En el ascensor, a la altura del primer piso, el niño pequeño, desde su cochecito, me mira asombrado con sus grandes ojos muy negros y muy abiertos. Luego compone una enorme sonrisa al primer intento y exclama
-¡Hola!
Al llegar al segundo piso, su espontaneidad provoca una sonrisa colectiva a todos los que estamos apretados en la cabina. Respondo al saludo a mi vez agitando la mano:
-Hola-
y luego, tras dejarle el ascensor en el tercer piso me despido sonriendo:
- Adios - y agito la mano en un gesto de despedida.
Mientras camino por el pasillo enmoquetado camino de la habitación 356 donde me hospedo me pregunto: ¿De dónde han sacado estos pequeñajos estas habilidades sociales? ¿En qué momento las hemos perdido al crecer?
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