martes, 4 de julio de 2023

Antilotero


Decía Sergio del Molino en su columna de EL PAÍS, el 22 de diciembre de 2021, día de celebración de la Lotería de Navidad: 

"No es la lotería en sí lo que me espanta. No moralizo contra la ilusión natural de apostar en una rifa, sino contra todo su folclore gritón, digno de unos caprichos goyescos o de unas pinturas negras. Que un país democrático, complejo, plural y libre sucumba cada año a un aquelarre que podría inspirar un libro de antropología de Lévi-Strauss me pone cuerpo de exiliado. Si al menos alguien compartiera conmigo esta sensación, podríamos refunfuñar en grupo, que siempre consuela algo, pero por más que busco, no encuentro a nadie sin su décimo, adorándolo y besándolo como una estampita milagrera."

Transcribo solamente su párrafo final; pero en los anteriores reclama la existencia de una oposición antilotera, manifestaciones a modo de los antiabortistas a las puertas Templo donde se oficia el sorteo, el Palacio Real; acoso tuitero a los niños de San Ildefonso o columnas encendidas, al estilo antitaurino, contra el espectáculo de muerte de la dignidad nacional. 

Ser un aguafiestas es ingrato, prosigue; reñir en la verbena no es de buen gusto. Alguien debe permanecer abstemio ante la borrachera oscurantista del hado, la veneración a Doña Manolita, los buhoneros de la suerte, la numerología de baratillo y la presión de la peña que nos rodea por comprar su décimo particular. 

Pues bien, Sergio, no estás solo. Yo también batallo montado en el caballo de la razón y la cordura contra las huestes adoradoras del Hado. Pero los seguidores de la caprichosa diosa Fortuna son numerosos aunque premie a tan pocos. 

Como todos los infantes de mi generación fui instruido en el culto a la diosa griega de la buena suerte Tique; pero también seriamente advertido de que los excesos de la suerte: la desmesura de los premios podría alertar a Némesis, diosa de la justicia retributiva, la solidaridad y el equilibrio; que vengaría a los desafortunados (curiosamente la equivalente romana de esta diosa era "Envidia"; justicia poética) . 

Rifas, sorteos, echar a suertes, lanzar los dados, apostar, jugar a las cartas, visitar los recreativos... todo lo he probado. He ganado y he perdido. Lo hice siempre con mesura y nunca consideré que, de esta manera, me aseguraría la vida o me haría salir de pobre. Generalmente "salía un poco más pobre".

El pensamiento mágico que aún nos condiciona nos hace creer que, por el hecho de pensar en que nos va a tocar, caerá el premio deseado. ¡Cuánto nos equivocamos! Soñamos con un número, pasamos el décimo por la chepa de un jorobado, hacemos larga cola en la Puerta del Sol,  aplicamos una matemática amañada para predecir el azar...

En puridad, el azar no existe. Todo está sujeto a leyes. Las leyes pueden ser tan complejas que intentar entenderlas nos conduce a lo que denominamos "caos". ¿Pensamos que una gran tormenta se crea por casualidad? ¿Acaso no puede estar provocada por el aleteo de una mariposa en el otro lado del mundo? Cierto, ese leve aleteo no alcanza la potencia de un vendaval; pero si sumamos todos los aleteos de trillones de mariposas, el último será el que da paso a la tempestad. ¿Sabes lo que los informáticos denominan RADOM (comando para que una variable establezca valores al azar)? Pues, en realidad, es el acceso a una lista de valores diversos no secuenciales, uniformemente repartidos. Es decir; sujetan la variable (azar) a unos  valores conocidos. Que la naturaleza nos parezca "un caos", no significa que lo sea. La ciencia ha descubierto que lo que nuestros antepasados atribuían a caprichos de Dioses tenía una explicación. Así que la lotería no obedece al azar; eso sí, las combinaciones de factores para que salga determinado número pueden ser tan complejas que nos parecen incontrolables.

Ha habido quién, estudiando concienzudamente los resultados de los juegos y sus variables, ha ganado dinero. Ha logrado predecir resultados. Se han escrito libros y hecho películas al respecto. Podemos generalizar el proceso: Cuando se disponga del control de todos (muchísimos, eso sí) factores que intervienen podríamos ganar siempre a la lotería. Mientras tanto nos tenemos que conformar apelando a "la probabilidad". Esta ciencia, excepto para los imposibles lógicos, nunca niega nada. ¡Claro que te puede tocar! Pero habrías de probar tantas veces que consumirías la vida para obtener un grado de certeza alto (nunca completo, salvo que tuvieras todos los boletos). ¿Merece la pena? 

La ludopatía se sustenta en un proceso de condicionamiento muy potente. La forma más consistente de conseguir una conducta no sería no premiarla (por supuesto); pero tampoco premiarla siempre (al suprimir los premios esperados con seguridad, desaparecerá la respuesta...) Lo más efectivo es ofrecer recompensas con cierta frecuencia y aleatoriedad. Eso es lo que mantiene al sujeto frente a la máquina tragaperras hasta perder su última moneda. 

Sin embargo, esta predisposición individual a la apuesta, adquiere un tinte alarmante cuando es asumida por toda una colectividad y la asigna roles sociales e identitarios. Aquellos que no jugamos nos convertimos en bichos raros; personas asociales e insolidarios con los colectivos que viven de ellas (como la ONCE) en egoístas que se niegan a participar en la empresa común por avaricia. A estas alturas de mi vida me da igual lo que piensen. No voy a comprar la papeleta del niño para su viaje de estudios (soy profesor, lo he organizado y sé que hay otros medios), o el boleto de la rifa de un TV que no quiero para que puedan organizar una merendola... 

Así que aquí estoy, refunfuñando a coro contigo, Sergio. No pujaré entre tantos y tontos por conseguir la cornucopia lotera. Me conformo con mi nómina justa y completa. Tengo suficiente. Y para más necesidades, otras ayudas hay. 

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