Después de una mañana inmerso en explicaciones y actividades sobre huellas fosilizadas, de explicaciones sobre la historia zoogeológica del planeta, estaba en disposición de poder recrear con la imaginación la película de aquellos días.
Me imaginaba paseando por la orilla de una mar somero bajo un calor sofocante solo atemperado por el gigantesco océano que se abría ante mí. La parte de aquel gigantesco océano que inundaba entonces la mitad oriental de la península ibérica se llamaba Mar de Tetis. Las olas del mar lamían la cosa removiendo la arena y dejando leves ondulaciones rizadas en la orilla. Aquella arena seca y endurecida tras algunas semanas de sol intenso y de retirada del oleaje, fue pronto enterrada nuevamente con otros sedimentos, pero su molde quedó impreso para la posteridad en las paredes rocosas al lado del camino que asciende al castillo. La placa del actual continente africano y suramérica avanzaba entonces a razón de dos milímetros por año (velocidad de crucero en escala geológica) chocando finalmente contra la actual Europa (unida entonces a América del Norte) plegando la playa pétrea hasta ponerla vertical como nos muestran los riple-marks impresos en las rocas del camino que asciende hasta el castillo.
La vida en el único y enorme continente de Pangea estaba repuntando, pero aún no se había estabilizado el clima afectado por un vulcanismo desatado cuyos efectos apocalípticos habían acabado con la casi totalidad de los seres vivos. Todavía, en el interior de los continentes la temperatura alcanzaba los 60º y la vida se había refugiado en las proximidades del agua. Algunas especies animales prosperaban gracias a la rápida expansión de especies vegetales más adaptadas a la nueva situación. Un feroz depredador ocupaba entonces la pirámide alimenticia: se trataba de un poderoso animal de hasta 6 metros de largo y 2 de alto que hoy nos recordaría vagamente a un enorme cocodrilo. Uno de ellos paseaba cerca de la desembocadura de un río dejando sobre el barro los nítidos moldes de sus potentes patas traseras y ocasionalmente de las delanteras, más pequeñas, todas ellas con cinco dedos que se hundían claramente en el cieno. Caminaba erguido por momentos olfateando el aire húmedo y oteando la ribera tratando de descubrir entre las masas de helechos y cícadas algún suculento rincosaurio entretenido en cortar con su poderoso pico, afilado como una navaja, alguna raíz o tubérculo semienterrado.
(Imagen elaborada personalmente a partir de elementos recopilados de Nobu Tamura (http://spinops.blogspot.com) - Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19459151.)
El mar de Tetis había remontado la parte oriental de la península justo hasta la posición que hoy ocupa la fortaleza. En su piedemonte de la colina podía verse claramente la línea diferenciada de sedimentos marinos y fluviales Y fue justamente allí el punto más occidental a donde llegó aquel mar. Por entonces la actual Peninsula Ibérica estaba estaba semihundida y envuelta en un clima tropical. La situación de España se aproximaba mucho a la línea del ecuador.
En aquella época en el interior continental la vida era casi imposible. Al vulcanismo que arrasó el planeta le siguió un largo periodo en que la mayor parte de los continentes resultaban abrasadores. Llovía poco y el agua no llegaba a formar ríos con continuidad por lo que apenas se formaban valles y corrientes de agua. Sólo llanuras inmensas abrasadas por el sol con escasísima vegetación en las proximidades de alguna laguna ocasional. Mientras tanto en las costas del mar de Tetis la vida prosperaba. Los gusanos horadaban las arenas dejando huellas de su paso que podemos ver hoy en las rocas de la colina que alberga la fortaleza. Muy cerca, las concreciones calcáreas en torno a las raíces de las plantas que lo poblaron. En el entorno se movían los terribles arcosaurios con sus potentes fémures traseros que les permitían la marcha erguida y que sustentaban un cuerpo que dejaba profundas marcas en el barro.
Ellos dominaron la tierra mucho antes que los dinosaurios, sus conocidos sucesores. Esta especie (Archosauria quiere decir "reptiles dominantes") dio origen después a los propios dinosaurios, a los que tanto se parecen, y a otros vertebrados extintos como los pterosaurios voladores. Alguno incluso sobrevive readaptado a los sucesivos cambios evolutivos, como el actual cocodrilo.
Pero lo más sorprendente, lo que el buitre que sobrevuela sobre nuestras cabezas nunca comprendería, es que los que hollaron el suelo dejando las huellas de los Arroturos formaron parte de las antiquísimas especies de sus antepasados.
Buenas noches Jesús:
ResponderEliminarPerdona la tardanza en contestar a tu artículo, ando ya en pleno fin de curso. Como siempre me ocurre con tus artículos, quedo totalmente fascinada en lo bello y descriptivo de tus comentarios. Tanto es así que me permiten volver a revivir todo lo que allí sucedió y es tan enriquecedor que me maravilla.
Además, como cada día tengo peor memoria, se convierte en el mejor apoyo visual para recordar términos y explicaciones que se escapan revoloteando por mi cabeza.
El lugar sin duda, me sorprendió, ya que dada la cercanía a mi pueblo, nunca había oído nada al respecto.
Solo decirte ¡¡¡ Mil gracias por el artículo y deseando de asistir juntos al próximo geolodía!!
Valoro tus comentarios, Estrella, como gemas de muchos quilates. Eres persona de criterio y lo valen.
ResponderEliminarA mí también me sirven para afirmar y recordar los conocimientos que de manera ya lúdica vamos adquiriendo en estas salidas.
Escribir cuesta, pero es tan bello...
Ahora mismo, mientras tecleo este comentario, un buitre sobrevuela L colina donde estoy descansando, echado a los pies de una estatua pétrea de una Virgen que domina el bello pueblo de Santo Domingo de Silos.
ResponderEliminarY es que estoy recorriendo el Camino del Cid. Hoy desde la histórica Covarrubias hasta la monástica Silos.
ResponderEliminarAl fondo, desde lo alto, el famoso Monasterio con su ciprés erigido en el claustro.
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