1ª Etapa (2ª parte): Villaverde Bajo - Arganda del Rey
Jueves, 9 de noviembre de 2017
Jueves, 9 de noviembre de 2017
La primera helada del otoño deja sobre el coche na fina capa de escarcha. Arranco confiando en que la delgada capa acristalada se apartará al paso de los limpiaparabrisas pero el hielo está fuertemente adherido al cristal y el batir de las escobillas solo consigue emborronar más la visibilidad. No veo apenas y he de parar unos metros más adelante. Busco el rascador pero no lo encuentro en la guantera, desapareció en la última limpieza del coche. Echo mano finalmente de la tarjeta del metro como improvisado rascador y me saca del apuro.
Son las 8:00 de la mañana en el apeadero de la estación de Guadalara. El tren está estacionado cerca de la entrada, pero prosigo andando hasta los últimos vagones, que serán los primeros en la marcha. El tren se ha vaciado al llegar a la estación, último destino de su recorrido y puedo elegir asiento junto a ventanilla y ver el paisaje en el sentido de la marcha. Además los cristales están limpios y sin rayaduras (el viaje anterior estaban tan borrosos que no merecía la pena observar el paisaje). Me dirijo a Atocha para transbordar allí con el tramo que va hacia Villaverde. La estación central de cercanías tiene un buen sistema de intercambio con todas las lineas. Al llegar a Villaverde Bajo deshago el camino de hace unos días pero esta vez sigo la calle contigua a las vías hasta que, en el último bloque, una alambrada me obliga a rodear el edificio por la izquierda hasta llegar al semáforo que separa la zona urbanizada del Parque Lineal. Ahora, a plena luz del día, puedo ver en los bancos de cemento que jalonan el camino pequeña cruz rojas*1. Son cruces tranquilizadoras pues n recuerdo bien cuando cambiaremos de rivera. Tengo entendido que, hace años, los ayuntamientos no permitían señalizar en los tramos urbanos, parece que estas pequeñas marcas, como minúsculos grafitti, burlaron esta prohibición. Hace fresco y se camina bien. El río, a pocos pasos a mi izquierda, encauza en su seno unas aguas lentas y oscuras. Este año el caudal es escaso por la sequía pero, pese a ello, el bosque de ribera luce esplendoroso: sauces llorones, álamos, tarais, chopos dorados... Alegre voy completando este frondoso tramo del recorrido. Prosigo después pegado al río por el Paseo Fluvial del Manzanares hasta que, a unos 100 m. de la subestación eléctrica de Villaverde, cruzamos al otro lado del río por un puente claramente indicado*2. Inmediatamente el camino sigue a la derecha para, durante unos seiscientos metros, continuar paralelos al río*3 hasta separarse finalmente a la altura de un pequeño terraplén donde algunos ciclistas echan pie a tierra para superar el metro y medio que les coloca en el camino del Malecón, una pista confortable que avanza por un costado del valle al lado de la vía férrea alejándose del cauce para cruzar, a unos 400 m. la M-45 por debajo del paso elevado. Son terrenos de huertas y sembrados donde la señalización es profusa*4. A poco menos de un kilómetro cruzaremos las vías del AVE por un paso elevado que nos comunica con el otro lado. A unos 100 m. está la Casa de la Sixta, edificicacón de labradores de los campos vecinos que en este mismo momento están sentados en medio de una plantación de puerros a los que apañan para la venta*5. El camino vuelve a la derecha discurriendo por el Camino de Vinateros que discurre paralelo al antiguo Canal del Manzanares del que hoy del que hoy solo quedan ruinas. En la ladera izquierda aparecen pequeñas colinas y cortados yesosos.
Cuando uno sufre un apretón intestinal busca enseguida un lugar donde deahogarse. Yo me dirigí hacia una pista abandonada obstruida por escombros y que se internaba entre montículos de caliza. Arranqué al paso unas jirones de tela suficientemente limpia encontrada entre los escombros (no había traído papel) y busqué un lugar oculto desde el camino.Terminada la función y mirando alrededor mientras me abrochaba me pareció estar en medio de una trinchera de guerra. Exploro con atención y descubro numerosas excavaciones de la Guerra Civil de lo que, más tarde, descubrí era una línea defensiva republicana de varios kilómetros construida en esos cerros*6 *7.
Por el camino el paso de ciclistas es continuo. Serán cientos, casi miles los que en este jueves me alcancen y superen por ambos costados con el natural sobresalto haciendo que permanezca en constante estado de alerta. Los trajes de colores chillones de los corredores contrastan con mi ropa gris que casi se confunde con el terreno calizo tan reseco en este cálido otoño del 2017, el año de la gran sequía. El río ya queda lejos, a la derecha, custodiado por una línea de árboles. Entre el curso y nosotros se suceden los campos de labor. No tardaré en pasar bajo la M-50 *8 Me desvié un poco del camino para fotografíar las compuertas de una de las doce exclusas del tramo que unía el Matadero con Rivas*9. La obrade cantería es notable como se puede apreciar en los sillares de granito bien trabajados que quedan dispersos por el suelo. Trescientos metros después descubro unas misteriosas oquedades en lo alto de los cerros. Se trata de las Cuevas de la Magdalena (Actualmente conocida como cueva de La Oliva, en el cerro de La Gavia) *10 de 2500 m. de desarrollo y acceso muy técnico por lo que no es aconsejable accederla como aficionado. Parece que los ventanales artificiales escavados en la roca obedecen a la instalación de piezas de artillería en la Guerra Civil. A nuestra derecha se alzan varios chopos coronados por nidos de cigüeñas*11. Estas zancudas ya no emigran en Madrid, con los inviernos suavizados y los vertederos y ríos próximos no tienen dificultades en pasar el invierno. Nos cruzamos con la Cañada Real Galiana a la altura de un caserío. Dejamos una subestación eléctrica y una planta de compostaje a la izquierda y la Depuradora sur a la derecha y, pasando por el medio, nos internamos por caminos alambrados entre traviesas del antiguo ferrocarril a modo de postes. Diríase que el el viejo ferrocarril se puso en pie con sus traviesas verticales, al lado del trazado, adelgazando sus vías hasta el mínimo grosor de los alambres. El camino seguirá de esta guisa*13 *15 hasta el horrendo edificio de Protección civil, pero antes nos toparemos con algunos cazadores poco cuidadosos que cazan conejos desde el borde mismo del camino*12. El camino normalmente acotado entre cerros y alambre, a veces nos depara agradables sorpresas en pequeños tramos arbolados proporcionando al caminante esa hermosa sensación de los caminos en sombra*14. Más o menos por estos parajes empieza a percibirse ligeramente el olor de la basura que se trata en el vertedero de Valdemingómez situado tras los cerros de la izquierda. Al otro lado del río se divisan las alturas de los cerros de La Marañosa, lugar también de enfrentamientos en la batalla del Jarama de 1937. Justo desde el cerro Coverteras, que se ve a lo lejos a modo de espolón de un barco, batían con fuego de fusilería la carretera de Valencia a la altura de Rivas los soldados del bando nacional*17. Existe un puente sobre el río que se llega a percibir al acercarnos, se trata del Puente del Congosto que nos acercaría al paraje llamado Casa Eulogio donde se explota una ganadería de reses bravas * 16 (¡Quién iba a pensar que a menos de 10 km. en linea recta de la Puerta del Sol encontraríamos pastando apaciblemente toros de lidia!). Ya próximos a Rivas, desde antes del edificio de la Escuela Nacional de Protección Civil encontramos una nueva señalización, muy bonita y resistente, a base de pequeños muretes con placas cerámicas*19. A mi paso al final del edificio encuentro precisamente una furgoneta de obras y mantenimiento del Ayuntamiento terminando uno de ellos (Dio la casualidad de que Manuel Rossi traía a este mismo punto unos azulejos y su automóvil se cruzó conmigo en la carreterilla asfaltada que nace en la fachada del mimos edificio. Me lo contó en Barajas de Melo indicando que, pensó que acaso fuera un peregrino, pero sin decidirse a parar y saludarme pues existen varios grupos ecologistas en Rivas que también hacen excursiones por la zona).
Vamos dejando un vivero y una depuradora mientras parecemos dirigirnos hacia la A-2 . Tras ella podemos distinguir claramente los centros comerciales Decatholn y MediaMark. En este punto uno se siente tentado de coger un caminito que ataja evitando una amplia curva de la carretera y evitando el odiad asfalto (algún día alguien me explicará porqué se prefirió la carretera). Al pasar junto a un repetidor de telefonía me sorprende un cartel en la valla: "Hijo de Bareta, el patriarca, el vigilante"*20. Buen aviso para quienes tentados por desvalijar propiedades ajenas, se aseguren antes de no enemistarse con la autoridad gitana de la zona y es que, cerca de allí, hubo asentamientos gitanos hasta hace poco. El Manzanares, algo después, apura su último tramo antes de trazar una curva cerrada *18 bajo el cerro Coverteras para unirse para verter, poco después, sus aguas en el Jarama a la altura de la Presa del Rey, al otro lado de la misma. Las señales nos conducen hacia una raqueta que pasa debajo de la A-2 y llega a una rotonda donde seremos dirigidos hacia el Ayutamiento, claramente visible por su torre*21. Junto a él está el Bar Puerta del Sol donde, hace una semana, mi sobrina me gestionó la credencial. Allí me tomo una cerveza y prosigo (no sello, pues este trámite lo relizaron al adquirir la credencial). Tenía intención de comer en el jardincillo del Centro de Mayores pero decidí llegar hasta la laguna del Campillo, un escenario indudablemente mejor. Pasé, sin verle, el famoso puente de Arganda qeu ya conocía al igual que su icónica foto con el grupo de milicianos en la guerra civil (Se cuenta que E. Hemingway se inspiró en su arquitectura para el puente de su novela "¿Por quién doblan las campanas?", pues está documentado que pasó por aquí).
La laguna es un remanso de paz *22. Los carrizos adornan las orillas y el agua, rizada por el viento, mantiene varadas en las zonas remansadas miles de gaviotas. Los patos, muchos menos, se conforman con las zonas de aguas más agitadas. Sentado en un banco di cuenta de mi arroz favorito y de un emparedado de salchichón, la manzana me la comí en marcha. Este parque natural luce precioso aún en otoño. Las delicias de la estación se dejan sentir en los chopos *23 y la riveras húmedas del río y la laguna. Paso muy cerca del Centro de Educación Ambiental pero no me detengo. Al llegar a una suave curva del río tomo un sendero al borde del río que se dirige hacia el Puente del ferrocarril *24 dejando a la izquierda un extenso sembrado. Pronto llegamos al extemo de un puente de hierro (aún en uso) que sirve de paso al viejo ferrocarril de Arganda ("El que pita más que anda")*25. Hace 35 lo había visitado llegando campo a través con una bici de rueda fina (de carreras) comprada de segunda mano en el rastro. Es toda una experiencia cruzarlo sobre las chapas metálicas habilitadas a uno de los lados*26. Al otro lado, tras descender a nivel del suelo, volvemos a encontrar las señales que nos desvían por un camino entre los arbustos hacia una depuradora. Pasamos junto al pebetero que quema el metano producido por la fermentación de los compuestos orgánicos de las aguas residuales. En ese momento está encendido aunque su llama casi transparente no se aprecie en la foto que tomé*27. Siguiendo ya por la carrtera de acceso a la depuradora encontramos un par de naves industriales y después topamos con las instalaciones del Museo del Ferrocarril, centro que habré de visitar algún pero que ahora mismo está cerrado. Justo en su esquina, al otro lado de la calle junto a un cruce, está el restaurante Casa Julián donde me sellan la credencial con una hermosa venera tras tomarme una merecida cerveza.
El camino prosigue tras cruzar la M-300 que circunvala el pueblo de La Poveda. Aquí pierdo las indicaciones a la casa de monjas franciscanas Las Misioneras de María con lo que pierdo la oportunidad de otro bonito sello y un momento de amable trato al peregrino. Yo prosigo por la Calle Montes Pirineos hasta el final donde continua por una vía asfaltada que nos va a lleva directamente a la Ciudad Deportiva Príncipe Felipe, en el corazón de Arganda del Rey, a la que bordeamos para llegar por la Avenida de Madrid hasta la Plaza del Progreso*28 donde, tras una enorme escultura de metal oxidado con forma de cubos, encontramos la Iglesia de San Sebastián, final de nuestra etapa de hoy.
NOTA: Como me ha pasado en tres o cuatro veces que he visitado esa iglesia, me es imposible de nuevo sellar la credencial. La puerta de la verja está cerrada. Después me dirijo hacia la estación de metro donde habré de realizar el tramo hasta la estación Puerta de Arganda. Sin saber que esta denominación coincide exactamente con Vicálvaro me imaginaba que necesitaría hacer a pie un tramo más o menos largo para empalmar con el cercanías que va a Guadalajara: ¡el transbordo era inmediato! ¿A quién se le ocurre no llamar a las cosas por su nombre e inventarse nombre snob como "Puerta de Arganda" cuando de toda la vida es "Vicálvaro"?
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