domingo, 9 de septiembre de 2018

¿Cuándo los blogs dejaron de interesar?


Hace años, editar un blog proporcionaba un aura de modernidad, calidad, originalidad, formación... Hoy en día, apabullados por facebook, instagram, twetter... los blogueros son unos seres cansinos que editan textos larguísimos, de pesada digestión y que no interesan a nadie.

¿Qué me dices cantautor de las narices? -cantaba L.E. Aute en una de sus canciones "protesta"-. Hoy en día pasa lo mismo con los blogs. Casi nadie aguanta una entrada medianamente larga por muy trabajado y pensada que esté. Hay que ser una celebridad para que te otorguen el beneficio de la duda y perseveren en su lectura hasta el final.

Como en muchos aspectos de la vida hemos pasado de la elaboración a lo elaborado: de la literatura al telegrama, de la cocina a los platos precocinados, del cine al videoclip, de la novela al cuento, del párrafo a la frase facilona...

Bastante será que hayas llegado hasta aquí, osado interrnauta. No quiero tentar tu lábil interés con unas líneas más. Me conformo con este exceso que me concedes. Sé que te ha costado mucho esfuerzo terminar y te lo agradezco. Te compensaré con este remake de la canción de L. E. Aute donde me río de mí mismo:

¿Qué me dices, 
en tu blog de las narices, 
que me cuentas 
con rigor conceptual?
¿Qué escribiste? 
Nade entiende qué dijiste,
Si estás sólo, 
búscate una red social.
No compartas, 
es mejor que escribas cartas;
dale al like, 
pero no me aburras más:
me conecto 
sólo a chatear un rato
Llegas tú, fundes mis los datos
y aún te tengo que aguantar.

Qué tristura, 
tu entrada se hace muy dura,
es autista 
y es muy larga: no es normal.
Me la suda, 
no lo pongas más en duda,
no te aguanto 
ese aire doctoral. 
No das una
tu entrada es inoportuna, 
¡no imagines 
que la pienso comentar!
Es un muermo
con leerla ya me duermo
no sigas, me pongo enfermo,
cierra el blog y entra en un chat.  






jueves, 6 de septiembre de 2018

Crónicas del verano: Trabajadores sureños.


Subyace un mensaje subliminal en muchas declaraciones de políticos de variado pelaje cuando hablan de nuestros paisanos del sur: "Los andaluces son vagos, incultos y poco serios". Pero no es lo que en estas vacaciones andaluzas he visto.
No es cierto que los andaluces, los ovetenses en este caso, sean una pandilla de vagos que se aprovechan del paro, del PER y del seguro de desempleo. Los que trabajan en el hotel se mueven con soltura y eficacia en el sector servicios y te atienden con profesionalidad y simpatía. Son esforzados en el servicio y eficientes en su trabajo. tras el mostrador de recepción, en el comedor, al otro lado de la barra, empujando el carro de limpiza... solo veo personas trabajadoras y cumplidoras con un plus de simpatía que faltaría en otras comunidades "serias".

Hoy leo en la prensa que una ovetense, Carolina Martín, acaba de lograr la gesta inédita de conseguir tres campeonatos del mundo de badminton. Felicidades a Carolina Martín, humilde sureña frente a la orgullosa prepotencia de algunos catalanes.

martes, 4 de septiembre de 2018

Crónicas del verano: Todo incluído.





Lo del todo incluido es brutal. Tras echar un vistazo a la lista de consumiciones ofertadas he decidido probar todos los cócteles, la variedad de chupitos y resto de brebajes que me ofrecen a cambio de mostrar la muñeca al lector del código de barras de mi pulsera intransferible. Pero, pasando los días, descubro que los cócteles son de máquina, los licores de marcas baratas y el servicio muchas veces en vaso de plástico.

Siento la pulsera sobre mi muñeca como unas diminutas esposas. A veces me sorprendo dándola tironcitos un un intento inconsciente de sacármela. En pequeña y liviana, pero se hace sentir y se torna pesada sobre mi anhelado sentimiento de libertad. A veces tienes la sensación de ser una mascota o haber sido anillado como una rapaz a quien vigilar.

Al final apenas consumes algunas copas en toda la semana. La rentabilizas un poco a base de cervezas y agua mineral. Para el snack de pequeñas consumiciones como perritos, sencillísimas hamburguersas, patatas fritas y pastelillos ni lo uso.

El invento me recuerda la barra libre de una boda o un botellón comercializado. Acabas aborreciendo las consumiciones.

Otra cosa es el comedor. La comida del último día la sacamos de contrabando a base de pequeños "hurtos": un melocotón al bolsillo, un pastelito al bolso, un pequeño bocadillo a la mochila... había que procurarse la comida del último día (fuera ya del plazo del todo incluído) a base de porciones. Al final no nos cabía el botín en la nininevera de la habitación e incluso hemos ido terminando poco a poco en casa los restos de víveres acumulados.

No sé porqué pero la comida que no pagas sabe mejor.

Crónicas del verano: Conchas



La gente mira sorprendida mis manos que abrazan ya, cada una,  media docena de conchas, de ostras, de veneras... Nadie se lo imagina, pero yo tengo en mente la construcción de unos hermosos bonsais con pequeñas plantas cultivadas en las conchas. Habré de perforar un hueco en el fondo, para que pase el tallo, pero semienterradas en la arena semejarán un diminuto jardín japonés.

Claro que más se extrañan aún cuando me ven rodilla en tierra llenando una bolsa con grava de la playa formada por diminutos trocitos de concha multicolores que el mar arroja a la orilla durante el reflujo de las mareas. Va a quedar preciosas cuando siembre pequeños cactus o tallos herbáceos semejando pequeños cañaverales en su centro.

Y más se asombrarían si me vieran, en los días siguientes, visitar los cementerios y buscar en los contenedores donde los allegados que visitan las tumbas de sus parientes dejan las viejas macetas,  pues es de ahí, de esos materiales de desecho, de donde me gusta crear mis pequeñas obras de arte..

Muchos se pasmarán al verme después rebajar con la radial la altura de esos cuencos de terracota para formar un recipiente que apenas se eleve sobre el suelo. Serán pequeños bonsais con mucha historia.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Crónicas del verano: Sonrisas



En el ascensor, a la altura del primer piso, el niño pequeño, desde su cochecito, me  mira asombrado con sus grandes ojos muy negros y muy abiertos. Luego compone una enorme sonrisa al primer intento y exclama

-¡Hola!

Al llegar al segundo piso, su espontaneidad provoca una sonrisa colectiva a todos los que estamos apretados en la cabina. Respondo al saludo a mi vez agitando la mano:

-Hola-

y luego, tras dejarle el ascensor en el tercer piso me despido sonriendo:
- Adios - y agito la mano en un gesto de despedida.

Mientras camino por el pasillo enmoquetado camino de la habitación 356 donde me hospedo me pregunto: ¿De dónde han sacado estos pequeñajos estas habilidades sociales? ¿En qué momento las hemos perdido al crecer?