martes, 17 de octubre de 2017

Opinar, hoy.



Si hay algo que caracteriza a la actual sociedad es la facilidad para opinar. Cierto es que siempre se tuvo. Se opinaba en las calles, en los veladeros, en la mesa durante la comida familiar, en los bares, en las tertulias de café... pero hoy en día se opina universalmente. Lo hacemos en Twitter, en Facebook, en nuestros blogs, en multitud de periódicos y revistas digitales... Y lo hacemos todos. Todos somos expertos en todo y maestros en nada. El exceso de opiniones, la ingente cantidad de pareceres hace que se desvaloricen. De la mínima elaboración (140 caracteres) a la profusión de emojis, gifs, imágenes, videos... hasta la simple copia de lo que nos hace gracia. Van quedando ya pocos articulistas, escasos escritores que se piensan seriamente sus artículos. Hoy se ha dado paso en tromba a lo multimedia y lo mediático. Apenas se aprecia la redacción elaborada, el pensamiento crítico bien expuesto. Se muestra lo escandaloso y se esconde el humilde trabajo del pensador. 
En muro de facebook resulta agotador. Los 140 caracteres de twetter repetidos sin tasa empiezan a resultar estomagantes. Instagran inocula el patológico virus del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). El correo, infectado por el  spam, invoca obsesivos movimientos compulsivos del índice en nuestras pantallas hacia la papelera de reciclaje... 
Las opiniones se emiten al peso, a veces, con la sola intención de exhibirte ante tus conocidos  o complacer a tus amigos de los que compartes cualquier cosa. El juicio crítico se supedita a la amistad debida, la reflexión al impacto, la elaboración al copia y pega... 
Las redes sociales animan a los jóvenes a compartir y compartir; pero... ¿qué estamos compartiendo?  Opiniones dudosas, noticias sin contrastar, escandalosas mentiras, propaganda sutil o claramente manifiesta, falsedades evidentes o no... la prisa por publicar impide el filtro de la comprobación, de la reflexión, de la crítica. Nadie quiere perderse este tren que, al final, no sabemos a dónde nos conduce.
De toda esta situación "La gran perdedora es la ecuanimidad. Hoy en día, ante ciertos temas, todo el mundo pontifica como si tuviera el mismo derecho que el mayor experto. Incluso enmendamos la plana a los mismísimos testigos de los hechos. Las nuevas generaciones están marginando las fuentes directas y se dejan guiar por cuatro tuits. La visión de los temas de nuestra historia es, paradójicamente por tanto, más maniquea que hace 30 ó 40 años. Hay en día vemos a niñatos dando lecciones de historia en Twitter o facebook a gente que hizo la guerra o a sus hijos. Vivimos en un mundo de etiquetas fáciles donde 140 caracteres son más importantes que un libro..." (*1)
Escribo esto escandalizado por las opiniones que, a diario, encuentro en mi facebook, en los periódicos, en las opiniones de los lectores de algunos blogs que sigo, en los comentarios a noticias digitales... y entre los autores se encuentran muchas veces familiares y amigos. Para ellos, para mí mismo si al final caigo en esta espiral de ligerezas culpables, este aviso para navegantes: "Opinar es un derecho, pensar una obligación"
NOTA: (*1) Parafraseando a Pérez Reverte en una entrevista con Marta Caballero (8/1/2017)

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