Recuerdo la situación hace un año exactamente. Quizá todo empezara con la asistencia a la representación de "Aida" en el Palau barcelonés. Mi sobrina tenía un primer papel tocando la viola en la orquesta y nosotros, orgullosos y felices, viajamos desde Guadalajara para asistir a esta, su primera participación en una orquesta formal tras duros años en el conservatorio. El Palau estaba repleto. Eran los primeros días de enero y el virus seguramente circulaba ya por el aire transparente de la sala. Alguna tos entre el público debería habernos alertado de lo que se avecinaba. Un par de semanas después Charo, mi mujer, estaba con neumonía, que su médico trató con antibióticos y remitió a los quince días, ya por febrero. En marzo suspendieron las clases en la universidad de mayores a la que acudía. Pocos días después percibí que no me encontraba bien. Tampoco parecía grave. Era algo así como astenia primaveral o quizá alergia (estoy rodeado de cereales, olivos y arizónicas). Pero la respiración me preocupaba. Padezco apnea del sueño y estaba respirando con dificultad durante el día también. Por la noche me resultaba trabajoso incluso con la ayuda de la CEPAP (máquina que aumenta la presión del aire introducido mediante mascarilla y que vence la resistencia a su paso que presenta la apnea). No era suficiente y, por mi cuenta, aumenté la presión hasta 12 (el médico había dictaminado 9). Lo hice como paciente (cosa que, confieso, no se debe hacer; de hecho ni te informan del cómo hacerlo, para evitar tentaciones; pero el día que el técnico la programó me picó la curiosidad al comentar que "aunque quisiera no sabría hacerlo". Bastó un simple ensayo para determinar que el "truco" consistía en apretar dos botones simultáneamente para entrar en modo "técnico"). Tenía sensación de fiebre, leves escalofríos; pero cada vez que me ponía el termómetro me daban valores normales, incluso ligeramente por debajo de 36º, en ocasiones. Llegué a pensar seriamente que el instrumento no funcionaba bien.
Un día desperté acalorado y, contra mi costumbre, decidí quedarme un rato más en la cama. Me tomé la temperatura y tenía 37,6. Pensé, para mí, que había sido infectado.Triste, me levanté y me puse a limpiar la casa con lejía. restregué muebles, marcos y picaportes con alcohol y organicé la buhardilla para aislarme (mi mujer estaba trabajando). Durante el día me fue bajando la fiebre y, para cuando llamé al servicio de emergencias covic, me indicaron que si no tenía fiebre que me quedara en casa (soy de la misma opinión: los hospitales saturados mejor no usarlos si no tienes claro el contagio). Pedí cita con mi neumólogo, pero no atendían en consulta, solicité la atención telefónica (que sí se mantenía) y me dieron día y hora para la misma. Igualmente solicité un test PCR, pero me dijeron que, sin sospecha clara, no me lo harían. En autocuarentena subí a la buhardilla, allí tengo un banco de ejercicios; pero estaba aislado con sospecha de positivo asintomático... así que mis ejercicios fueron principalmente respiratorios... Es decir, inspiraciones forzadas con la CEPAP (por la apnea) y mucho sillonball viendo cine de sofá (un montón de películas pendientes que devoré en esos días..). Tras quince días aislado en mi alta torre, decidí que ya podría volver a la convivencia. Lo hice convencido de haber pasado el virus y de que mi mujer lo tuvo incluso antes que yo. Pero el aislamiento domiciliario por imperativo legal se mantenía.
A falta de perro que pasear, en lo más crudo del aislamiento me dediqué a patear perimetralmente la parcela. Calculé 90 m. rodeándola a buen paso y cada vez que pasaba junto a la puerta depositaba en el poyete de una ventana una piedrecilla de graba. Luego las contaba. Una tarde cualquiera podía llegar a las 50-60 piedrecillas en una hora lo que hacían 5-6 km. (El que no hace senderismo en casa es porque no quiere...).
Cuando, por fin, terminó el enclaustramiento y se pudo salir a la calle, llegó el momento de los paseos hasta el pueblo vecino (algo prohibido, pero nadie puede poner puertas al campo si vives en una urbanización que linda con los campos que están llenos de caminos poco o nada transitados) y finalmente los paseos en bici (eléctrica, pues una lesión de rodilla y un menisco mal operado me condenan a prótesis futuras e intento alejar lo más posible ese momento). La bici, curiosamente, no molesta a mi rodilla y me permite ejercicios más prolongados. Ese mismo tiempo, a pie, me supone una hinchazón considerable y dolores articulares durante semanas. Si, además, es eléctrica "miel sobre hojuelas". Así que me convertí en el rey de las carreteras comarcales y exploré los pueblos vecinos: Alovera, Azuqueca, Quer, Villanueva de la Torre (incluso llegué a Meco por una carretera vecinal que las une en 3 km. ¡horror, traspasé los límites de mi Comunidad!), Marchamalo, Usanos, Fuentelahiguera de Albatages, Málaga de Fresno, Malaguilla, Fontanar, Humanes, Yunquera...). Algún día me acerqué a Hita a que me sellaran la credencial del camino del Cid (pendiente por no poder sellarla en el día que lo hice)...
Como muchos habrán podido observar en las carreteras, el ciclismo se ha convertido en "deporte estrella" durante la pandemia. Nunca se ha visto tantas bicis en ciudades y caminos. Las propias marcas (Momabike, en mi caso) responden a los usuarios que reclaman alguna reparación en términos como estos:
"Estamos experimentando una demanda muy fuerte, ya que la bicicleta se ha convertido en un producto estrella.Nuestro servicio está saturado. Le contestaremos en cuanto antes.
Gracias por su comprensión."
(La respuestas ha tardado más de un año en llegar en mi caso, por cierto).
Así que, descartando el senderismo prolongado, la carrera, la subida de cuestas... solo la bici me permitía un poco de deporte. Y no es suficiente... El aislamiento, la restricción de actividades al aire libre hace que durante la reclusión te apliques a lo que tienes más a mano (en mi caso escribir, cocinar, cuidar las plantas...). La cocina ha sido el gran descubrimiento de muchos españoles. La "masa madre", los elementos de repostería, las recetas de termomix... han experimentado fuerte demanda. El problema es que siendo los comensales tan pocos (Charo y yo), la afición deviene en sobrepeso. Ya anda mi médico solicitando análisis con especificaciones claras de "colesterol".
A día de hoy, a falta de los resultados de "colesterol" (sobre la media, seguro) mis "ejercicios", mi "entrenamiento", se reduce a acompañar a mi sobrino por la vía ciclista del municipio (unos 5 km) sobre la bici (a veces eléctrica).
Para el futuro, siempre y cuando me hayan vacunado, completaré el Camino del Cid (en bici eléctrica, por supuesto). Serán unos 1000 km. por carreteras comarcales. Por si no lo sabéis la bicis eléctricas, a fin de cuentas, suponen incluso -a decir de los entendidos- incluso más actividad física que las normales. Es necesario pedalear para que se active el motor y el ejercicio (más aeróbico, prolongado y conitnuo) suma más a la larga. No te cuento si te falla la batería (ya me ha ocurrido) y tienes que rodar, e incluso acarrear, una bici de unos 30 kg, con mínimos cambios en las marchas por carreteras empinadas.
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