lunes, 26 de junio de 2023

Sobre ascos (continuación)

 

Sobre ascos (primera parte)

Asco es la denominación de la emoción de fuerte desagrado y disgusto hacia algo, como determinados alimentos, excrementos, materiales orgánicos podridos o sus olores, que nos produce la necesidad de expulsar violentamente el contenido del estómago a través de la boca.

Veamos algunas situaciones más que producen "asco" y que realmente son inmotivadas:

En ocasiones, algo decididamente asqueroso puede salvarnos la vida. Leyendo en una ocasión sobre la precaria vida en los campos de concentración nazis, descubrí una anécdota extraordinaria. Los prisioneros sufrían frecuentemente heridas que resultaban infectas, cursando en una gangrena que resultaba mortal al poco tiempo. Los médicos judíos del campo, sin antibióticos ni medicina alguna, invitaban a los prisioneros a acudir a las letrinas y exponer sus heridas a las moscas que, por decenas, se posaban en ellas para desovar entre la podredumbre de la herida. Pronto nacerían las larvas y, alimentándose de materia en putrefacción -el tejido gangrenado- realizaban una tarea de eliminación del tejido infectado consiguiendo limpiar la herida y deteniendo la infección.

Veamos otro momento donde vencer el asco se hace necesario para conseguir un fin. Se cuenta que en ciertas facultades de medicina los profesores, en su afán de que los estudiantes, vencieran los escrúpulos que podrían perjudicar el ejercicio de su profesión ante los desagradables efluvios producidos por los cuerpos enfermos, los obligaban a pasar por turno ante una mesa donde habían depositado un plato con excrementos humanos. Allí, para demostrarse a sí mismos que podrían vencer su aprensión, debían mojar con el índice en los excrementos y chupar el dedo a continuación. Hay que aclarar que quién no lo hiciera vería seriamente comprometida su vocación, pues demostraría que se echaría atrás ante el asco que le provocaría las emanaciones de un organismo enfermo. Esta leyenda estudiantil suele contarse asociada a la picaresca de uno de los estudiantes que, para evitar el "mal bocado" tras mojar el dedo en las heces, cambiaba en el último momento el dedo índice por el corazón con lo que chupaba un dedo limpio guardándose el manchado hasta poder lavarlo en el lavabo de la facultad.

El uso médico de las heces está probado en la historia. La medicina egipcia incluía excrementos en sus fórmulas médicas y, hoy en día, para sorpresa de los obsesivo compulsivos de la higiene, la ciencia ha encontrado en el trasplante de heces un remedio a varias enfermedades intestinales y metabólicas. Resulta que la muchedumbre de bacterias que la pueblan nos alimenta cada día y su falta conduce a la enfermedad y puede costarnos la vida. Yo, personalmente, he visto al perro de mi tío Felicísimo comerse mis heces. Aunque pudiera ser por hambre (nuestras heces son aprovechables aún, pues digerimos los alimentos al completo) me inclino a pensar que también pudieran aportarle otra cosas. Su sentido del olfato (de gran influencia en el del gusto) no percibe, como los humanos, el olor de las heces como desagradable. Para nosotros la función de los mercaptanos, el olor a podrido, funciona como detector de infecciones y tóxicos. Para ellos es solo una fuente de información.

La defecación y los alimentos se relacionan. Dejando aparte el papel del abono orgánico (restos de seres vivos en descomposición)  como fertilizante para conseguir hermosas y ricas hortalizas (como maestro doy fe del "asquito" que produce en algunos niños que les recuerden que los más sabrosos tomates están abonados con m...) otros residuos tóxicos del metabolismo de algunas bacterias y hongos hacen sabrosos a algunos quesos, producen excelentes vinos, fermentan nuestra cerveza, proporcionan el aroma característico al champagne...  Por si alguien no lo sabe diré que la familiar forma y agradable sabor de sus croissants vienen dados por la elaboración de una masa que acaba bajo el sobaco del pastelero para darle forma de media luna y aportarle unas cuantas bacterias del sudor para su fermentación. Incluso la carne ligeramente podrida es considerada manjar exquisito en la alta cocina. 

Que las heces, y el asco que provocan, pueden salvarnos la vida lo hemos visto reflejado en numerosas películas y libros: desde la valiente decisión de introducirse en el vientre de una vaca descompuesta en un río para escapar de sus perseguidores, hasta el viaje por las alcantarillas de París en Los Miserables, o la fuga de una prisión por las cloacas, pasando por embadurnarse de excrementos para evitar ser reconocidos por dinosaurios asesinos...

"Burro, caga dinero", decía el personaje del cuento y el asno defecaba un chorro de monedas para su propietario. Y, de alguna manera, esto llega a ser cierto. Podemos recordar aquí el valor de los excrementos para la agricultura: desde el uso de abonos o purines para fertilizar el campo hasta la compra de los excrementos recogidos en una gran ciudad (hay constancia de que en Japón, desde hace siglos, se pagaba un alto precio por recoger las evacuaciones de los ciudadanos para verterlas después sobre los cultivos). Tras este recorrido por las utilidades de nuestros detritos, podemos concluir que no es cierta la expresión popular que dice: "Si la mierda valiera dinero, los pobres nacerían sin culo".

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