lunes, 12 de junio de 2017

El legado


Soy  un acumulador. Almaceno cachivaches, apuntes, libros, folletos turísticos... Colecciono alguna que otra antigüedad, atesoro recuerdos, engroso una personal filmoteca, recopilo artículos, archivo rutas de senderismo... De mi garaje expulsé el coche y ahora lo habita un surtido de aparatos y piezas de objetos reciclados. Algo de síndrome de Diógenes tengo, peor no por conformarme precisamente con un tonel para vivir.

Hace poco estuve ayudando a vaciar un piso destinado al alquiler. Había sido la vivienda de un anciano matrimonio d durante décadas. En las paredes, sobre las repisas, encima de las mesas, en los cajones, dentro de los armarios se almacenaban los recuerdos de una vida entera. Recordatorios, souvenirs, fotografías, pequeños detalles... bolsas enteras llenamos con aquellos pedacitos de vida. A mí me parecía escandaloso aquel menosprecio a los tiempos pretéritos, aquel desdén por el pasado. Yo quería rescatar aquellos recuerdos, aquellos pedacitos de vida que uno conserva a veces por obligación, a veces por devoción; pero siempre con la etiqueta de "importantes". Ahora,  tras la muerte de uno de los dueños, la higiene física y psicológica exigía la limpieza y desafección de aquel patrimonio sentimental.

Yo me pregunté por mis cosas y su futuro. Mi legado, no lo dudo, no interesará a nadie. Su futuro está en el lecho de un contenedor de residuos. Mi herencia sentimental,  cultural, personal no interesan a nadie; más bien estorban.  Será una vida para echar a la basura.

O quizás sí. Yo mismo sé que, a veces, me sumerjo en una biografía ajena haciendo arqueología de vivencias,  sentimientos y recuerdos. Todas la vidas tienen un valor, hasta las aparentemente anodinas.  Todas dejan un legado, a veces tropezamos con él y nos sorprendemos por su valor. Yo, por  si acaso,  vo voy dejando por ahí, dejo mi legado... ¿Quién sabe?


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