jueves, 28 de septiembre de 2017

1-O


No puedo evitar interpretar la famosa fecha del ilegal referendum en Cataluña como un marcador deportivo. Me imagino un encuentro de fútbol donde el equipo local ha marcado un tanto al equipo visitante. Mi problema aquí es determinar cual es el equipo local. Porque puede interpretarse que el equipo local es España (al fin y al cabo Cataluña, hoy por hoy, sigue siendo territorio español) y el visitante un país que se pretende extranjero. O, acaso, el equipo local es el supuesto estado independiente y España pasaría a ser país extranjero.

Sea como fuere será un resultado injusto, con un árbitro burlado, con jugadores tramposos que fingen zancadillas ante el área, con tarjetas que no se atreven a ser rojas y amenaza latente de suspensión del partido por altercados entre los participantes.

Desde luego, pese a lo que afirma uno de los equipos a los cuatro vientos, no será un partido amistoso. Será un lance lleno de provocaciones (pitadas al rey, silbidos a uno de los himnos, declaraciones previas incendiarias, descalificaciones mutuas, desobediencias a las reglas del  juego), mentiras ("tenemos derecho a jugar cuando y como queramos", "aceptaremos los resultados" y "será un partido limpio"), trampas ("si ganamos el partido, ganaremos el Trofeo de la Independencia y jamás volveremos a jugárnosla; si perdemos, exigiremos revancha anualmente"), juego sucio (el ganador será elegido por aclamación popular del público asistente -la afición local-, no en función de quién cumpla las reglas del juego), manipulaciones (el público que acuda al estadio aprovechará para realizar ante las cámaras un elaborado repertorio de canciones, coreografías y dramatizaciones destinadas a mostrar sus hondas emociones y el romanticismo de la lucha de su equipo), victimismo (si el partido no sale como esperan, el publico mostrará su antipatía -u odio- por los jueces del campo a los que acusará de estar comprados y perjudicar a su equipo).

Este partido nunca debió plantearse. Se juega en una liga inventada, con encuentro solo a domicilio, con árbitro recusado, con una afición local que lincharía a la visitante si acudiera, con peligro de invasión final del campo por aficionados ultras... Algunos lo plantearán solo como un juego: el cívico y lúdico placer de competir; pero, tras el pitido final, la afición caerá en la cuenta de que ya nunca habrá encuentros amistosos con sus rivales, de que su liga se achica, que el dinero para fichajes se acabó. Las peñas, antes unidas, pelearán por su parcela de influencian el campo; los corruptos, camuflados tras euforia independentista, resucitarán como zombis insepultos, en las figuras del equipo aflorarán los egos y las envidias...

En este partido perdemos todos. Ya hemos perdido. Nunca debió celebrarse.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Dos no discuten si uno no quiere.


Ante una discusión acalorada, o una disputa entre hermanos, decía mi madre: "Dos no discuten si uno no quiere"

Y, a primera vista, parecía un refrán sensato y sabio. Es bien cierto que, si dos personas son razonables y coherentes, el silencio de una de ellas acaba la discusión. Como "a buen entendedor pocas palabras bastan", cero palabras es un argumento evidente. Pero a lo largo de mi vida han sido frecuentes los litigios, muchas las controversias, innumerables los debates; y lo que he aprendido es que "si uno se empeña en discutir acaba consiguiéndolo". Existen procedimientos para exasperar al adversario en un litigio: los malos modos, la provocación, el insulto, la mentira, el cinismo... Y si el pasivo interlocutor, en aras de la ansiada tranquilidad,  renuncia a la discusión habrá de consentir en dar la razón al contrincante o bien reprimir una agresividad que en un momento dado rebosará el vaso de la paciencia. De esta manera se llega a la descalificación, se prosigue por el insulto y, a veces, se llega a las manos. 

En este tira y afloja gana el que más tira mientras no se rompa la cuerda. Es un juego en el que nunca se gana, pues el perdedor guarda su resentimiento en la recámara para un disparo posterior. No hay victoria limpia cuando se juega con ventaja y sin reglas. Tendida la cuerda y con los jugadores en su sitio, no vale adelantar el pañuelo o contar 1, 2 y 3 desde mi bando y por sorpresa. Y, por supuesto, si ganamos no se nos ocurrirá repetir el juego jamás, no sea que a la siguiente ganen ellos. 

En los argumentos de una discusión no valen afirmaciones inflexibles como Independencia sí o sí, Hoja de ruta inmutable, Fecha inaplazable, Referendum irrenunciable; o atrincheramiento en  posiciones tramposas como Desobediencia a la ley, Falsa representatividad... ¿Cuál es el espacio para la negociación? Esto no sería una discusión sino un monólogo ante un público silente.

Me temo que muchos independentistas catalanes han decidido también renunciar al significado de la palabra discutir que dicta la Real Academia Española de la Lengua: "Examinar atenta y particularmente una materia" para retrotraerse al siglo I a su original y superado origen etimológico: "sacudir, golpear una cosa hasta hacerla quebrar en mil pedazos, quebrarla", una acepción usada por generales como Tito Livio o César. 

Como en algunas discusiones con mis hermanos, al final, exasperado por su cansina insistencia respondía bruscamente. Entonces llegaba el llanto escandaloso y las lágrimas. Mis hermanos se instalaban en el victimismo y sacaban partido ante la llegada de mis padres que, independientemente de mis razones, dictaban contra mí sentencia de culpabilidad.¿Será eso lo que están buscando en Cataluña? 

lunes, 4 de septiembre de 2017

La memoria digital


Dicen que la información es poder. Y la información (hasta no hace mucho) ha residido en la memoria. El olvido es pobreza y debilidad. Eso lo sé bien. Eso sí lo recuerdo.

Estamos en un periodo de tránsito. La información, los recuerdos, las historias...  habitan dos espacios diferentes y  unidos con vasos comunicantes de paso regulado. Algunas de las espitas están cerradas  cuando uno de los vasos se rompa, su contenido se perderá. Es la memoria individual de tantas personas que se llevará sus conocimientos y recuerdos a la tumba. Muchas otras  están trasvasado contenidos al gran almacén digital usando soportes personales o compartidos. Por eso al iniciar una búsqueda en la red  encontramos informaciones sorprendentes, muchas veces inesperadas. Resultan deliciosas las crónicas, las biografías, los diarios particulares e ignorados que van saliendo a la luz. Matizan, incluso contradicen, a veces la historia oficial o incluso la historia individual: nuestro propio recuerdo biográfico. Por eso son útiles. Por ello se hacen necesarios. Un caso singular son las imágenes. Las fotos antiguas resultan insustituibles. Su escasez, su histórico testimonio, las hacen valiosísismas.  ¡Cuántas se perderán privándonos de tantas historias insospechadas, tantos rostros desconocidos, tantos lugares ignorados, tantos hechos inexplicados!

En un futuro no muy lejano los vasos comunicantes será de paso libre. Todo se conocerá. La omnisciencia solo estará sujeta a lo aparatoso de su acceso, a la dificultad de su búsqueda: pero la información estará allí. Pero su magnitud inconmensurable presencia la tornará inmanejable. Alguien (un ente informático, evidentemente) tendrá que ayudarnos. La información fuera de los límites manejables (por exceso y por defecto) es impotencia. Lo primero deriva en el caos y lo segundo en el vacío.

Si la Historia comenzó con ese extraordinario y perdurable soporte que es la escritura, un nuevo periodo se abre ahora: La  Posthistoria. Un nuevo formato de almacenamiento está desplazando vertiginosamente a los libros, desplazándose, rápidamente hacia lo audiovisual. Como centinela de la historia: ¡mantente alerta, escritor de guardia!