lunes, 24 de abril de 2023

En el día del libro

Tonto el que no lea 

Ayer celebramos el Día del Libro. No pude acabar esta entrada a tiempo y hoy madrugo un poco para rematarla. El acontecimiento lo merece pues el libro está de tapas caídas. 

"Tonto el que lo lea" era la frase protagonista de una de nuestras más conocidas bromas de la niñez. No podíamos resistir la gracia de montar esta trampa metalingüística en papeles, paredes e incluso en nuestro pupitre escolar. Nos resultaba tremendamente divertido la facilidad con que picaban nuestros compañeros, e incluso reaccionábamos con buen humor cuando éramos nosotros mismos los que picábamos el anzuelo. Con la costumbre escolar de leer en alto, nos dábamos cuenta a mitad de la frase de que habíamos picado el anzuelo y enmudecíamos inmediatamente; pero todos aceptábamos que habíamos completado la lectura: luego nos habíamos llamado "tontos" voluntariamente,

Pero, no. No somos tontos por leer. Más bien se es por no hacerlo; de ahí el título sobre estos párrafos. La lectura, ya como proceso, es enriquecedora; y como producto imprescindible. Alcanza donde nunca pudo llegar la comunicación oral. Supera los límites de una física restrictiva en la transmisión de conocimientos: podemos recibir información más allá del tiempo y del espacio. Podemos también elegir el momento para adquirirla y repasarla cuantas veces queramos, incluso nos permite hacerlo con la velocidad e intensidad que deseemos. Nos permite incluso recrearla a nuestro gusto; pues básicamente recibimos por ellas esquemas mentales que hemos de combinar y completar con nuestras experiencias.  

No. No es tonto quien lo lea. Al fin y al cabo, el que lo escribió también lo hizo. El que escribe también lee; resulta inevitable hacerlo. Hacerlo, estoy de acuerdo, puede hacernos caer en algunas trampas; pero no hacerlo es aceptar la felicidad del bruto; caer en el necio atrevimiento de la ignorancia.         

La foto no es nueva y he decidido mostrarla en la cabecera de la página para reivindicar el día del libro en este año postpandemia de 2023. Rastreando su aparición en internet he llegado hasta el 2010 y seguramente habrá aparecido antes.  La encontramos, ya comentada, en varios artículos. Uno de ellos en el blog de "El Algarve" de mi querido profesor Miguel Ángel Santos Guerra. También es aprovechada para rehabilitar al poeta Ángel García López, autor de uno de esos libros en el blog "Cesó todo y déjame" de Beatriz Pastor y Fernando Parras.



Todo un premio nacional de literatura (en 1973) desubicado en un mercadillo, recalando en un puesto de ropa interior y regalado como detalle simpático por la compra de bragas. Ni más ni menos que Elegía en Astaroth, de Ángel García López, la obra con la que el poeta gaditano ganó el Premio Nacional de Literatura hace ahora 50 años. Elegía en Astaroth destaca por su preciosismo formal, basado en una utilización deslumbrante de las palabras. Ángel García López genera en esta obra un paisaje mítico, inspirado en su Rota natal. De ahí, “Astaroth”, topónimo tartesio del supuesto enclave original de este municipio gaditano. 

¿Tan aburrido es este poeta gaditano que su obra se regala como algo anecdótico, como complemento gratuito a nuestras adquisiciones de lencería? Veamos, como ejemplo, uno de sus poemas; precisamente un recuerdo evocado el 23 de abril, día del libro. 


El poeta recuerda un 23 de abril

Si no fueses así, tan miniatura,
tan proyecto de madre o tan semilla,
si fueses ya mujer y no chiquilla,
cimientos de lejana arquitectura...

Si no fueses así, si tu cintura
fuese ya como un pozo, y tu mejilla,
hoy tan niña y sin polen, tan sencilla,
tuviese más aroma que frescura...

Si no fueses tan breve, tan pequeña,
hasta tus brazos fuera mi navío
buscándole a tu cuerpo el abordaje.

Buscándole a tus ojos esa enseña
con el más puro amor, donde el rocío
juega a sentirse hoguera bajo el traje.


Malos tiempos, estos, para la lírica. Dicen que en España habrá unos 500 lectores de poesía y muchos de ellos, además, la escriben. El poeta se ha convertido en una especie en extinción. Sus obras son menospreciadas y relegadas a "detalle de cortesía" por la compra de una bragas. 

Y menos mal. Personalmente he sentido tremenda pena por la falta de aprecio a mi colección de libros. Necesitaba aligerar mis estanterías y empaqueté más de trescientos ejemplares de mi particular biblioteca. Alineados con lomos a la vista sobre las cajas saqué fotos de los ejemplares y las envié a mis conocidos. Había en ellos muchas historias de vida (no solo las que cuentan; también son historia las propinas que gasté en adquirirlos). Precisamente ayer, con este artículo escrito a medias, he recibido un mensaje anunciando (para alivio de mi decepciones) que hay algunas personas interesadas en la colección que regalo. He concertado rápidamente la entrega... no se vayan a arrepentir y he hecho votos para que no acaben en algún mercadillo. 

Siento una pena profunda por los libros olvidados. La curiosidad me empuja a explorar las bibliotecas abandonadas, a revisar los estantes olvidados donde reposan estos seres de alma profunda y cuerpos frágiles.  Urgo en los viejos baúles en busca de volúmenes desechados, ediciones proscritas, obras despreciadas... Abro cada volumen esperando encontrar un tesoro escondido, la solución perdida de un enigma. Me atraen los ejemplares desahuciados, aquellas publicaciones despreciadas que esconden, humildemente, su saber.  Un poema de Ángel García precisamente alude al olvido. Lo escribe ante la casa de Francisco de Quevedo y poco antes de Luis de Góngora, dos de los mejores literatos de nuestra historia. 


Y después fue el olvido...
(Ante la casa de don Francisco de Quevedo)

Y después fue el olvido. Fue la espiga
mártir del sol, esclava de la avena.
Fue enterrada en el polvo la azucena,
mancillada su casa por la ortiga.

Después fue ya el olvido -No castiga
la muerte más que aquello que condena
a ser sombra-. La miel de la colmena
se hizo veneno, pócima enemiga.

Todo lo que pujaba como un canto,
como un himno glorioso, fue transido
de soledad, de arena de desierto.

Y aquello que fue vida sintió espanto
de ser humo. Después vino este olvido
a decirme que el sueño estaba muerto.



jueves, 13 de abril de 2023

Memorias de un hombre de paja

 



Hay un poema de Miguel Hernández, aquel pastorcillo poeta de Orihuela malogrado en la Guerra Civil, que  recoge con especial sensibilidad la esencia de la infancia rural de esos niños obligados a trabajar de pastores, a conducir yuntas mientras labran la tierra, a sudar mientras amontonan las gavillas en los campos... "El niño yuntero" es el poema que me viene a la memoria cuando leo las páginas de este libro que acaba de publicar mi buen amigo Antonio.  La foto de la portada no hace sino acentuar la esencia de esa infancia que cuenta aquí.


¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

Pero la vida de Antonio, "Ñeca", no está trufada de la tragedia que destila el poema, del determinismo que lo embarga. Antonio fue feliz en su infancia. Una felicidad no exenta de sacrificios, de duro trabajo , de incomprensiones; pero feliz, al cabo. Fue uno más entre una docena de hijos en una familia gallega rural en los años de la posguerra. Tuvo unos padres trabajadores y responsables que educaron lo mejor que pudieron a su numerosa prole. Antonio fue criado por una madre firme y entregada, creció con el ejemplo de un padre trabajador y comprensivo, se benefició del cariño de su "madriña", compartió juegos y peleas con sus muchos hermanos y recibió agradecido la ayuda de su tía de Madrid. A falta de continuidad en la asistencia al colegio tuvo por maestros a sus padres y hermanos mayores y, a falta de caros juguetes, disfrutó como nadie de los mil juegos y actividades que le brindaba la naturaleza.

He colaborado con Antonio en la edición de su libro. Aporto mis correcciones como humilde maestro y mi experiencia en la autoedición con varios libros publicados. Me ha encantado hacerlo. He disfrutado leyendo e imaginando sus andanzas en aquellas aldeas, Oroxe y Villarvente, sus territorios de la infancia.

Ayer me visitó en mi casa. Compartimos un café y un pisco (no es orujo gallego, pero lo había probado ya en un viaje reciente a Perú y no le pareció mal; por eso acabó la botella sobre la mesa). De nuevo, vino provisto de unas botellas de albariño. Sabe que, tanto a mi mujer como a mí, nos gusta mucho,  más incluso que nuestro rico verdejo, todo hay que decirlo. Beberé ese albariño a tu salud, Antonio.

Ahora tengo la edición definitiva de estas memorias de la infancia dedicadas por el propio Antonio. Espero que su libro guste entre sus amigos y conocidos y que muchos otros se animen a leerlo. Merece la pena.



"Este libro te hace reflexionar. No son solo unas memorias, no. Es el relato personal de un niño que tuvo que vivir, no hace tanto tiempo, sin cosas que ahora creeríamos imposible no tener. Es el reflejo de una España que no siempre se ha podido ver. No hay historias tan cercanas y reales como las que aquí se cuentan. Es que esto no es un relato ficticio, es la esencia pura de las experiencias que Antonio, alias «Ñeca», ha estado viviendo desde aquel 17 de enero de 1951 que decidió venir al mundo (aunque en su DNI ponga 23 de enero, si quieres saber por qué no debes tardar en comenzar a pasar a las siguientes páginas). Recordar el pasado nos permite entender cómo es una persona."

ACERCA DEL AUTOR

Antonio nació en el seno de una familia gallega numerosa y humilde en el aislado caserío de Oroxe, en la ribera lucense del Miño. Desde muy pequeño trabajó duramente en las faenas del campo junto a sus padres y sus 11 hermanos. Fue pastor, niño yuntero (y desde los 13 años, ya emigrante en Madrid) pinche, repartidor, ayudante de una zapatería, mecánico especialista en maquinaria de carpintería, etc.

Su vida es una entrañable historia de superación. De niño no pudo asistir mucho a la escuela; pero en cuanto su jubilación se lo permitió se apuntó a clases para mayores con la intención de completar su formación.

En los últimos años rondaba por su cabeza la idea de plasmar su infancia en un libro. Pese a las dificultades, su proyecto se abrió paso y logró publicar este libro que tienes en tus manos. Su lectura te sorprenderá y, al final, desearás conocer el resto de su historia.


TRAILER "El hombre de paja"
En este pequeño trailer puedes escuchar uno de sus capítulos (el que da origen al título del libro, precisamente), narrado con mi propia voz (Siento no poder trasladar el auténtico acento gallego; pero soy castellano de pura cepa y, a estas alturas, no soy capaz de adaptarme).