domingo, 2 de junio de 2024

Caperucita 36

Esta Caperucita se llamaba Margarita. No llevaba capucha roja, sino falda y chaquetilla de lana parda. No hacía recados atravesando un bosque de cuento sino largos caminos entre tierras de labor y bosquetes de robles. No llevaba una cesta con tartas y miel; sus manjares se limitaban a pan y torreznos. No era una época indeterminada, de esas que hay que comenzar con "Érase una vez..."; eran los años precisos de la guerra del 36 al 39. Pero, como Caperucita, era una niña de pocos años, alegre e ingenua. Como ella tenía que cumplir encargos recorriendo los caminos de Palencia. Lo hacía andando, montada en un burro o cabalgando su querida yegua a sus pocos años. Lo hacía sola o acompañada por otras muchachas u otros chicos del pueblo. Lo hacía de día a veces, pero muchas otras de noche... Y también había lobos por los alrededores.




Una clase de lobos eran los guardias. Se apostaban en las carreteras principales a la espera de alguna presa a la que registrar y detener. Solían ser presas muy jóvenes. Los jóvenes y hombres maduros estaban luchando en el frente y los ancianos y los niños eran los que hacían las faenas del campo y vivían en los pueblos. Para los chiquillos se había acabado la escuela pues se acumulaban las cosas que hacer en cada casa . Si los pequeños brazos no eran lo suficientemente fuertes para trabajar el campo, sí servían para cocinar, acarrear hierba, cuidar los animales, coser, limpiar y hacer recados. Algunos recados especialmente peligrosos.

Se impuso había impuesto el racionamiento. La subsistencia se basaba, a veces, en el contrabando y el autoconsumo. La declaración obligatoria de lo cosechado y su venta a precio tasado por el gobierno privaban a los agricultores de una fuente de ingresos importante. El grano era cuanto tenían y debían venderlo barato. Como las autoridades controlaban las partidas clandestinas de grano mediante la molienda los molinos estaban vigilados y los caminos también. En los pueblos, los mayores se debían dedicar a labrar la tierra y recoger la cosecha ocultando el trigo en escondrijos emparedados dentro de las casas, en las viejas paneras. Para molerlo enviaban a los chiquillos; era más fácil pasar desapercibido si eres una chiquilla con un borrico por los caminos. Era una estampa habitual encontrarse con niños que hacían pequeños recados en los pueblos. Mi madre,, afortunadamente, nunca se encontró con los lobos (ya fueran animales o humanos) en estos viajes.


Muchas veces le tocó transitar de noche (para evitar los vigilantes) por caminos escondidos entre las colinas de la Valdavia. Sola, o con algunas otras chiquillas del pueblo, formaban partidas de pocos miembros y se encaminaban con los sacos a lomos de los burros de noche hasta los molinos de los pueblos de alrededor. Conmovidos por sus escasos 12 años, los lugareños las protegían y advertían:

- "¡Cuidado que están los guardias en el cruce!"

Llegaban al molino ya muy entrada la noche y, el molinero les hacía esperar su turno. Había muchos que utilizaban clandestinamente ese servicio y había que hacer cola. Me imagino a las niñas descargando los sacos y yendo con los burros a algún prado para que pastaran. Las veo luego llegar a la cantina donde quizás sacaran un poco de pan y lomo de orza para cenar o, si eran invitadas, echar una partida con los lugareños que aún mataban las primeras horas de la noche en el establecimiento. Y, molido el grano, y con la advertencia del molinero de evitar las patrullas volverse a casa sin miedo, alegres por la misión cumplida y con el camino ya conocido. La ida la hacían con indicaciones imprecisas de los propios padres y, a veces, se perdían. En alguna ocasión, cansadas de aquellas sendas torturantes, optaron temerariamente por la comodidad de la carretera. Tuvieron suerte; pero el molinero se enfadó con ellas ¡Y con razón!



Otras veces la imagino de amazona, montada en la silla de su yegua, poniendo el animal al trote, algo que le gustaba mucho... Y la expresión de su cara cuando relataba que encontró un lobo (uno de verdad). Asusta imaginarla en lo alto de la silla,con la yegua encabritada... Por suerte cada uno siguió su camino. No hubo ese día Caperucitas devoradas.

Pero quizá, los lobos más peligrosos, los encontró en la carretera en forma de camión militar lleno de soldados que venían del frente. Aquellos soldados desconocidos pararon e invitaron a la chiquilla a subir al camión. Por poco, en su ingenuidad, se deja engañar ante aquellas sonrisas y los gestos amables que le invitaban a subir. Fue la determinación de una amiga, algo mayor, que le acompañaba la que evitó una situación que pudo convertirse en desgracia...

- No sube. Viene conmigo y nos vamos ya.


O quizá no. Uno está acostumbrado a ver películas y piensa en lo peor. Pero mejor no arriesgarse: el lobo puede parecer muy amable, en los cuentos y en la vida real.

miércoles, 29 de mayo de 2024

Enseñar a compartir: "La rotación de juguetes"


Es un hecho que los niños de hoy tienen más juguetes de los que realmente necesitan. Esto va a incidir negativamente en su desarrollo y los limitará en el uso de la imaginación. La saturación de juguetes supone va a suponer una merma en su creatividad. La saturación de juguetes supondrá además que no adquieran la capacidad de precio y valor de las cosas y su excesiva acumulación y almacenamiento sin sentido disminuirá su capacidad de concentración y análisis de los juegos. El exceso de juguetes, además, fomenta la desigualdad social con otros pequeños menos "afortunados". Ya es bastante injusto que los Reyes Magos (en contradicción con lo que aseguran los progenitores) traen más juguetes a los niños buenos: ¡Mentira! ¡Traen más juguetes a los niños ricos!

Para evitar todo esto una buena idea es la rotación de los juguetes. Podemos hacerlo desde nuestra propia vecindad o ampliar el radio a nuestro barrio entero. Puede ser una iniciativa particular (cambio mis juguetes con los del vecino) o grupal (establecemos en el bloque una sala de juguetes sustentada con donaciones o compras comunitarias). En ciertas poblaciones algunos centros culturales dedican un espacio a ludotecas. Aparte de poder conocer y disfrutar en ellas de una más amplia variedad de juguetes, es posible prestarlos. El uso de juguetes en préstamos aporta unos valores importantes: previene contra la propiedad en exclusiva de las cosas, obliga al cuidado (ha de devolverlos en buen estado), enseña a compartir, permite conocer tipos de juguetes y juegos diferentes, obliga a la responsabilidad (ha de devolverlos en plazo), enseña a decidir...

Durante su infancia, mis sobrinos de Burgos, acudían a una ludoteca cercana. Conocieron así otros juguetes y adquirieron estos valores que apunto arriba. Mis felicitaciones a sus padres. No he notado en ellos envidia o frustración por no tener ese gran almacén de juguetes que muestran orgullosos otros niños. En mi infancia un juguete comprado era algo extraordinario. Era un pequeño tesoro. Por eso lo cuidabamos obsesivamente. Lo arreglábamos mil veces. Jugábamos con él hasta la extenuación. Exprimíamos todo el jugo a sus posibilidades... Hoy día miro a mi sobrino nieto y me apena ese extravagante derroche de objetos (aparentemente lúdicos) que se le regala. Incontables muñecos, atractivos chismes electrónicos, enormes cachivaches con ruedas, trajes y disfraces para aburrir, infinitos cacharros de plástico, trastos de colores, trebejos incomprensibles... Las cajas y cestos con sus juguetes almacenan montones de piezas desperdigadas. ¿Cómo va a apreciar el valor de las cosas bien hechas?  ¿Cómo adquirirá así el necesario espíritu de observación? A veces se viene a jugar conmigo; nunca se aburre. Jugamos con cajas de cartón, con herramientas, con una simple pelota a mil juegos (incluso a fútbol, lo más aburrido); nos divertimos haciendo equilibrios con lo que se tercia (maderas, botes, tablillas...), exploramos, nos escondemos, imaginamos... El mejor juguete somos nosotros mismos si sabemos jugar a todas las cosas que el mundo nos ofrece. No es necesario crearlas artificialmente. Basta la imaginación. 



martes, 28 de mayo de 2024

Fábula de la oveja y el agua clara

Me gustaban mucho las fábulas. Y aún me gustan. He escrito por diversión algunas. Hoy vuelvo a hacerlo a raíz de un comentario que hizo mi sobrino Sergio cuando le recriminé amablemente que se moderara al servirse en la mesa el primero y lo mejor... "En mis tiempos" (digo esta frase y me siento más viejo aún) esto era considerando una falta de educación. Mi sobrino, mirándome fijamente y con absoluta convicción, me respondió: 

-¿Sabes lo que decía la abuela Anuncia? ¡Que si fueras oveja no beberías agua clara!

Me quedé pensando en la frase. ¡Que abuelas tan diferentes! Mi madre, ya abuela hace tiempo con sus 101 años, siempre nos educó en respetar turnos, no tomar el mejor bocado (o, en todo caso, elegir el más cercano a tu posición); no aceptar nada de lo que nos ofrecen sin los permisos correspondientes (el del donante y el suyo propio como madre)... La abuela Anuncia (mi suegra, q.e.p.d) anima a sus nietos a ser los primeros, a no privarse del mejor bocado que aparezca delante de ellos... En mi casa se comía primero el pan duro o se aceptaba el trozo que te tocaba; en la de la abuela Anuncia desaparecen los picos del pan nada más ponerlo en la mesa; incluso hay disputas por ellos (los bocadillos con el chorizo de las lentejas son un manjar exquisito, sobre todo con los cuscurros). 


He pensado muchas veces cuál es la mejor educación. Posiblemente (y extraemos aquí la filosofía de otra frase popular: "Ni tanto, ni tan calvo") la solución esté en el término medio. El "laissez faire, laissez passer", aparentemente tan positivo para fomentar la autoestima y la alegría de vivir puede crear pequeños monstruos egoístas con un narcisismo adquirido. La férrea disciplina de las normas, por otro lado, puede generar frustración y frenar la espontaneidad. Dado que, en general, mis sobrinos por la parte de mi mujer parecen buenos chicos, son simpáticos y muy sociables; parece que la filosofía de la abuela no es tan mala... Sin embargo la frase que tan bien ha aprendido mi sobrino me pareció tramposa. Bien mirada es una invitación a situarse (literalmente) por encima de los demás para obtener los mejores recursos. Llevada al extremo la encontramos en la filosofía de tantos líderes autoritarios y populistas. ¿No suena un poco a la ideología de, por ejemplo, Donald Trump cuando expulsaba (eufórico en su aparente superioridad) de su programa de TV "El Aprendiz"a los "perdedores" con la hiriente expresión: “You’re fired!” (“¡Estás despedido!”, en inglés). O la máxima que exhiben los americanos de su partido: “America First” (Hay que precisar que este lema fue creado originalmente para abogar contra la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El "America First Comitee" fue un movimiento que agrupó bajo su seno a destacados antisemitas y filonazis estadounidenses)

Pero como de niños nos quedaron aficiones y como a los pequeños les encanta de aprender de los animales he escrito una fábula. Quizá así reflexionen sobre que "ser el primero" no siempre es lo correcto. Por cierto; mi sobrino Sergio anda ahora enamorado. Todo son atenciones para su novia Olga; la agasaja a conciencia, mira por sus ojos; gustoso le cede el mejor sitio... Estoy seguro de que "si fuera oveja no bebería agua clara con ella al lado". 



Fábula de las ovejas y el agua clara.


El joven cordero se quejaba a la oveja vieja: 

- Siempre que llegamos a un río y me coloco para beber hay tantas ovejas delante de mí que el agua baja turbia.

La oveja vieja, la del pellejo arrugado y renegrido por años de sol, le miró y le dijo con un balido ronco:

-"Si quieres beber agua clara tienes que ponerte el primero: remonta el río hasta que no haya nadie. Ahí el agua es pura y cristalina. Hazlo y tendrás el privilegio de beber el mejor agua"

El pequeño cordero rodeó la fila de ovejas que bebían en la orilla y ascendió la suave pendiente hasta colocarse en cabeza. Entonces metió alborozado sus pezuñas en la orilla y bebió. Transido de felicidad saboreó aquel agua tan clara que le supo riquísima. Pero los corderos de más abajo se quejaron a la vieja:

- El cordero que se ha colado nos ha enturbiado el agua. Estamos bebiendo el lodo y la porquería que remueve con sus patas en la orilla.

La vieja, un poco harta de tantos corderos llorones, les dijo con un áspero balido: 

- Id río arriba y poneros vosotros los primeros. Al principio del río el agua corre limpia y transparente. 

Y así lo hicieron. Se adelantaron atropellándose unos a otros hasta llegar a la cabecera del grupo. Festejaban con alegres balidos lo rico que estaba aquel agua tan limpia. 

Río abajo, sin embargo, el grueso del rebaño se enfureció por la suciedad que ocasionaban con el barro de la orilla que pisaban  los atolondrados corderos de vanguardia. Miraron con rencor a la oveja vieja y se quejaron amargamente: 

- ¿Por qué has aconsejado a los corderos que se cuelen en la fila? Ahora el agua baja mucho más turbia que antes...

Harta la oveja vieja baló para sí: 

- No sé para qué cuento mis secretos a estos bobalicones; al fin y al cabo "oveja que bala, bocado que pierde" y con tanto consejo me estoy quedando en ayunas. -Y diciendo esto se dio la vuelta y se puso a pastar la verde hierba de la orilla-

Las ovejas entonces se apresuraron a adelantar a los corderos de cabeza y entraron en tropel en el río para beber agua clara. 

Los corderos reaccionaron iniciando una apresurada procesión por la orilla para alcanzar la posición de vanguardia en el rebaño río arriba. Cuando el primero la alcanzaba y empezaba a beber ya otro se le adelantaba y se paraba un metro por delante enturbiando el agua con sus pezuñas. 

Cada vez más deprisa y más enfurruñados se adelantaban unos a otros hasta que finalmente todos cayeron exhaustos junto a la orilla. Estaban tan cansados y tenían tanta sed por no haber podido beber a su gusto que no tenían fuerza ni para levantarse...

En ese momento llegaron los lobos y se dieron un gran festín. Las ovejas estaban tan cansadas de competir que se las comieron a todas.


lunes, 20 de mayo de 2024

Dios es mujer

Las pasadas Navidades escribí, como acostumbro en los últimos años, un relato navideño. En esta ocasión se me ocurrió recrear lo que podría haber sido el esperado nacimiento del "Rey de los judíos" en la sorprendente condición de mujer. Un relato ingenuo y ficticio que, al parecer, hiere con muchas aristas y  da lugar a situaciones  sorprendentes.   

En primer lugar la reacción de algún familiar que lo relaciona directamente con la "Ley Trans". Hube de buscar en internet el contenido de dicha ley; no fuera que, sin saberlo, hubiera entrado en una polémica que levantara sarpullidos sin conocer bien su contexto.

Por otro lado la historia religiosa nos ofrece discusiones bizantinas sobre, por ejemplo, "El sexo de los ángeles". Incluso el "sexo de Dios" ha sido tratado. Generalmente se concluye que no es un tema esencial el género en la divinidad. Pero el lenguaje, el arte... ¡y la propia mente de cada cual! representa siempre una figura masculina para la deidad. 

Por último, deseoso de tener una imagen original (relativamente) sobre el tema, le pedí a la IA que elaborara una imagen de Dios en la que éste fuera mujer. Existen representaciones alternativas de la creación elaboradas y publicadas desde perspectivas feministas que nos presentan un "Hijo de Dios" con cuerpo de mujer. Una de ellas (una hija de Dios mujer y negra "para más inri") la había utilizado para aquel relato. 

Cuando tecleé en la casilla de peticiones de Copilot "Crea una imagen en la que Dios sea mujer", esta suite de Microsoft me pide disculpas escudándose en que no puede crear imágenes que representen a Dios como mujer y me anima a cambiar de tema.


Así que, y concluyo, la mujer como persona en igualdad de derechos y funciones; o como elemento representativo de "valores"  o entes espirituales universales también está discriminada. He dicho.  

domingo, 19 de mayo de 2024

¡A gritos!

 


A veces hablo alto: unas para hacerme oír en medio del ruido o del caos conversación, otras para poder escucharme a mí mismo. Para superponerme a las conversaciones ajenas que, invadiendo toda mi capacidad de procesamiento, im
piden expresarme. Puesto que el grito agresivo es algo intencional, los que me acusan de que hablo muy alto y lo equiparan a gritar se equivocan. Si "grito" es para hacerme oír.

En contadas ocasiones grito. Me refiero al grito violento, al desahogo vocal y pulmonar. Raramente uso este como gesto autoritario, sino como autoafirmación. Es posible que esta conducta sea tomada como algo humillante para el interlocutor o interlocutores; pero, para mí, tiene sentido funcional. Creo que todas las veces que he gritado ha sido de desesperación o con función de interruptor: ante una situación estresante que me impide tomar una decisión trascendente (por ejemplo conduciendo ante tráfico peligroso o situaciones complicadas) , o una agresión (física o psicológica) inaceptable, o ante una debilidad o cansancio incapacitante... En realidad todos esos gritos pueden obedecen a la misma causa y emiten (en sus diferentes formas) un único mensaje: ¡Déjame pensar, necesito que te calles porque tengo que tomar una decisión importante; tus interrupciones, tu verborrea o tus actos me impiden hacerlo!

Cuando, tras el grito de auxilio (que es en realidad este hecho), veo la cara de los que me rodean encuentro en su rostro una expresión de bochorno que me duele. Sé perfectamente lo que piensan: "Si alguna razón tuvieras, al gritar, la has pedido". Mi frustración aumenta entonces y valoro las otras posibilidades que se me ofrecen: darme un cabezazo contra la pared (o dárselo a mi interlocutor); huir, desconectar del grupo; llorar, quizá...

A veces hay un grito sordo que nos taladra los oídos sin que le lector de decibelios muestre anomalía alguna. Esos son los peores gritos.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Beatus silex


Beatus ille (Feliz aquel) hace referencia a la vida sencilla, a la añoranza por una existencia en el campo, en medio de la naturaleza, alejada del "mundanal ruido". Esta expresión, de origen latino, da nombre a una de las cuatro aspiraciones del hombre renacentista: Beatus ille (Feliz aquel), Carpe diem (Disfruta el momento), Locus amoenus (Lugar ideal) y Tempus fugit (El tiempo corre).

Por una curiosa asimilación fonético-semántica durante años he creído que la expresión era: Beatus illex (quizá por una asimilación con nuestra emblemática encina; una especie de quercus: quercus ilex). Y de ahí enseguida saltamos al título que propongo para este artículo: Beatus Sílex, algo que personalmente traduzco como "Feliz el que añora el sílex, la edad de piedra".

Da la casualidad de que conozco una familia con cierta tendencia al estilo de vida paleolítico, al espíritu cavernario y ancestral de la especie.  No es necesariamente mala esta tendencia; en la sociedad actual (tan materialista, tan consumista y hedonista) esta orientación vital a contracorriente tiene su mérito y sus ventajas. Quien sabe economizar subsistiendo con su familia con una mínima pensión hasta los 100 años y sin más ayuda monetaria es, merecidamente, un héroe, hoy día. Los hijos han heredado y/o aprendido esta actitud y tienen a gala saber llevar una vida espartana, en la que no faltan sin embargo viajes y celebraciones aunque, eso sí, economizando todo lo posible en cada caso: se visten sencillamente y aprovechan prendas heredadas, viajan con lo mínimo, comen bocadillos o el menú del día más barato, compran en el supermercado las ofertas del día, eligen la panadería más económica, buscan las fruterías de los pakistaníes con sus precios reducidos y celebran con viandas sencillas y fiestas modestas sus fiestas habituales. Por supuesto comen de todo, no le hacen asco a nada y sus pequeñas delicatesen consisten en un paquete de cacahuetes, bolsas de kikos o de patatas fritas de Eloy Acero (reconocida marca burgalesa de patatas artesanas). Las galletas a palo seco también entran en el lote.   

Sin embargo detecto en ellos un orgullo malsano basado en su autosuficiencia, en el minimalismo extremo, en la avaricia del gasto hasta negociar en la propia supervivencia. Me fatiga bastante su búsqueda incansable de chollos y baraturas. Existe en ellos un cierto elogio de la roña, un soberbia de lo cutre, una nostalgia cavernaria ... Aparece, pasándose de rosca, un hiriente desdén contra lo bien hecho, un desprecio de la exquisitez, un beligerante resentimiento contra lo sibarita.

Hay algo de Síndrome de Diógenes en su incapacidad para desprenderse de lo viejo, de la nostalgia mueble, de lo que estorba por todos lados. Una tendencia a materializar la memoria en forma de ramos de flores secas de hace décadas, en fotos descoloridas, en muebles seculares, en libros polvorientos que reposan durante lustros en sus estanterías repletas. Igual pasa con los vestidos apolillados, los pantalones recosidos, los manteles remendados o reciclados en servilletas... Por no hablar de los sillones desvencijados de sobada tapicería, las sillas desfondadas, las televisiones antediluvianas, la máquina de coser Singer (una reliquia del siglo pasado), las vajillas desportilladas, los viejos baúles sagrados, las descoloridas estampas veneradas con exposición preferente por una paredes que piden a gritos una mano de pintura. No entiendo su despreocupación ante la vitrocerámica con la mitad de las resistencias fundidas o su desidia ante el vetusto calentador que funciona alternando aterrorizantes explosiones con mínimas llamas que apenas proporcionan tibieza al agua en invierno. Por no hablar de los tubos fluorescentes que tardan medio minuto en encender o los tiradores del armario sustituidos apresuradamente por bridas ante la dificultad para abrirlos. Ya, lo de menos, es la tapa del váter rajada por la mitad desde hace meses o la puerta de la mampara del baño que baila fuera de las ranuras.

La dejadez se impone. Se convierte parte de la terracita en almacén de zapatos y zapatillas viejas amontonadas entre frascos y betunes. Las escobas y fregonas siempre estorbando al lado de los cubos de basura tras una vieja cortina puesta recientemente pero ya con lamparones. Los tiestos, mínimos desiertos en las estanterías, se ven afectados por la sequía de la desidia. El tendedero se descuelga y las cuerdas de tender en la terraza se despliegan como rotas telarañas. Algunas camas no siempre se hacen y algunos habitantes no duermen sobre sábanas; prefieren a veces el saco de dormir directamente sobre la colcha. La mesa de la cocina tiene ruedas para moverla con facilidad y viaja por la cocina sobre ruedas pero sus cajones hace tiempo que están desencajados y cuando sus alas se despliegan se produce un incómodo alabeo por los laterales. Y podríamos seguir hablando de ventanas que cierran mal y con la manilla para abrir invertida; o de los enchufes flojos en sus cajetines o sobrecargados de ladrones baratos de los chinos; o del tablero de corcho acribillado por alfileres y agujas que caen como una lluvia filada sobre sus habitantes llegando a fundirse en sus bocadillos con el escabeche de un chicharro atragantando a alguno de los propietarios hasta casi la asfixia...

Contemplo con ternura esta actitud espartana ante la vida. Miro con simpatía como sobreviven en un mundo donde prima el consumo y el hedonismo. Pero me preocupa su desinterés por dotarse de un contexto agradable. Me subleva su absoluto desprecio por hacer las cosas mejor, más cuidadas. Me duele su desdén por el tiempo dedicado a lo bien hecho, su dejadez ante arreglos y mejoras, la eterna postergación de la ordenación y la limpieza, el minimalismo social, la desvalorización de la comodidad y el bienestar; el abandono del cuidado, de la imagen, la ignorancia del contexto, la independencia de campo social.

Por eso, con actitud pedagógica a veces mal interpretada, les animo a apreciar el tiempo y ilusión dedicadas a preparar una comida hecha con cariño; les intento convencer de la necesidad de una mayor limpieza de la casa, de más orden en los cuartos, de una distribución más cuidadosa de los armarios... No debemos ignorar los esfuerzos realizados por crear un clima agradable, una estancia acogedora, un espacio recogido. No debemos malinterpretamos el trabajo dedicado a mejorar tu casa, recoger tu vajilla, proveer tu despensa. No es un asunto baladí: la felicidad es producto de las pequeñas cosas; no vivimos en el paleolítico y la vida hoy es más compleja. Los detalles importan.

martes, 7 de mayo de 2024

Desapareceré



 Desapareceré, de mí no quedará nada; quizá algún diente... ¡y postizo! Puede que algún paleontólogo encuentre algún hueso, la hebilla del cinturón, el perdigón incrustado en mi brazo desde niño... Quizá un inscripción en una piedra, una losa de cemento con mi mano impresa, una tablilla de arcilla grabada de cuando practicaba con mis alumnas la escritura cuneiforme...

O una idea que perdure en un libro digital o algo eterno como un pensamiento que tocó el alma de algún congénere. Quizá una cuartilla amarillenta llame la atención de alguien un día, por un breve instante antes de ser arrojada a la papelera. 

No somos nada, si acaso polvo y ni siquiera enamorado. Polvo sucio, fango húmedo, roña del tiempo. El cementerio nos esconde, nos pudre. La tierra nos recicla y los gusanos se alimentan del nosotros que ya no es. Viviremos en el recuerdo de alguien durante un tiempo; probablemente breve, más bien corto, seguramente fugaz. Y después seremos deconstruidos, reducidos a átomos anónimos, átomos sin historia, ladrillos nuevos...

Incinerados en el tiempo, consumidos en la historia, apenas dimos calor. Pasamos por aquí como viajeros contemplando el paisaje desde el tren. Bajamos en cualquier estación y la locomotora de la vida sigue su curso. Nosotros, con nuestra inútil maleta, echamos  raíces en una tierra que nos cubrirá muy pronto. Y solo nos quedará la esperanza de formar parte de una savia nueva en algún árbol junto al camino.



lunes, 15 de abril de 2024

Si me olvidara de ti, Jerusalem...

Si me olvidara de ti, Jerusalén,

que pierda la destreza mi mano derecha,

que mi lengua se pegue al paladar

si de tí no me acordara,

si no glorificara a Jerusalén

como principal fuente de mi alegría...

(Adaptación libre del salmo 137:5-6, Reina-VaLERA 1960)


El salmo 137 se denomina "El lamento de los cautivos". Transcribo el texto completo tomado de la Biblia de Las Américas:

   
1 Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos y llorábamos,
al acordarnos de Sion.
2 Sobre los sauces en medio de ella
colgamos nuestras arpas.
3 Pues allí los que nos habían llevado cautivos nos pedían canciones,
y los que nos atormentaban nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos alguno de los cánticos de Sion.
4 ¿Cómo cantaremos la canción del Señor
en tierra extraña?
5 Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
6 Péguese mi lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no enaltezco a Jerusalén
sobre mi supremo gozo.
7 Recuerda, Oh Señor, contra los hijos de Edom
el día de Jerusalén,
quienes dijeron: ¡Arrasadla, arrasadla
hasta sus cimientos!
8 ¡Oh hija de Babilonia, la devastada,
bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
9 ¡Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños
contra la peña!

(Las citas están tomadas de La Biblia de las Américas .1986, 1995, 1997)

Francisco Palazón Martínez escribió una preciosa adaptación de este álbum hacia 1979.

Recuerdo muy bien este salmo. Lo cantábamos (así lo recuerdo; pero no estoy demasiado seguro) con nuestras voces adolescentes en el ISPE de Salamanca, cuando nos formábamos en el postulantado para ser futuros hermanos maristas. Hablo de los años 1977-78; Entonces lo cantábamos con esta melodía compuesta por el compositor Francisco Palazón(Curiosamente he buscado las reseñas de este músico y el tema no aparece en su discografía hasta algunos años más tarde). Es curiosa la memoria musical; con una hipoacusia neurosensorial moderada (es decir desafino vergonzosamente en los karaokes) aún la canto con solvencia, ¡Y han pasado 45 años! Quizá se tratara de una primicia ofrecida a nuestro postulantado (Los maristas eran una entidad religiosa importante; y de hecho tuve la oportunidad de asistir a un concierto exclusivo de Ricardo Cantalapiedra en nuestro salón de actos hacia el año 1978).

Esta introducción me lleva a contarte el porqué de este rescate, sin venir a cuento aparentemente, de mis registros olvidados en aquellos tiempos de luces y sombras (como diría mi antiguo amigo y escritor gallego Xoan Ramiro Cuba). El aldabonazo a la memoria lo ha dado la ocupación israelí de Palestina que ya va para seis meses y con más de 30.000 muertos, muchos de ellos niños.
¡Como no acordarse de aquella terrible frase del salmo 137 (136, según otra contabilidad):

"Bienaventurado el que te devuelva
el pago con que nos pagaste!
¡Bienaventurado será el que tome tus pequeños
y los estrelle contra la peña!


Porque la destrucción, el pago contra quienes les han hecho daño (y contra muchos otros inocentes que no tienen nada que ver) ha sido devuelto con creces. Muchos niños palestinos han sido masacrados: bombardeados, abocados a la orfandad, desalojados de sus casas, abandonados su suerte, expuestos cruelmente a infecciones y enfermedades, muertos de hambre...

Yahvé, el Dios de los bombardeos y el fuego sobre "sus enemigos", ha demostrado ser el viejo Dios vengativo de la Biblia; aquel que
en el salmo 110 (109) proclama:


4 El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

5 El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes;

6 dará sentencia contra los pueblos,
amontonará cadáveres,
quebrantará cráneos
sobre la ancha tierra.


Desde pequeño me pareció aterrador este Dios vengador que asume la ira del "pueblo elegido" aceptando ser instrumento de la cólera indiscriminada de los agraviados. Decidme, judíos, que, en vuestra exclusiva nostalgia, añoráis el idílico Jerusalem de vuestros padres: ¿En qué os diferenciáis ahora de los nazis que os exterminaban, de las facciones palestinas que os atacaron con crueldad? ¿Quiénes son ahora los terneros llevados al matadero de vuestra preciosa canción "Dona, dona"? ¿Quién es ahora el pequeño David que se enfrenta al poderoso Goliat?


Los niños palestinos,
en sus tiendas de campaña en Rafha,
esperando el asalto israelí,
se sentaron a llorar...


Los fascinantes Insectos



Ahora que las abejas están desapareciendo del planeta deberíamos reflexionar sobre la extraordinaria importancia de los insectos en el ecosistema. Esos pensamientos nos provocarán una incómoda preocupación. Es un clásico citar la famosa frase, atribuida al genio de Albert Einstein, que nos advierte de que "Si las abejas desaparecieran de la faz de la Tierra, a la humanidad le quedarían cuatro años de existencia, ya que los cultivos de alimentos no tendrían quien los polinizara".

Pero, aliviando un poco el peso de la trascendencia, también los insectos nos ofrecen otras perspectivas fascinantes. Recuerdo haber leído hace tiempo la curiosa historia de cómo unos niños rusos habían utilizado las cucarachas para falsificar sus boletines de notas. (Hoy en día obtendrían resultados dudosos incluso con la milagrosa goma de goma de photoshop). Aquellas brillantes mentes infantiles habían ideado capturar cucarachas, someterlas a un ayuno de semanas y después colocarlas en una caja cerrada con el boletín en el que habían repasado con un palillo impregnado de mermelada sus insuficientes. Los hambrientos insectos se abalanzaban sobre la melaza para devorarla. Tal era el hambre y la glotonería que manifestaban que, una vez acabada la confitura seguían mordisqueando con sus diminutas mandíbulas el papel produciendo un fino lijado de su superficie. La tinta, así, desaparecía y no se notaba. Solo quedaba rellenar con sobresalientes y papá y mamá se sentirían muy satisfechos. Algo parecido, como procedimiento delictivo de mucha mayor gravedad, se ha aplicado a la estafa mediante la falsificación de documentos de pertenencia de tierras en Brasil. Existe una palabra en portugués que describe una práctica antigua utilizada por desaprensivos para falsificar documentos que certifiquen la titularidad de una tierra desde tiempo inmemorial. La palabra e "grilagem" y describe una práctica para envejecer el papel del documento consistente en poner el documento falsificado en una caja a la que arrojaban grillos ("grilo" en portugués). Al cabo de unas semanas el documento amarillea ba e incluso aparecía con diminutos agujeritos como si fuera un documento de siglos. que les permitía, de forma ilícita, legalizar su propiedad para desforestarla a placer. Este crimen ha determinado hasta hoy día la destrucción de gran parte de la biomasa en la mayor selva tropical del planeta.



Otra aplicación fascinante de los insectos la podemos descubrir en la película Apocalypto (2006; dirigida por Mel Gibson) cuando los protagonistas aplican sutura a una herida mediante las mandíbulas de hormigas gigantes (parece que en la película eran hormigas soldados de Hormiga Atta, aunque otros aseguran que se adaptan mucho mejor a este fin las mandíbulas de las Eciton soldado).En algunas tribus de África y Sudamérica ha sido tradicional utilizar a las hormigas para coser heridas. Primero dejan que las hormigas muerdan los bordes de la herida cerrándola, después arrancan el cuerpo de la hormiga dejando solo la cabeza (las mandíbulas se quedan fijas) y por tanto la herida cerrada. Las heridas suturadas con las cabezas de las hormigas no infectan, pues en la boca de la hormiga hay antibioticos e antifungicos naturales.


Esta costumbre de algunas zonas de África, India y el sur de América, que utilizan las hormigas como grapas de sutura están documentadas desde el año 1000 a.C.
Las especies más comúnmente utilizadas son las hormigas soldado y también algunos tipos de escarabajo. Lo que suele hacerse es aprovechar las potentes mandíbulas de estos insectos para aproximar ambos bordes de la herida. Las colocan de forma que la hormiga muerda ambos bordes y al cerrar la mandíbula por un acto reflejo al arrancarles el resto del cuerpo. hace que estos se junten. Las mandíbulas mantienen su posición una vez decapitadas. La cabeza de la hormiga es posteriormente expulsada por el cuerpo cuando la herida está cerrada.
Hay que tener en cuenta que muchas hormigas producen ácido fórmico, es un veneno que les sirve para defenderse, doloroso y urticante. Está presente también en las ortigas. Este ácido sería irritante pero las característica antibacterianas y fúngicas de las hormigas que laboran entre los hongos del suelo pueden compensar la irritación.


Otro curiosísima propiedad de los insectos (en este caso de las vulgares moscas) lo encontré en una historia contada por un superviviente de los campos de concentración en la II Guerra Mundial. Contaba, esta persona que internado en uno de los campos y preso de una grave infección en una herida, a punto de gangrenarse, recurrió al consejo de un médico judío. Este, carente de toda medicina en el campo, le aconsejó acercarse a las infectas letrinas del campo con la herida descubierta y expuesta a las moscas. Debía dejar que se posaran sobre ella y pusieran sus huevos sobre la carne en descomposición que las atraía sobre manera.
El propósito es que las moscas desovaran entre la carne corrompida y, posteriormente, las larvas que se alimentan de materia en putrefacción limpiaran la herida al alimentarse de la misma. Esto salvó su vida y la de muchos prisioneros y es una sorprendente demostración de las maravillosas cualidades de los insectos.


No voy a extenderme más sobre las aplicaciones prácticas que los insectos pueden aportar al hombre. Hay un amplio horizonte por descubrir en este campo. Hoy en día, la capacidad de orientarse por luz polarizada de las abejas, la vista infrarroja de las garrapatas que te persiguen aunque, con sus ojos, no puedan verte (lo tengo comprobado por mí mismo, en un caso que resulté infectado), la referencia de la luna en el vuelo de las polillas (que las lleva, engañadas por su luz, a girar compulsivamente alrededor de las farolas), las características de la articulación neumática de las extremidades de las arañas (algo que se intenta aprovechar para construir diminutos robots) o la delicada ingeniería de sus telas... todo ello nos fascina y debe hacernos comprender y respetar su importancia en nuestro ecosistema; es decir en nuestra vida.


martes, 2 de abril de 2024

Una espada de Damocles de 40 toneladas.


Como al mítico Damocles, a los vecinos de la calle Cavanilles 25 y 27 se les quitaron las ganas de comer y disfrutar de la tranquilidad de sus viviendas en ese lugar de Madrid, cercano al parque del Retiro. Como aquel cortesano adulador de su rey, en la Siracusa del s. IV a.C., los ciudadanos miraron hacia arriba y repararon en la afilada grúa que se disponía a levantar sobre sus tejados, nueve plantas más arriba, una pesada pilotadora de 40 Tm. atada por cables de acero.

Con nocturnidad y alevosía Urbanitae (grupo que gestiona el proyecto y que se financia a través de una plataforma reuniendo dinero de inversores con promesas de alta rentabilidad) urgió a la empresa Grúas Aguilar para que, en la noche del 1 al 2 de marzo, instalara una grúa gigantesca ocuparía toda la calle y se montara en tiempo record.

La controversia entre los residentes y Urbanitae venía de lejos. La construcción de 4 pisos de aparcamientos subterráneos con capacidad para 218 plazas, despertaba oposición vecinal ya antes de esta intervención. Un vecino advertía de que hay acuíferos superficiales que serían desviados hacia los cimientos de los edificios por las obras. Además se trata de  viviendas bastante antiguas que van a sufrir las vibraciones de la pilotadora y desconfían de que (por mucho que lo nieguen los promotores) no afectarán a las estructuras.


De esta noticia encontrarás, amigo lector, numerosos artículos en la prensa local y nacional. No es mi intención ahondar más en estos aspectos que he resumido sucintamente. Quiero, más bien, compartir contigo los recuerdos que este suceso ha despertado en mi memoria. Son pequeñas y sabrosas experiencias de mi vida de juventud, cuando era maestro en el recién construído colegio público Nuestra Sra. Del Madroño (En la colonia Fontarrón de Vallecas) y estrenaba vida de recién casado viviendo en aquellas casas. Sí; yo fui vecino de Cabanilles 27 hace casi 40 años.


Fue al reconocer el nombre de la calle y ver las fotografías de la enormes grúa instalada al lado de los edificios que recordé la casa en alquiler que teníamos en Cabanillas 27. Me había mudado desde la cercana calle Abtao donde, en el par de años que precedieron a mi boda, había vivido en un pequeño y coqueto apartamento. El nuevo piso era más grande y barato; pero también más viejo. Conocí bien aquel patio de vecinos, que contemplaba cada día desde mis ventanas en el segundo piso que había alquilado. Muchas horas pasé observando aquel patio convertido en un solar abandonado y en el que los vecinos (que estábamos en el secreto de su existencia) encontrábamos un preciado lugar para dejar nuestros coches soslayando el pago por el escaso espacio de aparcamiento madrileño en las proximidades del cercano parque del Retiro.

Nuestras ventanas, con vistas al patio desde el segundo piso, recibían una luz mortecina, amortiguada por las altas paredes de los bloques contiguos con sus paredes de ladrillo cribadas de ventanas y terrazas en sus decena de pisos de altura. Miro las fotografías actuales y aún me parece reconocer el lugar en que, bajo nuestra vivienda, se encontraba el videoclub al que intentaron robar una noche forzando un ventanal que estaba bajo la ventana de nuestro dormitorio. Me resulta increíble hoy día que, con la hipoacusia que padezco actualmente, me despertara entonces el trajín de los dos cacos operando con un gato sobre los barrotes de la pequeña ventana trasera del establecimiento; algo de lo que Charo, mi mujer, ni se enteró. Recuerdo levantarme alarmado para contemplar asombrado desde la ventana como dos jóvenes ladrones, con sorprendente tranquilidad y sangre fría, intentaban separar los barrotes del ventanuco despreocupados de que el ruido despertara a la vecindad.
Recuerdo que les grité asombrado: "Pero ¿qué hacéis?" (como si no fuera evidente la respuesta). Ellos alzaron la vista y, sin inmutarse, recogieron el gato y se marcharon con gesto de fastidio hacia la entrada (un pasadizo a pie de calle, hoy cerrado, que daba acceso al patio y por el que actualmente no puede pasar la pilotadora necesaria para la obra).

Muchas tardes preparando clases o corrigiendo exámenes ante la ventana posaba mi mirada en aquel espacio encajonado entre ladrillo y hormigón. Buena parte de la vida vecinal transcurría ante mis ojos. En una ocasión me sobresalté al descubrir un mozalbete apoyado sobre el poyete de una ventana del bloque contiguo. Desde el segundo piso aquel niño encendía papeles de periódico y los arrojaba ardiendo sobre los vehículos aparcados. Espantado, anticipé las posibles consecuencias de su infantil imprudencia: coches con el capó descolorido, personas con la ropa chamuscada, incendio de algún vehículo aparcado al pie del muro... No faltaba combustible: había manchas de aceite en el suelo (antiguamente eran frecuentes las pérdidas de aceite en los coches), malas hierbas, basura... Alarmado, corrí hasta el portal correspondiente para, pulsando todas las teclas del telefonillo de los vecinos del segundo piso, averiguar donde vivía la criatura y avisar a sus padres. Al final acerté con la puerta de su vivienda y tras llamar al timbre un vecino me abrió (deduje, por la edad, que sería el abuelo de aquel  pirómano infantil). Le di cuenta de la situación y pareció recibir la noticia con apatía. Forzado por las circunstancias, se introdujo de nuevo en la vivienda para buscar a su nieto al que reprendió ante mí con indolencia. A mí, comprometido con la educación de los niños por profesión y convicción, me llevaban todos los demonios por aquella negligente actitud. Volví a casa con las orejas gachas; poco había faltado para que el abuelete me echara en cara ser un metomentodo y me despidiera con cajas destempladas dedicándome un ¡A usted qué le importa! Me acordé de aquel refrán africano que dice que "Hace falta una tribu entera para educar a un niño". Estoy seguro de que aquel buen señor de seguro apostillaría: "Mejor que les eduque el resto de la tribu".


Patio de los edificios de la calle Cavanilles 25 y 27, en el año 1985.
En este patio -entonces de libre acceso- aparcábamos muchos de los residentes
 que conocíamos su existencia. (Foto personal desde mi domicilio)  
    
El aburrimiento de los niños en aquel Madrid saturado de edificios era evidente. Los críos encerrados entre cuatro paredes buscaban entretenimientos inverosímiles. Descubrí el juego de otro de mis vecinitos a partir de los misteriosos sucesos que ocurrían en aquel patio. Yo me había dado cuenta de que en ocasiones, al volver del colegio donde trabajaba, y cuando terminaba de aparcar el coche entre el barro y los desperdicios; escuchaba 
fuertes chasquidos espaciados en el tiempo por un minuto o dos. Daba la impresión de que alguien tiraba piedras que se estrellaban contra la carrocería o los parabrisas de los coches . Alguna vez, incluso, sentí los impactos muy cerca de mi propio ford fiesta. Escamado volvía la cabeza mirando en todas direcciones y alzaba la vista recorriendo el lienzo de las paredes plagadas de ventanas y terrazas. No localizaba a nadie sospechoso del extraño apedreamiento; pero había llegado a la conclusión de que alguien lanzaba piedras contra los coches y estaba dispuesto a descubrirlo.  Haciendo de tripas corazón continué aparcando mi coche cada día bajo aquella lluvia de guijarros intermitentes y decidí vigilar desde la ventana de mi casa la extensa pared donde preveía que se ocultaba el tirador. Un día lo descubrí.

  
Aspecto actual del patio de Cabanilles, con la ferralla lista para el encofrado de los pilotes.


En el último piso un niño de unos nueve años salía de cuando a una de las terrazas y, cauteloso, se acercaba a la barandilla para observar brevemente el patio. Luego lanzaba una moneda sobre los coches agachándose enseguida para observar el efecto del choque contra la carrocería de los coches y excitarse con la reacción sobresaltada de los propietarios. 
No recuerdo si, en mi papel de responsabilidad social compartida, me animé una vez más a visitar a los padres del niño. Quizá la madre, cuya calderilla saqueaba cuando volvía cada tarde del mercado, me despidiera con cajas destempladas jurando que su hijo jamás le robaba del monedero. No sería la primera vez, ni la última vez que eso me ocurriera en la vida. Creo que me conformé con gritarle desde la ventana para advertirle de que había sido descubierto y que no debía hacerlo más.  

En aquellos años caían monedas y papeles ardiendo sobre el patio de la calle Cavanilles; hoy en día podría haber caído una pilotadora de 40 toneladas. Como hace 39 años, una espada de Damocles, ya no pirotécnica o numismática, sino en forma de  cilindro de acero de gran tonelaje pende sobre las cabezas de los vecinos de aquel patio.



Más información sobre la noticia: 
  


sábado, 17 de febrero de 2024

Jódete

Es 17 de febrero. Un invierno desquiciado nos ha regalado en Castilla La Mancha un precioso día de sol. Charo y yo decidimos aprovecharlo haciendo una pequeña excursión en coche hasta Trillo. Disfrutaremos de la carretera; quizá nos decidamos a ver los trampantojos de Moranchel, o pasear entre las bodegas excavadas en la roca de Gárgoles de abajo o decidamos simplemente  pasear por las calles de  Trillo.

Al final, añorando las cascadas del río Cifuentes despeñándose al pie de la Fuente Mirador, frente a la iglesia de La Asunción de Nuestra Señora, aparcamos el coche en la Plaza de la Vega y nos dirigimos inmediatamente al restaurante El Mesón de Góngora, abierto el 1 de febrero de este año. Conocíamos el lugar pues habíamos comido ya varias veces en esas instalaciones cuyo uso contrata el ayuntamiento en la hermosísima plaza bajo los plátanos y se nos hacía la boca agua pensando en aquel escalope tan rico cuyo tamaño rebasaba ampliamente los borde del plato o sus churrascos a la brasa. Esta mañana no sabíamos que el municipio había adjudicado la contrata recientemente a un nuevo restaurador, el hostelero madrileño José Luis Góngora. Por el aspecto del lugar (aforo completo, grupos animados, ambiente excelente) debería irle muy bien; pero, según comprobamos después, es evidente que le el negocio le ha sobrepasado.

Consumimos una cerveza en la barra a eso de las 12 del mediodía y reservamos una mesa en la soleada plaza para las 2. Tomaron nota y nos dirigimos a visitar la villa: sus calles empinadas, los caminos junto al cauce entre sus numerosas cascadas, los paisajes desde lo alto de la población... Rápidamente se nos hizo la hora concertada y nos dirigimos al restaurante. Todas las numerosas mesas del exterior estaban ocupadas (evidentemente no tomaron la precaución de retener ninguna para quienes habíamos reservado con anticipación). Tuvimos que esperar y, a salto de mata, ocupar la primera que quedó libre al rato. Ya sentados, observamos con tranquilidad la parsimonia de las camareras; pero... no pasaba nada: la temperatura era extraordinaria y el paisaje hermoso.

Empezamos a sorprendernos cuando a los 15 minutos, la camarera que curiosamente llevaba una camiseta negra con el texto "fuck" y una mancha verde que ocultaba el pronombre correspondiente (que imaginamos "you", por el trato que nos dispensó) atendía con una calma exasperante a todas las mesas del alrededor menos a la nuestra. Claro que, a lo que parecía, eran conocidos (vecinos de la localidad o amigos suyos) pero a nosotros "ni caso". Tuvimos que reclamar su atención varias veces y le advertimos que habíamos reservado para comer a las 2. Quedó en que montaría enseguida la mesa. Se sucedieron numerosas idas y venidas sin que retirara siquiera las consumiciones de los clientes anteriores hasta que, a la media hora, Charo decidió ir a la barra y comunicar a quién tomó nota de la reserva que aún no habían montado siquiera la mesa, pese a lo prometido y la reserva formalizada. Parece que llamaron la atención a la camarera y mi mujer volvió tan contenta suponiendo que había solucionado el problema... ¡Pero no! Pasó otra eternidad hasta que la chica del "fuck you" se acercara con dos pequeños manteles de papel y la canastilla del pan. Al vuelo, aprovechamos para pedirle rápidamente que tomara nota, que ya sabíamos qué íbamos a pedir; pero farfulló algo y se alejó. Por supuesto, su próxima aparición se demoró 15 minutos más y tomó nota con un móvil (yo me asombré de que, con la intensidad solar del mediodía, pudiera ver siquiera la pantalla). El caso es que, el menú que ofrecían (por 24 euros), no incluía bebida completa (solo una copa de vino), así que optamos por pedir una botella de rioja. Pasó otro cuarto de hora antes de que, con su pachorra habitual, nos trajera una botella de "Cerro de la Cruz" tinto (en versión brick sale a 0,83 euros litro); un vino de Ciudad Real servido a una temperatura gélida que no lograba disimular su mala calidad. Apartamos la bebida y decidimos reclamar nuestra botella de rioja (el que nos pusieron -probablemente rellenado y cuyo corcho saltó por aires al poco de volverla a cerrar- era de calidad infame y, pese a defender las bondades de nuestra tierra castellano manchega, nos resultó imbebible).

Charo y yo vigilábamos la presencia de las otras camareras por ver si cazábamos al vuelo a alguna más espabilada a la que dirigir nuestras comandas. Finalmente logramos captar la atención del dueño que había salido a ayudar ante las numerosas demandas de la clientela. Ésta, en su mayoría, se había decidido por el autoservicio y existía un profuso tráfico de clientes hacia la barra que volvía con vasos de cerveza, tapas y refrescos... Le comentamos la situación: la espera, la desatención, el vino equivocado... Se limitó a contestar con un "¡Madre mía!" y se alejó hacia la barra por ver si agilizaba el servicio ¡Pero dio igual! La camarera siguió pasando olímpicamente de nosotros y, tan solo el dueño tras un largo rato nos trajo una botella de rioja -esta vez sí, con etiqueta certificada- pero no recogió la otra botella que arrinconamos en una esquina junto a los vasos en los que reposaba un vino que apenas probamos. Allí quedaron las dos botellas ofreciendo al resto de los clientes, que nos observaban estupefactos, la prueba del desaguisado, durante cerca de una hora.

En la mesa de enfrente, mientras tanto, y tras desalojarla la pareja que la ocupó durante 40 minutos, se sentó un matrimonio de personas mayores (intuimos que conocidos de camarera y dueño por la familiaridad en el trato) a la que rápidamente atendieron. Montaron la mesa en un pis pas, pidieron un vino blanco que les sirvieron con prontitud y (las comparaciones son odiosas, lo sé) les obsequiaron con una nutrida tapa de queso. Yo hacía gestos de asombro que fueron claramente percibidos por la comensala, que sonrió. Habíamos pedido hacía más de media hora (a esas alturas llevábamos sentados comiendo pan una hora y cuarto) y, nuestros primeros llegaron a la par que los de nuestros vecinos recién llegados. El arroz caldoso y la ensalada con queso de cabra no estaban mal, resultaban aceptables, sin más; pero el segundo tardaba ya más de media hora en llegar y, lo más sangrante fue ver al comensal de enfrente (que llegó y pidió mucho más tarde despachándose un entrecot -el mismo plato que  había pedido yo, y que acaso fuera el mío; pues no se decidía a probarlo- mientras yo, hambriento, seguía esperando). Abordé al dueño en una de sus idas y venidas y le expuse educadamente todas estas circunstancias, incluso le sugerí que quietara la botella de vino equivocada pues para el negocio era un malísimo reclamo que la mantuviera aún en la mesa). No dijo nada pero se dirigió a la barra a, pensé yo, espabilar el servicio... ¡Pero no! Seguimos aguardando durante 15 minutos más mientras las camareras y el dueño iban y venían entre las mesas.

Tal era el cabreo que me embargaba que, una joven pareja a nuestro lado, comprensivos, nos interpelaron. Les explicamos la situación y nos explicaron amablemente que "Esto es así". 

¡Pues no! ¡No es así! Se debe responder con educación cuando un cliente te reclama, se debe advertir que se va a tardar, uno se debe disculpar cuando hace algo mal,  debe acudirse sin mucha demora si te llaman,  se debe reservar mesa si has aceptado una reserva y hay que dar un trato igualitario a los clientes sin preferencias por razones de vecindad o amistad...

Hartos de que "nos jodieran" (así se presentaban: "fuck (you)" nos dirigimos a la barra para pagar lo consumido (el primer plato y el rioja) y marcharnos. Junto a la caja, cuando mi mujer se disponía a pagar, se disculparon por primera vez y, finalmente, no nos cobraron nada pese a que insistimos en hacerlo.

Nos marchamos hacia Cifuentes. Quizá llegáramos a  comer algo. Ya era muy tarde, más de las cuatro; sería bocadillo y café; pero lo tomaríamos con dignidad.

viernes, 9 de febrero de 2024

Antonio Cupeiro presenta su novela biográfica 'Memorias de un hombre de paja' en la Biblioteca Luisa Carnés de Coslada.

 

Presentación del libro ‘Memorias de un hombre de paja’ este viernes en Coslada

8 de febrero de 2024
 
Antonio Cupeiro Fernández presenta su novela biográfica 'Memorias de un hombre de paja' en la Biblioteca Luisa Carnés

El autor, a través de anécdotas de su infancia, ha querido trasladar lo difícil que era la vida de campo, más en una época como la de la posguerra, y de forma dinámica y con la inocencia de un niño lo vemos reflejado por ejemplo en lo que tardó en poder tener unos pantalones largos. Pero también deja un regusto dulce con las travesuras de él y sus numerosos hermanos.

Este libro te hace reflexionar. No son solo unas memorias, no. Es el relato personal de un niño que tuvo que vivir, no hace tanto tiempo, sin cosas que ahora creeríamos imposible no tener. Es el reflejo de una España que no siempre se ha podido ver. No hay historias tan cercanas y reales como las que aquí se cuentan.

Es que esto no es un relato ficticio, es la esencia pura de las experiencias que Antonio, alias «Ñeca», ha estado viviendo desde aquel 17 de enero de 1951 que decidió venir al mundo (aunque en su DNI ponga 23 de enero, si quieres saber por qué no debes tardar en comenzar a pasar a las siguientes páginas). Recordar el pasado nos permite entender cómo es una persona.

Tendrá presentación mañana, viernes 9 de febrero, en la Biblioteca Luisa Carnés de Coslada, a las 19:00.

Sinopsis

Antonio nació en un frío día de enero de 1951 en el que la nieve no dejó un minuto de descanso.

Un nacimiento duro que atestiguaba la complicada vida que se vivía en la Galicia más rural durante los años más duros de la España de posguerra. Un sinfín de anécdotas que relatan cómo era la vida en esos tiempos, desde la mirada inocente de un niño que solo buscaba tener una oportunidad.

Siempre había momentos en los que la risa y la alegría conseguían camuflar las durezas de las desigualdades y la complicada vida rural. Este es un relato que transmite emoción, nostalgia y mucha verdad que te acercan a unos tiempos que suenan lejanos, pero no lo son tanto.

Biografía del autor

Antonio Cupeiro Fernández, natural de la aldea de Oroxe (Castro de Rei, Lugo). Vivió durante muchos años entre los campos de cultivo en la Tierra Chá hasta que pudo aprovechar la oportunidad de probar suerte en la capital de España.

Después de ser mozo de recados, vendedor de zapatos y mecánico tornero, terminó como técnico de montaje y mantenimiento de maquinaria de madera, donde estuvo trabajando hasta el día de su jubilación. Sexto de doce hermanos y padre de familia con tres hijos, disfruta ahora la vida volviendo a los recuerdos que forjaron quién es ahora.