martes, 31 de julio de 2018
Leyenda Negra
Estoy llegando a las páginas finales de un documento revelador. Se trata de un libro de historia publicado por una filóloga brillante; lleva por título "Imperiofobia" y lo escribe Elvira Roca Barea.
Cuanto más leo, cuanto más me informo y recapacito, más percibo las sutiles o burdas manipulaciones a que nos somete la propaganda, la enseñanza y la propia historia escrita.
Desde hace algún tiempo me voy aficionando a los libros demitificadores de la historia oficial, al abordaje de los hechos pretéritos desde perspectivas diferentes: la versión de los perdedores, las memorias de los silenciados, la opinión de los ninguneados por los poderosos, por los intelectuales amparados por el poder. Me estimulan los títulos como "Historia de España contada para escépticos" (y tras similares de Juan Eslava Galán). Con el paso de los días y leyendo, leyendo, vas poniendo en su sitio a personajes firmemente asentados en los escalones del mérito oficial. Unos suben puestos como Cervantes que, pese a sus días cautivo en Árgel (o quizá por eso mismo) y sus días de cárcel por malversación se agiganta con el tiempo. Otros bajan los escalones de nuestra estima (como Pablo Neruda que abandonó sin rubor a su hija deficiente, o Rousseau que pese a escribir una obra monumental sobre la educación como es su ·Emilio" abandonó a sus hijos en la inclusa, o Voltaire que criticando desde su privilegiada posición de ilustrado la "ruinosa" economía del imperio español invertía su dinero en sus empresas...)
Desde que en el juicio del pasado de la humanidad apareció el "honorable" testigo de los textos escritos, desde el comienzo de "La Historia", pareció que se aclararían los hechos y las sentencias sobre los hechos de nuestro pasado serían más justas. Pero no es así. Ese decisivo testigo no es tan fiable como pueda parecer: Habla parcialmente de los hechos, lo hace interesadamente y, en ocasiones, miente descaradamente. Solamente otros testigos, de similar relevancia, pueden poner luz en sus deliberadas tergiversaciones. Tenemos ejemplos de textos históricos borrados intencionadamente, reescritos a medida de quién sucede en el poder; crónicas alteradas para favorecer la imagen de los gobernantes, historias inventadas para disculpar actos ilegítimos... Las memorias oficiales ganan batallas perdidas, glorifican los infames, justifican el crimen, ignoran el auténtico mérito, maldicen la veracidad...
El imperio Español, pese a disponer probablemente de la mayor cantidad y calidad de documentación verificada a nivel mundial sobre las acciones de un imperio, no supo contrarrestar la propaganda y las falsedades que impusieron sus enemigos desde las novedosas plataformas de la imprenta, las poderosas herramientas de la ilustración como su famosa enciclopedia o el propio humanismo alzado en portavoz de los nuevos valores de la humanidad.
La Imperiofobia es un potente movimiento basado en los prejuicios y la propaganda contra una España imperial. Iniciado en la Italia del Renacimiento fue impulsado por los humanistas italianos y después desarrollado astutamente en los Países Bajos desde el mundo protestante.Después fue hecho suyo y agrandado por nuestros vecinos europeos especialmente ingleses, franceses y alemanes; hasta extenderse por los alrededores y el interior del Imperio. Sistemáticamente y sin tregua, la Leyenda Negra contra el Imperio Español, fue pontificada por humanistas e ilustrados y aceptada por extraños e ignorantes o por historiadores perezosos en la investigación de las fuentes históricas.
Elvira Roca delimita y aclara en su libro el concepto de "Imperio" (contrapuesto a "colonia"), analiza los principales imperios de la historia descubriendo sus numerosas coincidencias y realiza después un detallado estudio del Imperio Español. La erudición y documentación que aporta es impresionante (se notan aquí sus conocimientos de filóloga y su aplicación a la variación del significado de las palabras en función de su uso o como instrumento para modificar actitudes en la gente). Con el extraordinario apoyo de la abrumadora documentación que aporta la burocracia imperial española y la contraposición con los panfletos, textos y documentación oculta por los países interesados en menoscabar el imperio demuestra la existencia de una falsa "Leyenda" ("Negra" es un adjetivo único y específico de la española).
Sus aportaciones arrojan luz sobre un periodo de la historia de España que a veces nos sonroja. Tras su lectura nos damos cuenta de que resultó un periodo extraordinario con unos logros que fueron silenciados interesada y sistemáticamente por las naciones de nuestro entorno y cuyas sombras fueron alargadas hasta lo grotesco por una eficacísima máquina de propaganda alentada desde el mundo protestante. El prejuicio de nuestra Leyenda Negra sigue anclado (como muy bien demuestra Elvira Roca) en la opinión de la mayoría de la civilización occidental.
Españolito de a pie, escéptico ya de las glorias patrias que nos enseñaros en nuestras escuelas franquistas, me reconcilio con nuestra historia imperial a la luz de estas nuevas perspectivas. Ni fue tan bueno, ni tan malo lo que se hizo durante aquellos trescientos años. Se hicieron barbaridades (que todas las naciones han hecho alguna vez y cada una justifica a su manera); pero también aportaciones asombrosas. Lo que no admito a estas alturas es que, como español, me cuelguen el San Benito de "marrano", "bruto", "inculto", "bárbaro", "cruel", "demonio", "degenerado", "violentos", "pig", "fanfarrón", "manirroto", "corruptos", "vago", "inquisidores"... en fin la larga colección de estereotipos negativos que aún nos adjudican.
Aparecen ahora en Europa (y en España tenemos varios ejemplos paradigmáticos) nuevos nacionalismos que aplican, como alumnos bien aplicados, esta maquinaria imperiofóbia (en nuestro caso antiespañola, a secas). Con las mismas herramientas de manipulación, propaganda y el uso de las nuevas tecnologías de la información; intentar escribir una historia a su medida y crear estado de opinión. La nueva Leyenda Negra se alimenta de falsedades como "España nos roba" o medias verdades como "El Derecho a decidir". Vuelven a aparecer los antiguos calificativos imperiofóbicos: "ignorantes", "violentos", "degenerados", "manirrotos", "corruptos"...
Leo las últimas páginas en medio del desencanto producido al descubrir un mundo donde triunfan los eufemismos, vence la propaganda, sobrevive la mentira y se adueña del conocimiento el interés particular. Constato la ceguera de los intelectuales para ver dentro del pozo de su ego inventando un mundo irreal que, en su narcisismo, declaran como auténtico. Descubro su pecado de orgullo sin igual, su ceguera que ve la paja en el ojo ajeno, pero que obvia las vigas delante de sus ojos que sostienen el falso edificio de la historia oficial. Todo eso me produce la lectura de este libro. Sin embargo, como cada vez que nos acercamos un poquito a la verdad, mi espíritu se libera y se desprende poco a poco del uniforme con que hemos sido vestidos por la historia oficial.
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