martes, 4 de septiembre de 2018

Crónicas del verano: Todo incluído.





Lo del todo incluido es brutal. Tras echar un vistazo a la lista de consumiciones ofertadas he decidido probar todos los cócteles, la variedad de chupitos y resto de brebajes que me ofrecen a cambio de mostrar la muñeca al lector del código de barras de mi pulsera intransferible. Pero, pasando los días, descubro que los cócteles son de máquina, los licores de marcas baratas y el servicio muchas veces en vaso de plástico.

Siento la pulsera sobre mi muñeca como unas diminutas esposas. A veces me sorprendo dándola tironcitos un un intento inconsciente de sacármela. En pequeña y liviana, pero se hace sentir y se torna pesada sobre mi anhelado sentimiento de libertad. A veces tienes la sensación de ser una mascota o haber sido anillado como una rapaz a quien vigilar.

Al final apenas consumes algunas copas en toda la semana. La rentabilizas un poco a base de cervezas y agua mineral. Para el snack de pequeñas consumiciones como perritos, sencillísimas hamburguersas, patatas fritas y pastelillos ni lo uso.

El invento me recuerda la barra libre de una boda o un botellón comercializado. Acabas aborreciendo las consumiciones.

Otra cosa es el comedor. La comida del último día la sacamos de contrabando a base de pequeños "hurtos": un melocotón al bolsillo, un pastelito al bolso, un pequeño bocadillo a la mochila... había que procurarse la comida del último día (fuera ya del plazo del todo incluído) a base de porciones. Al final no nos cabía el botín en la nininevera de la habitación e incluso hemos ido terminando poco a poco en casa los restos de víveres acumulados.

No sé porqué pero la comida que no pagas sabe mejor.

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