Estos últimos años, después de cuarenta de actividad laboral, hubo momentos que me veía abuelo en clases de tiernos infantes, arrastrando garrota entre las mesas, aplicando la oreja hasta casi la boca de los niños mientras regulaba la rueda del volumen de mi sonotone. Me preocupaba como iba a levantarme como un rayo cuando Manolito tirara de las trenzas a Inesita, con ese lumbago... Y me imaginaba levantando las vista sobre las bifocales siendo solo capaz de enfocar un niño cada vez... aquí, en la escuela de 2017, donde se necesita más visión periférica que Iniesta en el Barça con toda esta actividad en el área pequeña que es una clase. Quizás lograra caerles simpático a los enanos y aguantaran durante cinco horas mi surtido de batallitas: ya lo decían algunos niños del Nebrija cuando algún jubilado en puertas le tocaba ir a sustituir a Educación Infantil: "No, si a mí no me importa que venga a la clase un abuelo..."
Hoy, 12 de octubre, sonaron para mi las trompetas de la alegría. Llegó el día del júbilo, el fin del diario laborar... o, al menos, eso es lo que me parecía. Tenía la cabeza ya instalada en Babia, mi persona en huelga (folgar y holganza), mi cuerpo en posición de descanso; pero empiezo a ver que esto es un no parar: Comidas de jubilación, fiestas de despedida, celebración con toda la familia, cuidado de suegras, obras en casa... En fin, he comenzado a disfrutar de la tarifa PLAN-A:
- A por el pan.
- A limpiar la casa.
- A hacer la comida.
- A la revisión médica.
- A ...
Lo estoy pensando muy seriamente: mañana vuelvo al trabajo "normal".
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