miércoles, 29 de mayo de 2024
Enseñar a compartir: "La rotación de juguetes"
martes, 28 de mayo de 2024
Fábula de la oveja y el agua clara
Me gustaban mucho las fábulas. Y aún me gustan. He escrito por diversión algunas. Hoy vuelvo a hacerlo a raíz de un comentario que hizo mi sobrino Sergio cuando le recriminé amablemente que se moderara al servirse en la mesa el primero y lo mejor... "En mis tiempos" (digo esta frase y me siento más viejo aún) esto era considerando una falta de educación. Mi sobrino, mirándome fijamente y con absoluta convicción, me respondió:
-¿Sabes lo que decía la abuela Anuncia? ¡Que si fueras oveja no beberías agua clara!
Me quedé pensando en la frase. ¡Que abuelas tan diferentes! Mi madre, ya abuela hace tiempo con sus 101 años, siempre nos educó en respetar turnos, no tomar el mejor bocado (o, en todo caso, elegir el más cercano a tu posición); no aceptar nada de lo que nos ofrecen sin los permisos correspondientes (el del donante y el suyo propio como madre)... La abuela Anuncia (mi suegra, q.e.p.d) anima a sus nietos a ser los primeros, a no privarse del mejor bocado que aparezca delante de ellos... En mi casa se comía primero el pan duro o se aceptaba el trozo que te tocaba; en la de la abuela Anuncia desaparecen los picos del pan nada más ponerlo en la mesa; incluso hay disputas por ellos (los bocadillos con el chorizo de las lentejas son un manjar exquisito, sobre todo con los cuscurros).
He pensado muchas veces cuál es la mejor educación. Posiblemente (y extraemos aquí la filosofía de otra frase popular: "Ni tanto, ni tan calvo") la solución esté en el término medio. El "laissez faire, laissez passer", aparentemente tan positivo para fomentar la autoestima y la alegría de vivir puede crear pequeños monstruos egoístas con un narcisismo adquirido. La férrea disciplina de las normas, por otro lado, puede generar frustración y frenar la espontaneidad. Dado que, en general, mis sobrinos por la parte de mi mujer parecen buenos chicos, son simpáticos y muy sociables; parece que la filosofía de la abuela no es tan mala... Sin embargo la frase que tan bien ha aprendido mi sobrino me pareció tramposa. Bien mirada es una invitación a situarse (literalmente) por encima de los demás para obtener los mejores recursos. Llevada al extremo la encontramos en la filosofía de tantos líderes autoritarios y populistas. ¿No suena un poco a la ideología de, por ejemplo, Donald Trump cuando expulsaba (eufórico en su aparente superioridad) de su programa de TV "El Aprendiz"a los "perdedores" con la hiriente expresión: “You’re fired!” (“¡Estás despedido!”, en inglés). O la máxima que exhiben los americanos de su partido: “America First” (Hay que precisar que este lema fue creado originalmente para abogar contra la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. El "America First Comitee" fue un movimiento que agrupó bajo su seno a destacados antisemitas y filonazis estadounidenses)
Pero como de niños nos quedaron aficiones y como a los pequeños les encanta de aprender de los animales he escrito una fábula. Quizá así reflexionen sobre que "ser el primero" no siempre es lo correcto. Por cierto; mi sobrino Sergio anda ahora enamorado. Todo son atenciones para su novia Olga; la agasaja a conciencia, mira por sus ojos; gustoso le cede el mejor sitio... Estoy seguro de que "si fuera oveja no bebería agua clara con ella al lado".
Fábula de las ovejas y el agua clara.
El joven cordero se quejaba a la oveja vieja:
- Siempre que llegamos a un río y me coloco para beber hay tantas ovejas delante de mí que el agua baja turbia.
La oveja vieja, la del pellejo arrugado y renegrido por años de sol, le miró y le dijo con un balido ronco:
-"Si quieres beber agua clara tienes que ponerte el primero: remonta el río hasta que no haya nadie. Ahí el agua es pura y cristalina. Hazlo y tendrás el privilegio de beber el mejor agua"
El pequeño cordero rodeó la fila de ovejas que bebían en la orilla y ascendió la suave pendiente hasta colocarse en cabeza. Entonces metió alborozado sus pezuñas en la orilla y bebió. Transido de felicidad saboreó aquel agua tan clara que le supo riquísima. Pero los corderos de más abajo se quejaron a la vieja:
- El cordero que se ha colado nos ha enturbiado el agua. Estamos bebiendo el lodo y la porquería que remueve con sus patas en la orilla.
La vieja, un poco harta de tantos corderos llorones, les dijo con un áspero balido:
- Id río arriba y poneros vosotros los primeros. Al principio del río el agua corre limpia y transparente.
Y así lo hicieron. Se adelantaron atropellándose unos a otros hasta llegar a la cabecera del grupo. Festejaban con alegres balidos lo rico que estaba aquel agua tan limpia.
Río abajo, sin embargo, el grueso del rebaño se enfureció por la suciedad que ocasionaban con el barro de la orilla que pisaban los atolondrados corderos de vanguardia. Miraron con rencor a la oveja vieja y se quejaron amargamente:
- ¿Por qué has aconsejado a los corderos que se cuelen en la fila? Ahora el agua baja mucho más turbia que antes...
Harta la oveja vieja baló para sí:
- No sé para qué cuento mis secretos a estos bobalicones; al fin y al cabo "oveja que bala, bocado que pierde" y con tanto consejo me estoy quedando en ayunas. -Y diciendo esto se dio la vuelta y se puso a pastar la verde hierba de la orilla-
Las ovejas entonces se apresuraron a adelantar a los corderos de cabeza y entraron en tropel en el río para beber agua clara.
Los corderos reaccionaron iniciando una apresurada procesión por la orilla para alcanzar la posición de vanguardia en el rebaño río arriba. Cuando el primero la alcanzaba y empezaba a beber ya otro se le adelantaba y se paraba un metro por delante enturbiando el agua con sus pezuñas.
Cada vez más deprisa y más enfurruñados se adelantaban unos a otros hasta que finalmente todos cayeron exhaustos junto a la orilla. Estaban tan cansados y tenían tanta sed por no haber podido beber a su gusto que no tenían fuerza ni para levantarse...
En ese momento llegaron los lobos y se dieron un gran festín. Las ovejas estaban tan cansadas de competir que se las comieron a todas.
lunes, 20 de mayo de 2024
Dios es mujer
Las pasadas Navidades escribí, como acostumbro en los últimos años, un relato navideño. En esta ocasión se me ocurrió recrear lo que podría haber sido el esperado nacimiento del "Rey de los judíos" en la sorprendente condición de mujer. Un relato ingenuo y ficticio que, al parecer, hiere con muchas aristas y da lugar a situaciones sorprendentes.
En primer lugar la reacción de algún familiar que lo relaciona directamente con la "Ley Trans". Hube de buscar en internet el contenido de dicha ley; no fuera que, sin saberlo, hubiera entrado en una polémica que levantara sarpullidos sin conocer bien su contexto.
Por otro lado la historia religiosa nos ofrece discusiones bizantinas sobre, por ejemplo, "El sexo de los ángeles". Incluso el "sexo de Dios" ha sido tratado. Generalmente se concluye que no es un tema esencial el género en la divinidad. Pero el lenguaje, el arte... ¡y la propia mente de cada cual! representa siempre una figura masculina para la deidad.
Por último, deseoso de tener una imagen original (relativamente) sobre el tema, le pedí a la IA que elaborara una imagen de Dios en la que éste fuera mujer. Existen representaciones alternativas de la creación elaboradas y publicadas desde perspectivas feministas que nos presentan un "Hijo de Dios" con cuerpo de mujer. Una de ellas (una hija de Dios mujer y negra "para más inri") la había utilizado para aquel relato.
domingo, 19 de mayo de 2024
¡A gritos!
A veces hablo alto: unas para hacerme oír en medio del ruido o del caos conversación, otras para poder escucharme a mí mismo. Para superponerme a las conversaciones ajenas que, invadiendo toda mi capacidad de procesamiento, impiden expresarme. Puesto que el grito agresivo es algo intencional, los que me acusan de que hablo muy alto y lo equiparan a gritar se equivocan. Si "grito" es para hacerme oír.
En contadas ocasiones grito. Me refiero al grito violento, al desahogo vocal y pulmonar. Raramente uso este como gesto autoritario, sino como autoafirmación. Es posible que esta conducta sea tomada como algo humillante para el interlocutor o interlocutores; pero, para mí, tiene sentido funcional. Creo que todas las veces que he gritado ha sido de desesperación o con función de interruptor: ante una situación estresante que me impide tomar una decisión trascendente (por ejemplo conduciendo ante tráfico peligroso o situaciones complicadas) , o una agresión (física o psicológica) inaceptable, o ante una debilidad o cansancio incapacitante... En realidad todos esos gritos pueden obedecen a la misma causa y emiten (en sus diferentes formas) un único mensaje: ¡Déjame pensar, necesito que te calles porque tengo que tomar una decisión importante; tus interrupciones, tu verborrea o tus actos me impiden hacerlo!
Cuando, tras el grito de auxilio (que es en realidad este hecho), veo la cara de los que me rodean encuentro en su rostro una expresión de bochorno que me duele. Sé perfectamente lo que piensan: "Si alguna razón tuvieras, al gritar, la has pedido". Mi frustración aumenta entonces y valoro las otras posibilidades que se me ofrecen: darme un cabezazo contra la pared (o dárselo a mi interlocutor); huir, desconectar del grupo; llorar, quizá...
A veces hay un grito sordo que nos taladra los oídos sin que le lector de decibelios muestre anomalía alguna. Esos son los peores gritos.
miércoles, 8 de mayo de 2024
Beatus silex
Por una curiosa asimilación fonético-semántica durante años he creído que la expresión era: Beatus illex (quizá por una asimilación con nuestra emblemática encina; una especie de quercus: quercus ilex). Y de ahí enseguida saltamos al título que propongo para este artículo: Beatus Sílex, algo que personalmente traduzco como "Feliz el que añora el sílex, la edad de piedra".
Da la casualidad de que conozco una familia con cierta tendencia al estilo de vida paleolítico, al espíritu cavernario y ancestral de la especie. No es necesariamente mala esta tendencia; en la sociedad actual (tan materialista, tan consumista y hedonista) esta orientación vital a contracorriente tiene su mérito y sus ventajas. Quien sabe economizar subsistiendo con su familia con una mínima pensión hasta los 100 años y sin más ayuda monetaria es, merecidamente, un héroe, hoy día. Los hijos han heredado y/o aprendido esta actitud y tienen a gala saber llevar una vida espartana, en la que no faltan sin embargo viajes y celebraciones aunque, eso sí, economizando todo lo posible en cada caso: se visten sencillamente y aprovechan prendas heredadas, viajan con lo mínimo, comen bocadillos o el menú del día más barato, compran en el supermercado las ofertas del día, eligen la panadería más económica, buscan las fruterías de los pakistaníes con sus precios reducidos y celebran con viandas sencillas y fiestas modestas sus fiestas habituales. Por supuesto comen de todo, no le hacen asco a nada y sus pequeñas delicatesen consisten en un paquete de cacahuetes, bolsas de kikos o de patatas fritas de Eloy Acero (reconocida marca burgalesa de patatas artesanas). Las galletas a palo seco también entran en el lote.
Sin embargo detecto en ellos un orgullo malsano basado en su autosuficiencia, en el minimalismo extremo, en la avaricia del gasto hasta negociar en la propia supervivencia. Me fatiga bastante su búsqueda incansable de chollos y baraturas. Existe en ellos un cierto elogio de la roña, un soberbia de lo cutre, una nostalgia cavernaria ... Aparece, pasándose de rosca, un hiriente desdén contra lo bien hecho, un desprecio de la exquisitez, un beligerante resentimiento contra lo sibarita.
Hay algo de Síndrome de Diógenes en su incapacidad para desprenderse de lo viejo, de la nostalgia mueble, de lo que estorba por todos lados. Una tendencia a materializar la memoria en forma de ramos de flores secas de hace décadas, en fotos descoloridas, en muebles seculares, en libros polvorientos que reposan durante lustros en sus estanterías repletas. Igual pasa con los vestidos apolillados, los pantalones recosidos, los manteles remendados o reciclados en servilletas... Por no hablar de los sillones desvencijados de sobada tapicería, las sillas desfondadas, las televisiones antediluvianas, la máquina de coser Singer (una reliquia del siglo pasado), las vajillas desportilladas, los viejos baúles sagrados, las descoloridas estampas veneradas con exposición preferente por una paredes que piden a gritos una mano de pintura. No entiendo su despreocupación ante la vitrocerámica con la mitad de las resistencias fundidas o su desidia ante el vetusto calentador que funciona alternando aterrorizantes explosiones con mínimas llamas que apenas proporcionan tibieza al agua en invierno. Por no hablar de los tubos fluorescentes que tardan medio minuto en encender o los tiradores del armario sustituidos apresuradamente por bridas ante la dificultad para abrirlos. Ya, lo de menos, es la tapa del váter rajada por la mitad desde hace meses o la puerta de la mampara del baño que baila fuera de las ranuras.
La dejadez se impone. Se convierte parte de la terracita en almacén de zapatos y zapatillas viejas amontonadas entre frascos y betunes. Las escobas y fregonas siempre estorbando al lado de los cubos de basura tras una vieja cortina puesta recientemente pero ya con lamparones. Los tiestos, mínimos desiertos en las estanterías, se ven afectados por la sequía de la desidia. El tendedero se descuelga y las cuerdas de tender en la terraza se despliegan como rotas telarañas. Algunas camas no siempre se hacen y algunos habitantes no duermen sobre sábanas; prefieren a veces el saco de dormir directamente sobre la colcha. La mesa de la cocina tiene ruedas para moverla con facilidad y viaja por la cocina sobre ruedas pero sus cajones hace tiempo que están desencajados y cuando sus alas se despliegan se produce un incómodo alabeo por los laterales. Y podríamos seguir hablando de ventanas que cierran mal y con la manilla para abrir invertida; o de los enchufes flojos en sus cajetines o sobrecargados de ladrones baratos de los chinos; o del tablero de corcho acribillado por alfileres y agujas que caen como una lluvia filada sobre sus habitantes llegando a fundirse en sus bocadillos con el escabeche de un chicharro atragantando a alguno de los propietarios hasta casi la asfixia...
Contemplo con ternura esta actitud espartana ante la vida. Miro con simpatía como sobreviven en un mundo donde prima el consumo y el hedonismo. Pero me preocupa su desinterés por dotarse de un contexto agradable. Me subleva su absoluto desprecio por hacer las cosas mejor, más cuidadas. Me duele su desdén por el tiempo dedicado a lo bien hecho, su dejadez ante arreglos y mejoras, la eterna postergación de la ordenación y la limpieza, el minimalismo social, la desvalorización de la comodidad y el bienestar; el abandono del cuidado, de la imagen, la ignorancia del contexto, la independencia de campo social.
Por eso, con actitud pedagógica a veces mal interpretada, les animo a apreciar el tiempo y ilusión dedicadas a preparar una comida hecha con cariño; les intento convencer de la necesidad de una mayor limpieza de la casa, de más orden en los cuartos, de una distribución más cuidadosa de los armarios... No debemos ignorar los esfuerzos realizados por crear un clima agradable, una estancia acogedora, un espacio recogido. No debemos malinterpretamos el trabajo dedicado a mejorar tu casa, recoger tu vajilla, proveer tu despensa. No es un asunto baladí: la felicidad es producto de las pequeñas cosas; no vivimos en el paleolítico y la vida hoy es más compleja. Los detalles importan.
martes, 7 de mayo de 2024
Desapareceré
Desapareceré, de mí no quedará nada; quizá algún diente... ¡y postizo! Puede que algún paleontólogo encuentre algún hueso, la hebilla del cinturón, el perdigón incrustado en mi brazo desde niño... Quizá un inscripción en una piedra, una losa de cemento con mi mano impresa, una tablilla de arcilla grabada de cuando practicaba con mis alumnas la escritura cuneiforme...
O una idea que perdure en un libro digital o algo eterno como un pensamiento que tocó el alma de algún congénere. Quizá una cuartilla amarillenta llame la atención de alguien un día, por un breve instante antes de ser arrojada a la papelera.
No somos nada, si acaso polvo y ni siquiera enamorado. Polvo sucio, fango húmedo, roña del tiempo. El cementerio nos esconde, nos pudre. La tierra nos recicla y los gusanos se alimentan del nosotros que ya no es. Viviremos en el recuerdo de alguien durante un tiempo; probablemente breve, más bien corto, seguramente fugaz. Y después seremos deconstruidos, reducidos a átomos anónimos, átomos sin historia, ladrillos nuevos...
Incinerados en el tiempo, consumidos en la historia, apenas dimos calor. Pasamos por aquí como viajeros contemplando el paisaje desde el tren. Bajamos en cualquier estación y la locomotora de la vida sigue su curso. Nosotros, con nuestra inútil maleta, echamos raíces en una tierra que nos cubrirá muy pronto. Y solo nos quedará la esperanza de formar parte de una savia nueva en algún árbol junto al camino.