viernes, 11 de mayo de 2018

Esplendor de mayo en Sotolargo


En este mes, mi primer mayo sin obligaciones laborales, el campo está espléndido y gozando de mi privilegio jubilar recorro el campo por las mañanas. Ha llovido tanto en  abril y ha resultado tan fresco el ambiente en las semanas pasadas que la naturaleza se hartó de beber y la tierra nos entrega ahora su digestión de verdes y amarillos; su colorida paleta de flores salpicando el esmeralda que cubre el ocre de la tierra bajo el zafiro infinito de cielos, a veces surcados por blancos algodonosos que se desplazan rápidamente con los vientecillos rezagados de marzo.

Asombran los pantanos, rebosantes; deslumbran los costados del camino sembrados de flores silvestres; emocionan los pequeños renacuajos de las charcas; sorprenden los gazapos que huyen tras los arbustos... Los olivos cuelgan colgantes dorados, el rocío siembra de perlas los tallos en la madrugada, los pájaros alegran con sus trinos amorosos el rumor del bosque, los campos de colza iluminan el horizonte con un amarillo fosforescente... Por el arroyo de la Valdelaencina, después de la urbanización de Sotolargo (en el municipio de Valdeaveruelo, Guadalajara), unos cinco kilómetros de naturaleza solitaria recorren, a la sombra de grandes encinas, el curso de agua que por estas fechas baja saltarina dejando grandes pozas donde prosperan los renacuajos.  A las encinas les acompañan muchas veces olmos, chopos y otros árboles amigos de la humedad como los álamos o los nogales, plantados hace unos veinte años y que aún conservan alrededor de su tronco los bidones que les sirvieron de cuna en sus primeros años. Siento no poder identificar las variedades florales que se despliegan a mi paso salvo las familiares margaritas, el romero, el tomillo y la jara que rebosa de botones florales a punto de estallar.

Toda la mañana he paseado desde las urbanizaciones solitarias hasta el altiplano por el fondo de un arrollo de aguas chispeantes. En los remansos el agua se despliega y alberga variedades de algas y plantas de ribera. El camino se inunda por momentos y en los rodales inundados prosperan algas diminutas que dejan cercos de clorofila a medida que se van secando...

Y al llegar a lo alto del pequeño valle, junto a la encina que hace guardia ante el camino que desciende, me paro y hago una foto de la Sierra de Madrid que aún luce nevada. Y ante ella, los campos de colza que ensayan su amarillo vestido de primavera.

Luego me vuelvo. Regreso de un paseo que es privilegio y lujo por su belleza, por su soledad, por su potente fuerza primaveral. Júbilo para los que pueden disfrutarlo. Oración para los que no laboran, pero son sensibles a esta manifestación divina que es la naturaleza en el mes de mayo.  

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