sábado, 17 de febrero de 2024

Jódete

Es 17 de febrero. Un invierno desquiciado nos ha regalado en Castilla La Mancha un precioso día de sol. Charo y yo decidimos aprovecharlo haciendo una pequeña excursión en coche hasta Trillo. Disfrutaremos de la carretera; quizá nos decidamos a ver los trampantojos de Moranchel, o pasear entre las bodegas excavadas en la roca de Gárgoles de abajo o decidamos simplemente  pasear por las calles de  Trillo.

Al final, añorando las cascadas del río Cifuentes despeñándose al pie de la Fuente Mirador, frente a la iglesia de La Asunción de Nuestra Señora, aparcamos el coche en la Plaza de la Vega y nos dirigimos inmediatamente al restaurante El Mesón de Góngora, abierto el 1 de febrero de este año. Conocíamos el lugar pues habíamos comido ya varias veces en esas instalaciones cuyo uso contrata el ayuntamiento en la hermosísima plaza bajo los plátanos y se nos hacía la boca agua pensando en aquel escalope tan rico cuyo tamaño rebasaba ampliamente los borde del plato o sus churrascos a la brasa. Esta mañana no sabíamos que el municipio había adjudicado la contrata recientemente a un nuevo restaurador, el hostelero madrileño José Luis Góngora. Por el aspecto del lugar (aforo completo, grupos animados, ambiente excelente) debería irle muy bien; pero, según comprobamos después, es evidente que le el negocio le ha sobrepasado.

Consumimos una cerveza en la barra a eso de las 12 del mediodía y reservamos una mesa en la soleada plaza para las 2. Tomaron nota y nos dirigimos a visitar la villa: sus calles empinadas, los caminos junto al cauce entre sus numerosas cascadas, los paisajes desde lo alto de la población... Rápidamente se nos hizo la hora concertada y nos dirigimos al restaurante. Todas las numerosas mesas del exterior estaban ocupadas (evidentemente no tomaron la precaución de retener ninguna para quienes habíamos reservado con anticipación). Tuvimos que esperar y, a salto de mata, ocupar la primera que quedó libre al rato. Ya sentados, observamos con tranquilidad la parsimonia de las camareras; pero... no pasaba nada: la temperatura era extraordinaria y el paisaje hermoso.

Empezamos a sorprendernos cuando a los 15 minutos, la camarera que curiosamente llevaba una camiseta negra con el texto "fuck" y una mancha verde que ocultaba el pronombre correspondiente (que imaginamos "you", por el trato que nos dispensó) atendía con una calma exasperante a todas las mesas del alrededor menos a la nuestra. Claro que, a lo que parecía, eran conocidos (vecinos de la localidad o amigos suyos) pero a nosotros "ni caso". Tuvimos que reclamar su atención varias veces y le advertimos que habíamos reservado para comer a las 2. Quedó en que montaría enseguida la mesa. Se sucedieron numerosas idas y venidas sin que retirara siquiera las consumiciones de los clientes anteriores hasta que, a la media hora, Charo decidió ir a la barra y comunicar a quién tomó nota de la reserva que aún no habían montado siquiera la mesa, pese a lo prometido y la reserva formalizada. Parece que llamaron la atención a la camarera y mi mujer volvió tan contenta suponiendo que había solucionado el problema... ¡Pero no! Pasó otra eternidad hasta que la chica del "fuck you" se acercara con dos pequeños manteles de papel y la canastilla del pan. Al vuelo, aprovechamos para pedirle rápidamente que tomara nota, que ya sabíamos qué íbamos a pedir; pero farfulló algo y se alejó. Por supuesto, su próxima aparición se demoró 15 minutos más y tomó nota con un móvil (yo me asombré de que, con la intensidad solar del mediodía, pudiera ver siquiera la pantalla). El caso es que, el menú que ofrecían (por 24 euros), no incluía bebida completa (solo una copa de vino), así que optamos por pedir una botella de rioja. Pasó otro cuarto de hora antes de que, con su pachorra habitual, nos trajera una botella de "Cerro de la Cruz" tinto (en versión brick sale a 0,83 euros litro); un vino de Ciudad Real servido a una temperatura gélida que no lograba disimular su mala calidad. Apartamos la bebida y decidimos reclamar nuestra botella de rioja (el que nos pusieron -probablemente rellenado y cuyo corcho saltó por aires al poco de volverla a cerrar- era de calidad infame y, pese a defender las bondades de nuestra tierra castellano manchega, nos resultó imbebible).

Charo y yo vigilábamos la presencia de las otras camareras por ver si cazábamos al vuelo a alguna más espabilada a la que dirigir nuestras comandas. Finalmente logramos captar la atención del dueño que había salido a ayudar ante las numerosas demandas de la clientela. Ésta, en su mayoría, se había decidido por el autoservicio y existía un profuso tráfico de clientes hacia la barra que volvía con vasos de cerveza, tapas y refrescos... Le comentamos la situación: la espera, la desatención, el vino equivocado... Se limitó a contestar con un "¡Madre mía!" y se alejó hacia la barra por ver si agilizaba el servicio ¡Pero dio igual! La camarera siguió pasando olímpicamente de nosotros y, tan solo el dueño tras un largo rato nos trajo una botella de rioja -esta vez sí, con etiqueta certificada- pero no recogió la otra botella que arrinconamos en una esquina junto a los vasos en los que reposaba un vino que apenas probamos. Allí quedaron las dos botellas ofreciendo al resto de los clientes, que nos observaban estupefactos, la prueba del desaguisado, durante cerca de una hora.

En la mesa de enfrente, mientras tanto, y tras desalojarla la pareja que la ocupó durante 40 minutos, se sentó un matrimonio de personas mayores (intuimos que conocidos de camarera y dueño por la familiaridad en el trato) a la que rápidamente atendieron. Montaron la mesa en un pis pas, pidieron un vino blanco que les sirvieron con prontitud y (las comparaciones son odiosas, lo sé) les obsequiaron con una nutrida tapa de queso. Yo hacía gestos de asombro que fueron claramente percibidos por la comensala, que sonrió. Habíamos pedido hacía más de media hora (a esas alturas llevábamos sentados comiendo pan una hora y cuarto) y, nuestros primeros llegaron a la par que los de nuestros vecinos recién llegados. El arroz caldoso y la ensalada con queso de cabra no estaban mal, resultaban aceptables, sin más; pero el segundo tardaba ya más de media hora en llegar y, lo más sangrante fue ver al comensal de enfrente (que llegó y pidió mucho más tarde despachándose un entrecot -el mismo plato que  había pedido yo, y que acaso fuera el mío; pues no se decidía a probarlo- mientras yo, hambriento, seguía esperando). Abordé al dueño en una de sus idas y venidas y le expuse educadamente todas estas circunstancias, incluso le sugerí que quietara la botella de vino equivocada pues para el negocio era un malísimo reclamo que la mantuviera aún en la mesa). No dijo nada pero se dirigió a la barra a, pensé yo, espabilar el servicio... ¡Pero no! Seguimos aguardando durante 15 minutos más mientras las camareras y el dueño iban y venían entre las mesas.

Tal era el cabreo que me embargaba que, una joven pareja a nuestro lado, comprensivos, nos interpelaron. Les explicamos la situación y nos explicaron amablemente que "Esto es así". 

¡Pues no! ¡No es así! Se debe responder con educación cuando un cliente te reclama, se debe advertir que se va a tardar, uno se debe disculpar cuando hace algo mal,  debe acudirse sin mucha demora si te llaman,  se debe reservar mesa si has aceptado una reserva y hay que dar un trato igualitario a los clientes sin preferencias por razones de vecindad o amistad...

Hartos de que "nos jodieran" (así se presentaban: "fuck (you)" nos dirigimos a la barra para pagar lo consumido (el primer plato y el rioja) y marcharnos. Junto a la caja, cuando mi mujer se disponía a pagar, se disculparon por primera vez y, finalmente, no nos cobraron nada pese a que insistimos en hacerlo.

Nos marchamos hacia Cifuentes. Quizá llegáramos a  comer algo. Ya era muy tarde, más de las cuatro; sería bocadillo y café; pero lo tomaríamos con dignidad.

2 comentarios:

  1. Picado porbla curiosidad he ojeado las reseñas del Mesón que hay en google. Muchas reflejan la tremenda tardanza en servir. Y muchos comentan que se han ido antes de terminar y después de esperas excesivas.
    Creo que el programa televisivo "Pesadilla en la cocina" tendría un filón en ese establecimiento.

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  2. Las hemerotecas tienen varios artículos publicados sobre anteriores adjudicatarios de este establecimiento. Es curiosa su historia.
    Si quería enterados buscad en la web.

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