3ª etapa: Perales de Tajuña - Estremera.
Domingo, 12 de noviembre de 2017
- Dúchate, tío.
- No, los peregrinos o se ducha por la mañana ¿Para qué? Se empieza a andar y a sudar enseguida. Cuando lo necesitan verdaderamente es al llegar al albergue.
Me tomé un zumo y un café con leche abrasador. Luego le indico que dejaré algunas cosas en su casa para que me las lleve cualquier día a Guadalajara; de nada me iban a servir (eso pensaba yo) el saco de dormir y un chubasquero que, por más nepalí que fuera, pesaba mucho en la mochila. La pequeña colada peregrina (camiseta, calzoncillos y calcetines a diario) aún está ligeramente húmeda, así que la meto en una bolsa de pléstico. Tiempo tendrá de secarse en alguna parada del camino. Para la colada (cada cual tiene su método) suelo meter la ropa en la ducha conmigo y, mientras me ducho, la bato un poco con los pies. Es el prelavado. Cuando termino de arreglarme yo, en el lavabo, le doy un frote jabonoso final y termino aclarando y extranyendo el agua retrociendo la prenda fuertemente -técnica aprendida en la mili-). Tras colgarla en alguna cuerda suele dar tiempo a secarse si es una noche de verano; en otoño queda húmeda.
Le he pedido a mi sobrina que me lleve hasta el final del pueblo (me ahorraré casi un kilómetro si me lleva hasta la autovía). Inmediatamente encuentro las flechas que cruzan la carretera que se dirige a Tielmes. En los cortados yesíferos de la izquierda se aprecian ruinas de viviendas troglodíticas habitadas por las tribus célticas carpetanas y en cuyo emplazamiento se situó por algunas fuentes la ciudad prerromana de Caraca*1 como apunta un cartel fijado en la base del cortado. Pero nuestro camino no se dirige al bucólico camino que bordea las paredes calizas hasta Tielmes, sino que prosigue por la parte derecha del río siguiendo la vía verde. Me distraigo un momento atendiendo una llamada telefónica y pierdo las señales.. Termino caminando al lado del río por una landa pista de tierra húmeda cubierta de caducas hojas otoñales. Comprendo que me he apartado del camino señalado y consulto mi GPS para buscar algún sendero que me conecte más adelante con el camino oficial. Encuentro un paso más adelante, como a un kilómetro, así que prosigo por un camino que se desdibuja por momentos junto a tierras de labor . Una alambrada tras un arrollo me corta el paso y debo bordearla hasta el camino campo a través hasta un canal cegado por la vegetación que he de salvar trepando agarrado a las matas de hierba. Incorporado a la vía verde llego al Molino de Cantarranas, encantador hotel de tres estrellas con museo, restaurante, carpa y cabañas de madera. Junto a la valla se lee un muestra un sugerente cartel anunciando un "Menú especial Vía Verde". El Molino es un lugar muy bonito una especie de hotel rural que parece un balneario. Tiene una casita para ciclistas junto a la vía donde alquilan bicis.
Prosigo hasta el puente de piedra que, sobre el río, comunica la vía verde con la población de Tielmes. Un letrero indica que el peregrino puede sellar su credencial en el Bar La Piscina próximo al otro extremo del puente. Conozco el local, pues hace tres años, mis jóvenes sobrinos y yo nos tomamos allí unos refrescos cuando peregrinamos en bicicleta.*2 Rezo para mis adentros pidiendo que no esté cerrado (es el handicat de los peregrinos: iglesias con horario reducido, albergues completos, bares cerrados, cuarteles que "no hacen eso"...). Frente al bar, en un amplio aparcamiento un nutrido grupo de ciclistas se preparan para una excursión.*3 Forman un grupo curioso pues muchos de ellos montan bicis horizontales, de las que circulan pegadas al suelo con el ciclista tumbado. Entro en el bar La Piscina, que está ciertamente abierto, y pido un café con leche y que me sellen la credencial. Mientras me lo tomo aprovecho para escribir una rápidas notas en mi cuaderno y llamar a la pensión La Peseta de Barajas de Melo para que me reserven habitación. Por el auricular Movistar me informa de que ese teléfono no existe. Parece que me he equivocado al anotar el número y busco en la red el correcto, pero todas las referencias encontradas apuntan a ese mismo número que no existe. Aviso por whatsapp a M. Rossi, que está en todo, de esta incidencia y me preparo para continuar. Pago en la barra rodeado de paisanos que apuran el orujo de la mañana y me despido de la camarera. Mi próxima parada será Carabaña a la que se llega a través de la muy agradable vega del Tajuña (Tagonius como le llamaban los romanos y nos recuerdan numerosos carteles que informan de las plantaciones de viñas en la zona). Enseguida llegamos a un área de descanso preciosa y verde junto a la ermita de los santos Justo y Pastor, con fuente y todo. Como muchas veces ocurre se trata del lugar ideal situado en el sitio menos necesario*4. El peregrino mientras anda reflexiona y sueña. A veces se le ocurren ideas interesantes y echa de menos un papel donde apuntarlas antes de que la devastadora acción del olvido las eche a perder. Decide arrancas algunas hojas de su cuaderno y anota con un pequeño lápiz que lleva (regalo de la tienda Ikea) unas cuantas reflexiones peregrinas.
Huertos feracísimos en la Vega. Las calabazas aquí tienen el tamaño de un torso humano *5. Abundan los nogales pero ninguno tiene nueces, no es año este de suerte para los frutales. A lo lejos, un campesino que tiene el coche aparcado a la vera del camino rebusca mazorcas de maíz que han dejado las cosechadoras, las amontona al lado de un saco de rafia que trajo a propósito *6. Antes de Carabaña un cartel indica el desvío al balneario junto a otro: "Tagonia", en el que se indica el número exacto de cepas de uva marlot del viñedo. Un poco más adelante una pequeña lápida a la derecha, al otro lado de la zanja*7, señala el lugar en donde murió alcanzado por una chispa eléctrica el paisano Ricarso Barbero Del Pozo. El mármol es un recuerdo de sus compañeros del casino de la localidad. Yo me imagino a aquel hombre joven (de 27 años) sorprendido en medio de una tormenta eléctrica y caído alcanzado por un rayo al pie del arroyo cuando intentaba refugiarse.
Siguen apareciendo ciclistas por ambos lados. Los hay que saludan, los hay que ni siquiera te miran y avanzan, alzado el mentón, por la pista en la que circulan a velocidad de vértigo. Algunos paisanos pasean y unos cuantos corredores me sobrepasan con un ritmo constante que obedece a la música que escuchan por unos pequeños cascos. A un lado del camino nos encontramos un pequeño descansadero. apenas un tejadillo y una mesa con dos bancos*8. El peregrino medita un momento qué podría comer si hubiera de apañarse con lo que encuentra por estos campos; se le ocurre un menú para peregrinos indigentes con esta carta: "Calabacines de la huerta, berros si sabes reconocerlos en el arroyo y cebollas; barbos del Tajuña y conejo si sabes conseguirlos y manzanitas de la vera del camino o nueces (si el año vino bueno". Se adivina Carabaña tras los árboles cuando nos aproximamos a la carretera que va hacia Estremera. A la altura del puente un cartel nos indica que la posibilidad de sellar la credencial en la Casa de Cultura. No me decido a desviarme hacia este pueblo que sí es amigable para los peregrinos (Hace tres años la alcaldesa nos invitó a una paella popular y a visitar las piscinas municipales, pero hoy ando escaso de tiempo y de fuerzas) *9
Prosigo dejando el puente a mi izquierda y dirigiéndome al inmediato desvío al trazado del famoso Ferrocarril de los 40 días, así llamado por construirse en este tiempo record por el Bando republicano durante la Guerra Civil para lograr conectar Madrid con los ferrocarriles que iban a Levante y que habían quedado cortados por el avance de las Fuerzas sublevadas. El tramo entre Carabaña y Estremera está habilitado como vía verde en su totalidad*10. Poco antes de iniciarlo veo llegar un grupo de 4 peregrinos. Avanzan con paso cansado y parecen sufrir con el calzado de botas de montaña, tan poco flexibles, que se adaptan mal al paso continuo por pistas asfaltadas. Les pregunto si han pernoctado en Estremera como así ha sido y cuánto falta para llegar a esa población. Una de ellas me devuelve la pregunta a la gallega: - ¿Para ti o para nosotras? Perplejo ante su respuesta me aclaran que ellas están muy cansadas y están haciendo medias muy pobres, como de 3 km/h. Habían salido a las 8:30 de Estremera y -eran las 1:30- habían recorrido 15 kilómetros en ese tiempo. Yo, más precavido, me había provisto de cómodas zapatillas para esa primera mitad del camino, toda ella por asfalto. Les aviso de que, si piensan dormir en Perales, reserven cuanto antes; pero con gesto cansado me dicen que se quedarán en Carabaña. Me despido e inicio esos 15 kilómetros que me restan de la etapa de hoy.
Como conozco esta vía, sé que cerca del km 6 hay u área de descanso con mesa y un espacio cubierto. Me propongo llegar a comer allí sobre las 2:40 y luego echarme una siestecita. Mientras se suceden de cuando en cuando trincheras del ferrocarril*11 con su yeso cristalizado aflorando en las paredes*12. La pista asciende suavemente para encaramándose en las alturas que dividen la vertientes del Tajuña y del Tajo. Por esta vía, aunque les hay, son pocos los ciclistas y apenas encuentras algún caminante. Hacia el km 3 aparece el desvío a Valdaracete ("Valdacete" que abrevia un paisano al que pregunté). Por el camnio, a modo de calcomanías, van apareciendo aplastados sobre el cemento un sapo, un escarabajo, una retorcida culebra... Me fijo, de pasada, en alguna finca aislada que aparece en torno al km 5 y que podría ser un recurso desesperado ante la sed: no hay fuente alguna en estos tramos. Llego al pequeño área de descanso en torno a las 3:00. Descargo mi mochila y como con apetito mi comida de hoy: un bote de judías cocinadas por mí con chorizo de la abuela y varias piezas de fruta. Después desahogo intestinal y de vejiga y siesta reparadora sobre el banco sombreado con los pies en alto*13. Aprovecho el sol de la tarde para poner a secar la muda que guardaba húmeda aún en la mochila. Durante la siesta, tendido en el banco, hay actividad aérea incesante y patrullas de tierra desplegadas bajo la mesa en busca de trozos de chorizo, migas de pan, restos de patatas fritas... por lo demás en el banco sombreado, el peregrino agradece el descanso.
Son las 4:20 cuando reinicio la marcha. Faltan 9 km hasta Estremera. El sol empieza a declinar. Un airecillo fresco y alegre me empuja suavemente por la espalda. La sombra del peregrino se alarga sobre los campos recién sembrados. En la lejanía una bandada de cuervos se posan en sucesivas oleadas. Al acercarme emprenden el vuelo regalando mis ojos con una hermosa imagen*15. Los gemelos de su pierna derecha llevan protestando todo el día, ahora se hace del todo evidente que empezó este proyecto en un estado de forma pésimo. Espera que sus piernas aguanten y que las ampollas en los dedos de sus pies no hagan insoportable la marcha y pueda llegar, aunque ya veo que no será antes de caer la noche. La vía verde (en realidad roja) pasa bajo un puente se introduce en una espectacular trinchera y luego se extiende entre olivares. Los olivos sorprenden por la densidad de sus frutos*14. A ambos lados del camino los conejos han minado el terreno con profusión de madrigueras. Algunos conejos huyen asustados al percibir la vibración de mis pasos, luego se detienen un momento alzando las orejas y un instante después se introducen rápidamente en su madriguera. Es curioso que los conejos defequen en lugares con una panorámica amplia: quieren ver y por eso hay lugares en el camino con grandes montones de sus diminutos excrementos: ellos se acerca al camino para este menester, el peregrino, hace un momento se apartaba para lo mismo. Son estos conejos más grandes y gordos que los de mi localidad (Cabanillas del Campo). Estos sí harían una buena cena si pudiera cazarlos. Se me ocurre pensar que podía haber traído una bombona de gas y abrir la espita sobre la boca de una de las madrigueras, luego esperaría a que asomara por alguna de las otras salidas y con ayuda de un palo...¡zas! ¡a la cazuela! Empiezo a pensar en cualquier cosa con tal de olvidar las malditas ampollas... Además los gemelos se están declarando en rebeldía. la altura de un puesto de tirador que asoma desde una altura sobre el camino*16 decido parar y desplegar el bastón, algo aliviará mi pierna derecha. Observo extrañado que me duelen mucho más en las bajadas. Debo tener una buena colección de músculos desentrenados. Superada la cresta que me separaba de la cuenca del Tajo vislumbro con las últimas luces de la tarde el pueblo de Estremera. Mientras me acerco busco con la vista su famoso penal y, equivocadamente, me parece adivinarlo en un recinto alejado rodeado por una docena de grandes focos (después me enteré de que está a más de 5 km del pueblo que me resultaba imposible verlo desde el camino).
Ya de noche llego a las primeras casas. Con el alumbrado nocturno pierdo la señalización y acabo dando vueltas por sus callejas. Llamo por teléfono a Rafael Tobar, de la Asociación Cultural La Tercia, que es el encargado del albergue y este me indica con precisión su situación. Me comenta que ya se un peregrino en él que me podrá abrir y que él se presentará un poco más tarde para inscribirme y sellarme la credencial. Efectivamente en el albergue estaba Jesús, precisamente el peregrino que en Perales tenía ocupada la única habitación reservada en la Casita de los Peregrinos y que se ofreció a compartir conmigo si no encontraba otra opción. Después de presentarnos comentamos las características de este albergue, que ya conocía*17. Descubro, sorprendido, que disponemos de pequeñas estufas para caldear la habitación y ¡un microondas!. Estas comodidades no existían hace tres años cuando tuvimos que calentar la leche con colacao del desayuno al baño maría en el lavabo lleno de agua caliente. Me ducho y hago la colada; después, ya relajado, me siento un rato en la sala de estar donde reconozco el libro de firmas. Busco el año 2014 y allí encuentro los comentarios que escribimos hace tres años*18.
Poco después llega Rafa, que mientras nos inscribe nos cuenta de los problemas que están surgiendo últimamente con el albergue "concertado" de Perales. Jesús justifica a la dueña, pues parece que tenía ese día completo con muchos cazadores por las monterías o con alguna asociación de actividades en la naturaleza; pero la verdad es que estuve a punto de quedarme en la calle una fría noche de noviembre. "Precisamente se da la circunstancia de que no hemos habilitado un albergue permanente en Perales porque se lo pidió la propietaria del hostal". Si esto es así la cosa tiene cierta seriedad: no se puede dejar a un peregrino en la calle. La filosofía de los Caminos Peregrinos es ofrecer al menos un techo para "todos los peregrinos que lo necesiten". El albergue de la posada La Peseta, en Barajas de Melo, también va a darme problemas. "El número marcado no existe" era el mensaje grabado que seguía escuchando cada vez que llamaba. Por fin, M.Rossi me comunica por whatsapp que ha averiguado que el propietario ha cambiado de copañía y, en estos momentos, está en el periodo en sombra hasta que asuma la conexión la nueva compañía. Me proporciona un teléfono alternativo y por él me entero de que tampoco será posible pernoctar allí: tienen todas las habitaciones ocupadas por monterías y, además el martes descansan; hasta el miércoles no tienen habitaciones.Le pregunto por otros establecimientos y me habla de un hostal. En parte enojado y en parte tranquilizado por la seguridad (relativa) de que podré disponer de un techo, me planteo que -de todas formas-intentaré dormir en el polideportivo como Rossi me ha asegurado que es posible, si me presento en el ayuntamiento y les cuento la situación. No es lo más cómodo, pero sí lo más barato y el espíritu peregrino está reñido con el gasto innecesario.
Hacia las 8:30 salgo a cenar. Me dirijo a un bar restaurante cercano que vi al buscar el albergue; se trata de el Ricón de Higuerlop*19 donde comí una hamburguesa mientras escribía estas notas. Exactamente a las 21:38 dejé el restaurante y me volví al albergue a dormir pues mañana me esperaba una dura etapa, esta vez por caminos de tierra y piedra. Al llegar al albergue encuentro que Jesús me ha dejado encendida la estufa en la habitación. Agradezco íntimamente este detalle y le dejo una nota escrita con las últimas informaciones sobre la posada la Peseta, sé que pensaba dormir allí y no será posible por lo que ya sé. Le sugiero que contacte con el ayuntamiento como haré yo.
A las 10:00 ya estaba en la cama. Echo un último vistazo al móvil. Al encenderse la pantalla aparece esta curiosa información: 43.817 pasos en el día de hoy.
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