Hace dos días celebramos en mi centro (un CEPA en un centro penitenciario de mujeres) el Día de la Ciencia. Era la culminación de un proyecto esbozado al principio de curso y, en cuyo desarrollo me quedé prácticamente solo. Por unas u otras circunstancias ningún compañero más adaptó sus clases y sus tiempos para introducir actividades prácticas de tipo científico en la escasa y difícil actividad académica de nuestro centro.
La verdad es que resultaba extremadamente difícil realizar los pequeños experimentos, construir los sencillos aparatos, encontrar materiales, resolver los infinitos problemas que surgían… Un centro penitenciario no tiene aulas en exclusividad, ni puedes dejar objetos en ella pues todo debe estar guardado bajo llave, ni las alumnas pueden llevar a sus módulos materiales tan elementales como gomas, tijeras o alambre; los horarios están rigurosamente tasados, la asistencia es discontinua por la frecuentes llamadas y actividades de las reclusas… Una febril locura se apoderó de mí. Comprometido con el proyecto perseveré en el fin de que cada alumna realizara algún objeto científico relacionado con las diversas áreas del currículo. Desesperado, llegué al final del curso con los trabajos a medio terminar. Gracias a Dios, el día de gran la exposición en el polideportivo, la mayoría de los trabajos estaban listos. La exposición resultó magnífica y yo me sentí muy orgulloso al ver aquellas mujeres convictas explicar satisfechas a sus compañeras de otros cursos los aparatos que tenían entre manos.
Habíamos practicado una pequeña ingeniería. Pero la Gran Ingeniería, la más importante, trascendía aquellos objetos rústicamente fabricados: lo más hermoso fue el trabajo codo con codo de alumnas y profesor, la buena disposición, el agradecimiento, la -en algún caso recién estrenada- admiración por la ciencia, las responsabilidades que asumieron, el valor de la paciencia y la perseverancia, los conflictos resueltos…
Durante la exposición, apurado por coordinar todo aquel montaje, agotado por la atención dividida, colapsado por las continuas demandas en aquella actividad febril… mostraba una expresión cansada. Mis compañeros, dejando entonces de lado la indiferencia que mostraron con el proyecto, me felicitaron al acabar. Nuestra Jefe de Estudios me comentó: – Ha estado todo muy bien, genial. Pero si algún pero hubiera que ponerte, es que no veía que hubieras disfrutado.
– No te preocupes, -le repliqué- disfruté.
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