Tengo cosas que hacer. ¡Urgentes! Pero me da pereza... Son aburridas... No me siento con fuerzas...
¡Las dejaré para más tarde, cuando descanse un poco! Mientras me relajaré escribiendo un artículo en mi blog: ¡Esto sí que es divertido! Lo acabo enseguida y luego me pongo...
Pero debería ponerme a la tarea pendiente... se acaba el plazo... si la pospongo andaré apurado para terminarla... ¡No importa, me queda la noche! ¡Yo de noche trabajo estupendamente! Será lo mejor, porque es que ahora...
¿Ves? El artículo va viento en popa: no hay nada mejor para inspirarse que sentir la presión de las cosas que hay que hacer y decidir hacer otras, es decir, hacer importante lo intrascendente. Me inspira tener una espada de Damocles sobre mi cabeza.
Sin embargo debería decidirme y empezar... primero un paso, luego otro, y otro, y otro más... lo acabaría ¡seguro! y entonces podría volver a este artículo. Aliviaría esta tensión que siento, esta presión en el estómago que me atenaza... ¡Vale, en un momento, ya casi termino el artículo!
El artículo me está saliendo estupendamente ¿Por qué parar? No habrá problema. Nunca lo hay. Aunque sea a trancas y barrancas siempre acabo mi trabajo. El último minuto es el más productivo. ¿No recuerdas aquella ocasión en que hiciste todo tu trabajo de prácticas en la última noche? Llegaste a la Escuela de Magisterio sin ducharte ni desayunar: pero lo entregaste !Y aprobaste!
Pero siento malestar. Mi conciencia me advierte de que no hago lo correcto. El sentimiento de culpa me persigue. Sí, juego con fuego con mi tiempo: ¡pero me gusta el estrés! El peligro del plazo a punto de expirar me pone.
Se está haciendo tarde. Tengo que terminar este artículo como sea y ponerme a la faena...
Pero estoy cansado, mejor me voy a dormir y mañana, descansado, lo resuelvo en un pis pas...
Aunque solo dormiré cinco horas y estaré hecho polvo...
Claro que ahora ya, tan tarde, cualquiera se pone... Mejor lo dejo para mañana...
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