ebook... yo les miraba curioso, abierto, desafiante... regresaba de una pequeña hazaña.  Y ya estaba pensando en la próxima.*14
  


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*3 *4


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sábado, 25 de noviembre de 2017

Diario del peregrino del Camino de Uclés. 4ª etapa: Estremera - Barajas de Melo.

DIARIO DEL PEREGRINO DE UCLÉS


4ª etapa: Estremera - Barajas de Melo
Lunes, 13 de noviembre de 2017


A eso de las 7:30 noto a través de la rendija en la puerta de mi habitación que Jesús se ha levantado. Trajina en silencio por el albergue y, antes de las 8:00, lo ha abandonado. Yo me levanto entonces y rápidamente recojo mis pertenencias. Quiero desayunar en el bar El Chaparra *1 del que Rossi me aseguró que estará abierto a estas horas y comprar algo en la tienda de comestibles Alvi cuya dueña es muy simpática y tiene un sello muy bonito para la credencial. Ninguna de los dos establecimientos está abierto. Es lunes y probablemente es su día de descanso, así que sin desayunar y sin comida reciente he de emprender la marcha. Mal empezamos.

Bajo esa misma calle (que corresponde a la carretera M-241) hasta las últimas casas a la derecha y allí cojo el Camino de Fuentidueña que aparece marcado. Ahora la pista es de de tierra y grava y así continuaremos la mayor parte del camino que resta hasta Uclés. Se suponía que hoy haría mucho frío (las noticias anunciaban un descenso térmico importante) pero la mañana es muy agradable. Voy cubierto de camiseta y pantalón térmicos bajo del chándal y un polarsobre todo ello pero veo que pronto empezará a calentar. Camino durante un kilómetro hasta  un cruce de cinco caminos y tomo el de la izquierda como me indican las señales. A medio kilómetro el camino corta varias trincheras de ferrocarril y, otro medio kilómetro más allá se interna bajo tres túneles consecutivos*2 *3. Por el camino me he ido quitando prendas y en el último túnel me desvisto completamente para quedar solo con el chándal y el polar. Allí tras subir encima de la colina que lo alberga, nos dejamos caer hacia la carreterilla llamada del Canal que seguimos hasta la M-240. La cruzamos unos 100 m. más allá, a la altura de un merendero de una sola mesa muy abandonado, y proseguimos perpendicularmente a ella por un camino flanqueado de fincas y chales para seguir por el Camino del Cercado junto al río Tajo hasta el puente cruzado por la M-241. Hay que andarse con ojo pues está en una zona de mala visibilidad y hemos de cruzar sin paso de peatones. Un cadáver de perro atropellado y ya momificado por el sol nos sirve de advertencia*4. Son las 10:15 cuando atravieso el río*5. De carretera a carretera habremos hecho un kilómetro. Pasado el río continúo por mi izquierda como bue peatón y me sorprende en la ladera un singular monumento homenaje a un motorista fallecido*6 (¿Hacen falta más avisos para advertir de peligrosidad de este tramo?). Continuamos medio kilómetro por el arcén hasta un pronunciado desvío a la izquierda*7 para tomar la Carretera del Whisky (no el whisky de la carretera, aunque muy cerca está la destilería de Doble V) anunciada por un cartel que indica 16 km hasta Baraja de Melo y de paso que nos dirigimos a El Ballestar, urbanización más extensa que el propio Estremera y que cuenta con un Hotel del tres estrellas al norte y uno gratis, 3 km en línea recta al sur, que se llama Centro Penitenciario Madrid VII de Estremera (saludo mentalmente al señor Oriol Jonqueras, que reside allí actualmente). Pronto la carretera se convierte en la calle Sabina que asciendo cansino hasta que se abre a un pequeño parque al lado del Hotel MR*8. Allí me detengo a tomar un café con leche grande (de medio litro). Fue un desayuno tardío que me llevo un buen rato acabar. Mientras, hago unas llamadas y pongo al día mis notas. No puedo quedarme mucho (ya quisiera, incluso a dormir) pues quiero llegar a Barajas de Melo antes de las 6. He hablado con Milagros, la teniente alcalde de Melo, y le he comentado que La Peseta no tiene habitaciones y que si era posible que durmiera en el polideportivo. Se extraña de que no tenga camas en esa pensión y le cuento la explicación que me dieron. Le informo también de que llegaré un poco tarde, como a las 6 y le aviso de que puede que llegue otro peregrino antes (se lo digo por Jesús, que estará en mi misma situación). Me asegura que hasta las 7 habrá alguien en el ayuntamiento que me pueda dejar la llave.

Emprendo la larga cuesta abajo que, continuando por la antiguamente llamada carretera del Whisky (hoy en bautizada en el callejero calle Enebro) me conducirá en un kilómetro hasta un pequeño puente sobe el río Calvache que cruzaré y después tomaré el camino de la Vega del Hoyejo, a la derecha, durante unos 12 kilómetros.

Sopla el viento en la bajada del Ballestar. Delante se extiende un largo valle con pequeños cerros a la izquierda y, a la derecha, extensos campos de labor preparados para riego por aspersión*9. Miles de aspersores dejaré atrás en esta travesía solitaria y dolorosa.  El día promete ser duro; a la aspereza del camino (voy calzado con zapatillas ligeras pues las botas me molestan) se suman unos gemelos duros como piedras y los preocupantes avisos de algunos tendones a la altura de las ingles. Cada piedra puntiaguda que piso es una puñalada de dolor en la planta de los pies, cada cuesta abajo un suplicio para mis gemelos y, poco a poco, los tendones aumentan el volumen de sus quejas. Camino mirando al suelo, dos metros por delante, para sortear los guijarros con que pudiera lastimarme.Nada, ni una sombra se divisa, ni el más mínimo refugio en estos largos kilómetros de pista que transcurren paralelos a otro camino que se dirige a Barajas  por el otro lado del valle. Recuerdo este tramo, realizado en bici, en un mes de junio hace tres años. Muchas veces nos mojaba algún aspersor estropeado que inundaba el camino con una lluvia refrescante. Entonces los maizales mostraban un hermoso color verde y los conejos cruzaban desde los maíces a los cerros por docenas tras cada curva. Resultaba espectacular contarlos mientras corrían asustados hacia sus madrigueras en la ladera. Sin exagerar vimos cientos de ellos. Hoy, con los campos cosechados y una pertinaz sequía, apenas asoma alguno entre la rala vegetación. Los cazadores casi los han exterminado, y lo que no terminaron ellos lo está completando la falta de agua. Todo el valle es un inmenso coto, cada 125 cansados pasos peregrinos se alza una placa rectangular que lo delimita.

Valle adelante, dos horas después, se amplían los cultivos también por la derecha de lo que parecen ser ¡cebollas!. Efectivamente en la zona del campo colindante con el camino los agricultores han hecho una selección desechando cientos de ellas por estar golpeadas, peladas o partidas; observo que algunas aparecen en perfecto estado*10. Tomo nota de otro ingrediente más para el menú del peregrino indigente. Se suceden curvas a un lado y a otro avanzando hacia el final del valle. El peregrino, muy cansado, busca un lugar agradable donde comer. Cree encontrarlo  en unas casas, al fondo, entre árboles; pero  resulta ser una finca vallada  (Casa del Salobral) y además, justo en ese punto, el camino gira hacia la derecha bruscamente retrocediendo medio kilómetro por una pista asfaltada que atraviesa el centro del valle y cruza el Calvache por un pequeño puente. El viento otoñal azota el centro del valle por lo que tampoco es cuestión de parar aquí. Continuo por la nueva pista intentando adivinar la salida del valle: - Pero... ¿dónde diablos está Barajas de Melo? No puede ser que esté muy lejos ya. Se hace tarde. Estoy cansado. Me duelo todo el cuerpo. Tengo hambre y sed... Finalmente, desesperado, decido parar a la  escasa sombra de un solitario taray*11 a la vera del camino. Me siento, derrotado, bajo el ramaje y descalzo mis pies torturados. En un minuto siento frío y me arrastro buscando el sol. Noto que los calambres amenazan mis piernas que se van quedando frías; he de cambiar de postura cada poco para evitarlos. Algunos movimientos hacen que me queje para mí mismo (también grité para desahogarme en medio de la soledad del camino) . Saco de mi mochila mis provisiones de emergencia y me zampo, bien regadas con agua, unas tortas de aceite y anís untadas con mermelada. Lo completo con algunas frutas. Pero no estoy a gusto. El aire me enfría rápidamente y, después, el continuar se hará más duro. Dolorido de cintura para abajo me curo torpemente los pies, coloco unos apósitos en las zonas amrcadas por las ampollas y roaduras y me calzo dolorosamente las botas.

Continuo muy despacio hacia Barajas. Cojeo ostensiblemente. Observo, desde la lejanía, que el último desvío que tomamos origina en el camino un zig-zag incomprensible. Parece más cuerdo que hubiera continuado por el otro lado del valle.  Por fín, aparece a lo lejos Barajas de Melo con sus calles tendidas en la ladera mirando al mediodía. Con el pueblo a la vista se descubre en un pinar a la derecha un trozo de bosque pintado*12 *13. No es ta espectacular como el de Ibarrola en Oma, pero hay que darle tiempo. Poco a poco me voy acercando entre retales de tierras sembradas con algunas verduras que unos campesinos se apresuran a recoger, verdes aún antes de la llegada de las primeras heladas que están muy próximas. Han sido unos 7 km  por este lado del río. Con estas verduras, algunas de ellas deshechadas, el peregrino indigente podría completar su menú en este día aciago: Conejo encebollado aliñado con tomillo del campo y, para completar, ensalda de tomate, y col con calabacines. Quizás pueda añadir alguna almentra al guiso, pues de estos árboles ya se ven algunos.

Entro en el pueblo y pegunto por el ayuntamiento.
- Siga esta misma calle y a unos 500 m. allí está.
- ¿Y el polideportivo?
- Otro tanto al otro lado, más p'allá.

¡Un kilómetro de punta a punta! Pues sí que es un pueblo largo ¡y en cuesta!

Poco antes del ayuntamiento encuentro el famoso bar La Peseta*14. Es un local más bien pequeño. Entro a echar un vistazo y probar suerte una vez más:
- Oiga, soy peregrino del Camino de Uclés. Llamé ayer y no tenían habitación. ¿Ha habido alguna cancelación, por casualidad?
- No, no tenemos nada. ¿Ha preguntado en el Ayuntamiento?
- A eso voy ahora. Gracias.
- ¿Vas a venir a cenar? Lo digo para que vengas pronto (antes de las 8:30) que a esa hora esto se llena...

Entro en el ayuntamiento*15 y en el moderno hall tres funcionarias trabajan en sus mesas. Me acerco a una de ellas que luce en su escritorio el cartelito de la OMIC y le pregunto si ella misma me puede atender. Le cuento la conversación que tuve con Milagros, la teniente alcalde. Y le pido educadamente que me proporcionen la llave, si es posible. La mujer consulta aquí y allá, llama por teléfono y escribe algo en un ordenador. Mientras ha entrado un señor con un maletín. Resulta ser el alcalde y nos presentamos. Le explico mi situación y parece extrañarse cuando le digo que la pensión Peseta está completa, pero no dice nada. Me pregunta si tengo ropa de abrigo pues hará mucho frío en el polideportivo. Le digo que voy provisto de doble indumentaria, pero que no tengo saco de dormir. Me mira preocupado. Pregunto si tienen mantas allí y la funcionaria dice que no. - ¿Y en Protección Civil? Allí sí y quedamos en que a la salida del trabajo me traerá algunas.

La amable funcionaria se ofrece a llevarme en su propio coche hasta el polideportivo.  Me abre y enseña el aposento (el cuarto del material)*16. Nos dirigimos primero al cuarto del material y volvemos con dos colchonetas que dejamos tendidas en el suelo del almacén. El lugar resulta helador ya a estas horas de la tarde. El mobiliario consiste en unas estanterías con petos de colores, una carretilla con escobas, una vieja mesa, un destartalado sillón, un tendedero, un frigo desenchufado, una lavadora hace mucho tiempo en paro  y ¡Gracias, Dios mío! ¡Un radiador de aceite cubierto de polvo! (Para mis adentros me propongo comprobar en cuanto sea posible si funciona). La funcionaria me explica el funcionamiento del tablero de luces, me muestra los vestuarios con sus lavabos y sus duchas (comprobamos el agua caliente del termo que funciona perfectamente). Me despide para que me duche y me promete que volverá a las 7 con alguna manta. Yo me quedo en mi guarida municipal con el radiador enchufado y comprobando, desilusionado, que no funciona. Me ducho en el vestuario helado por las corrientes de aire de los ventanales abiertos. El chorro de la ducha resultaba delicioso en ese entorno, pero al cerrar el grifo la piel se erizó casi instantáneamente. A toda prisa me sequé con la ropa sucia (sí, lector, el peregrino intenta viajar con lo menos posible y, muchas veces, suprime las toallas) y me vestí a toda prisa. Volví tiritando al almacén. Me coloqué todas las prendas que tenía y, poco a poco, entré en calor.

Salgo al patio que hay frente a la puerta y me recuesto un ángulo de la tapia mientras realizao las llamadas habituales: a mi madre, a mi mujer, algún mensaje a Rissi por whatsapp contándole las incidencias... En cinco minutos se hace de noche. Me acerco a la puerta a esperar la funcionaria co las mantas y, en ese momento, se acerca con su coche. Baja con una manta en la mano (¿Sólo una?). Yo agradezco la atención, bastante se ha molestado la pobre, pero no sé cómo pasaré la noche... Intentaré arreglar, a modo de manta, unos grandes paños de material parecido al fieltro que encontramos por el almacén.

Bajo a cenar a el bar Peseta. Llego pronto, como a las 7:15 y apenas tiene gente. Sentado ante la  barra descubro a Jesús, el peregrino que me antecede en todos los pueblos. Le saludo y charlamos delante de unas cervecitas. Muestro mi curiosidad por saber donde se hospedará y me dice que en la Pensión Peseta, regida por la misma familia que el restaurante. Asombrado le pregunto cómo ha conseguido habitación si no había desde ayer y me cuenta que llamó al ayuntamiento y la persona que le atendió se encargó ella misma de acudir al bar (está muy cerca) y gestionarselo.  Me quedo estupefacto y empiezo a comprender que me han tomado el pelo: para un don nadie que pasa por allí no hay sitio, ¡pero si te lo pide alguien del ayutamiento...!  Sin poderlo evitar (o acaso lo hice a posta) exclamo: ¡Yo soy gilipollas! y razono en alto para que me oiga desde la barra el joven camarero que me han engañado miserablemente con lo de que no había plazas... por no tener padrino, claro. Algo exaltado, seguía mostrando con una media sonrisa, mi indignación y Jesús, beneficiado en todo este asunto intenta justificar a la dueña: -¡He tenido suerte! - dice. Notando qeu el tema le incomodaba cambiamos de conversación y nos sentamos a cenar en una de las mesas: me tomo un plato de chorizo con un par de huevos y patatas fritas. Luego café y copa que la voy a necesitar. Durante la cena hablamos de caminos y peregrinaciones, de cómo se ha prostituído al comercio el Camino Francés y  que los restantes siguen sus pasos rápidamente. Hablamos de los encuentros casuales, la hospitalidad de  los lugareños, de los rincones mágicos... Nos despedimos otra noche más y nos emplazamos para mañana en Uclés, si puede esperarme.

De vuelta al polideportivo veo aparcada junto a la valla la autocaravana de Rossi. Me había pedido que le avisara cuando volviera así que doy dos golpecitos en la puerta. Sale Manuel y le comento preocupado que he debido dejar las luces de todo el polideportivo encendidas pues está completamente iluminado. Me tranquiliza y me cuenta que las encendieron un grupo de guardias civiles jóvenes que echan un partidillo de fútbol sala a esas horas. En el almacén, Rossi (que algo debía saber) se empeña en que el radiador funcione. A base de probar nos dimos cuenta de que la rueda del termostato estaba atascada. Después de manipularla logramos que se moviera y ¡se encendió!  La agradable perspectiva me puso de buen humor y olvidé hasta el incidente del la posada.

A eso de las 10:00, los guardias civiles terminan el partido y dejan el pabellón en la más completa oscuridad. Antes preparar mi lecho echo un último vistazo al enorme espacio de la pista. Me vienen a la cabeza las imágenes de otro polideportivo similar en Cálamo Baleira donde aún tuve fuerzas para antes de acostarme echar unas carreras y unos tiros por toda la cancha. Me v eo ahora a mí mismo cansado, con el cuerpo dolorido y las extremidades inferiores de mi cuerpo protestando. Acomodo las colchonetas junto al radiador que, sin calentar en exceso, produce un calor reconfortante. El sucio cojín que me prestaron lo envuelvo con el polar a modo de funda. Y me tiendo. Paso la noche alternando un costado y otro contra el radiador, pero me apaño para estar más o menos caliente. A medianoche, hube de levantarme y añadir los grandes trozos de fieltro: mientras un costado estaba calentito, en el otro se palpaba el frío.

Por fin, logré ese punto de arropamiento aceptable. Y dormí.    


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