miércoles, 8 de mayo de 2024

Beatus silex


Beatus ille (Feliz aquel) hace referencia a la vida sencilla, a la añoranza por una existencia en el campo, en medio de la naturaleza, alejada del "mundanal ruido". Esta expresión, de origen latino, da nombre a una de las cuatro aspiraciones del hombre renacentista: Beatus ille (Feliz aquel), Carpe diem (Disfruta el momento), Locus amoenus (Lugar ideal) y Tempus fugit (El tiempo corre).

Por una curiosa asimilación fonético-semántica durante años he creído que la expresión era: Beatus illex (quizá por una asimilación con nuestra emblemática encina; una especie de quercus: quercus ilex). Y de ahí enseguida saltamos al título que propongo para este artículo: Beatus Sílex, algo que personalmente traduzco como "Feliz el que añora el sílex, la edad de piedra".

Da la casualidad de que conozco una familia con cierta tendencia al estilo de vida paleolítico, al espíritu cavernario y ancestral de la especie.  No es necesariamente mala esta tendencia; en la sociedad actual (tan materialista, tan consumista y hedonista) esta orientación vital a contracorriente tiene su mérito y sus ventajas. Quien sabe economizar subsistiendo con su familia con una mínima pensión hasta los 100 años y sin más ayuda monetaria es, merecidamente, un héroe, hoy día. Los hijos han heredado y/o aprendido esta actitud y tienen a gala saber llevar una vida espartana, en la que no faltan sin embargo viajes y celebraciones aunque, eso sí, economizando todo lo posible en cada caso: se visten sencillamente y aprovechan prendas heredadas, viajan con lo mínimo, comen bocadillos o el menú del día más barato, compran en el supermercado las ofertas del día, eligen la panadería más económica, buscan las fruterías de los pakistaníes con sus precios reducidos y celebran con viandas sencillas y fiestas modestas sus fiestas habituales. Por supuesto comen de todo, no le hacen asco a nada y sus pequeñas delicatesen consisten en un paquete de cacahuetes, bolsas de kikos o de patatas fritas de Eloy Acero (reconocida marca burgalesa de patatas artesanas). Las galletas a palo seco también entran en el lote.   

Sin embargo detecto en ellos un orgullo malsano basado en su autosuficiencia, en el minimalismo extremo, en la avaricia del gasto hasta negociar en la propia supervivencia. Me fatiga bastante su búsqueda incansable de chollos y baraturas. Existe en ellos un cierto elogio de la roña, un soberbia de lo cutre, una nostalgia cavernaria ... Aparece, pasándose de rosca, un hiriente desdén contra lo bien hecho, un desprecio de la exquisitez, un beligerante resentimiento contra lo sibarita.

Hay algo de Síndrome de Diógenes en su incapacidad para desprenderse de lo viejo, de la nostalgia mueble, de lo que estorba por todos lados. Una tendencia a materializar la memoria en forma de ramos de flores secas de hace décadas, en fotos descoloridas, en muebles seculares, en libros polvorientos que reposan durante lustros en sus estanterías repletas. Igual pasa con los vestidos apolillados, los pantalones recosidos, los manteles remendados o reciclados en servilletas... Por no hablar de los sillones desvencijados de sobada tapicería, las sillas desfondadas, las televisiones antediluvianas, la máquina de coser Singer (una reliquia del siglo pasado), las vajillas desportilladas, los viejos baúles sagrados, las descoloridas estampas veneradas con exposición preferente por una paredes que piden a gritos una mano de pintura. No entiendo su despreocupación ante la vitrocerámica con la mitad de las resistencias fundidas o su desidia ante el vetusto calentador que funciona alternando aterrorizantes explosiones con mínimas llamas que apenas proporcionan tibieza al agua en invierno. Por no hablar de los tubos fluorescentes que tardan medio minuto en encender o los tiradores del armario sustituidos apresuradamente por bridas ante la dificultad para abrirlos. Ya, lo de menos, es la tapa del váter rajada por la mitad desde hace meses o la puerta de la mampara del baño que baila fuera de las ranuras.

La dejadez se impone. Se convierte parte de la terracita en almacén de zapatos y zapatillas viejas amontonadas entre frascos y betunes. Las escobas y fregonas siempre estorbando al lado de los cubos de basura tras una vieja cortina puesta recientemente pero ya con lamparones. Los tiestos, mínimos desiertos en las estanterías, se ven afectados por la sequía de la desidia. El tendedero se descuelga y las cuerdas de tender en la terraza se despliegan como rotas telarañas. Algunas camas no siempre se hacen y algunos habitantes no duermen sobre sábanas; prefieren a veces el saco de dormir directamente sobre la colcha. La mesa de la cocina tiene ruedas para moverla con facilidad y viaja por la cocina sobre ruedas pero sus cajones hace tiempo que están desencajados y cuando sus alas se despliegan se produce un incómodo alabeo por los laterales. Y podríamos seguir hablando de ventanas que cierran mal y con la manilla para abrir invertida; o de los enchufes flojos en sus cajetines o sobrecargados de ladrones baratos de los chinos; o del tablero de corcho acribillado por alfileres y agujas que caen como una lluvia filada sobre sus habitantes llegando a fundirse en sus bocadillos con el escabeche de un chicharro atragantando a alguno de los propietarios hasta casi la asfixia...

Contemplo con ternura esta actitud espartana ante la vida. Miro con simpatía como sobreviven en un mundo donde prima el consumo y el hedonismo. Pero me preocupa su desinterés por dotarse de un contexto agradable. Me subleva su absoluto desprecio por hacer las cosas mejor, más cuidadas. Me duele su desdén por el tiempo dedicado a lo bien hecho, su dejadez ante arreglos y mejoras, la eterna postergación de la ordenación y la limpieza, el minimalismo social, la desvalorización de la comodidad y el bienestar; el abandono del cuidado, de la imagen, la ignorancia del contexto, la independencia de campo social.

Por eso, con actitud pedagógica a veces mal interpretada, les animo a apreciar el tiempo y ilusión dedicadas a preparar una comida hecha con cariño; les intento convencer de la necesidad de una mayor limpieza de la casa, de más orden en los cuartos, de una distribución más cuidadosa de los armarios... No debemos ignorar los esfuerzos realizados por crear un clima agradable, una estancia acogedora, un espacio recogido. No debemos malinterpretamos el trabajo dedicado a mejorar tu casa, recoger tu vajilla, proveer tu despensa. No es un asunto baladí: la felicidad es producto de las pequeñas cosas; no vivimos en el paleolítico y la vida hoy es más compleja. Los detalles importan.

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