miércoles, 25 de octubre de 2017

Trapos sagrados


Hace tiempo yo también me dejé hipnotizar por el ondear al viento de un pedazo de tela coloreada. Siempre recuerdo esta foto cada 23 de abril, día plagado de efemérides donde se mezclan festividades, libros, rosas y banderas. Recuerdo entonces la única vez que me envolví en la defensa de una bandera. Confeccioné mi propio pendón morado para acudir a la más multitudinaria manifestación autonómica que se ha realizado en la Comunidad Autónoma de Castilla-León: la concentración en Villalar de los Comuneros el día 23 de abril de 1978, con unos 200.000 congregados en la explanada donde tuvo lugar la famosa batalla contra el rey Emperador Carlos I de España y V de Alemania. Eran años de manifestaciones pro autonomía, de idealizar la historia y reclamar una identidad grandiosa. Hoy, mirando a Cataluña, pienso en aquellos años donde se sucedían concentraciones también multitudinarias en muchas comunidades españolas. Incluso recuerdo a mi hermano Luis luciendo una bandera anarquista en una masiva manifestación en Burgos ¡Dios mío, el antiguo facebook (el álbum de toda la vida), lo que puede sacar a relucir!


Rememoro, pocos años después, mi juramento a la bandera en el servicio militar, acto cuya voluntariedad "se me suponía" (como al valor), o la jura de bandera de mi hermano Javi donde le sorprendí con unas fotos la mar de irrespetuosas con el evento...


Pero estoy vacunado hace tiempo contra los nacionalismos. Me conozco las jugadas maestras de los jugadores en los tableros de los territorios.

Y recuerdo, mucho antes mi cuerpo preadolescente semisdesnudo envuelto en la bandera de España, como ensayo de una obra de teatro que nunca se llegó a representar, en un probable capricho voyeurista de aquel hermano marista que era nuestro "formador".

Y llega el día en que contemplo esteladas  por miles, rojigualdas por doquier, fotos parcheadas con infinitos gomets a franjas rojas y amarillas... Me cercan, me rodean, me envuelven, me atosigan, me roban el aire: no me dejan respirar. En su nombre se miente, se insulta y se violenta. Las usamos como salvoconducto en las calles, como marca de sangre sobre puertas  y ventanas ante la llegada de la décima plaga, como capa que protege nuestras espaldas, como imaginario escudo frente a los golpes... Como un mantra se apoderan de mí los viejos versos: "El alma se nos  llena de banderas" (Víctor Jara), pero yo lo reelaboro en mi interior: "Las banderas nos llenan el alma" ¡Y ya no nos cabe nada más!

Telas trágicas, trapos sagrados, efímeros ropajes de identidad; ahora la única bandera ondeando al viento que contemplo con simpatía es la de nuestra biblioteca escolar, emblema del paradisíaco país (esta vez sí) de la lectura.



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