Una clase de lobos eran los guardias. Se apostaban en las carreteras principales a la espera de alguna presa a la que registrar y detener. Solían ser presas muy jóvenes. Los jóvenes y hombres maduros estaban luchando en el frente y los ancianos y los niños eran los que hacían las faenas del campo y vivían en los pueblos. Para los chiquillos se había acabado la escuela pues se acumulaban las cosas que hacer en cada casa . Si los pequeños brazos no eran lo suficientemente fuertes para trabajar el campo, sí servían para cocinar, acarrear hierba, cuidar los animales, coser, limpiar y hacer recados. Algunos recados especialmente peligrosos.
Se impuso había impuesto el racionamiento. La subsistencia se basaba, a veces, en el contrabando y el autoconsumo. La declaración obligatoria de lo cosechado y su venta a precio tasado por el gobierno privaban a los agricultores de una fuente de ingresos importante. El grano era cuanto tenían y debían venderlo barato. Como las autoridades controlaban las partidas clandestinas de grano mediante la molienda los molinos estaban vigilados y los caminos también. En los pueblos, los mayores se debían dedicar a labrar la tierra y recoger la cosecha ocultando el trigo en escondrijos emparedados dentro de las casas, en las viejas paneras. Para molerlo enviaban a los chiquillos; era más fácil pasar desapercibido si eres una chiquilla con un borrico por los caminos. Era una estampa habitual encontrarse con niños que hacían pequeños recados en los pueblos. Mi madre,, afortunadamente, nunca se encontró con los lobos (ya fueran animales o humanos) en estos viajes.
- "¡Cuidado que están los guardias en el cruce!"
Llegaban al molino ya muy entrada la noche y, el molinero les hacía esperar su turno. Había muchos que utilizaban clandestinamente ese servicio y había que hacer cola. Me imagino a las niñas descargando los sacos y yendo con los burros a algún prado para que pastaran. Las veo luego llegar a la cantina donde quizás sacaran un poco de pan y lomo de orza para cenar o, si eran invitadas, echar una partida con los lugareños que aún mataban las primeras horas de la noche en el establecimiento. Y, molido el grano, y con la advertencia del molinero de evitar las patrullas volverse a casa sin miedo, alegres por la misión cumplida y con el camino ya conocido. La ida la hacían con indicaciones imprecisas de los propios padres y, a veces, se perdían. En alguna ocasión, cansadas de aquellas sendas torturantes, optaron temerariamente por la comodidad de la carretera. Tuvieron suerte; pero el molinero se enfadó con ellas ¡Y con razón!
Pero quizá, los lobos más peligrosos, los encontró en la carretera en forma de camión militar lleno de soldados que venían del frente. Aquellos soldados desconocidos pararon e invitaron a la chiquilla a subir al camión. Por poco, en su ingenuidad, se deja engañar ante aquellas sonrisas y los gestos amables que le invitaban a subir. Fue la determinación de una amiga, algo mayor, que le acompañaba la que evitó una situación que pudo convertirse en desgracia...
- No sube. Viene conmigo y nos vamos ya.