lunes, 28 de noviembre de 2022

Quiero pediros perdón (carta a mis compañeros de charla)

 

Compañeros, familiares, amigos: Quiero pediros perdón.

No por sufrir en el aislamiento, perder vuestra valiosa información, incurrir en mil malentendidos cuando hablamos... No por agriarme el carácter, no poder disfrutar de la música la par que vosotros o por sentirme inquieto cuando no os entiendo... No por padecer el efecto de un barullo sin fin, soportar el silbido de una olla insoportable o descansar apenas entre sueños sibilantes... No por sentirme perdido en la selva de los sonidos, por necesitar descifrar la piedra de Roseta todo el tiempo...

Por lo que os pido perdón es por sentirme idiota; por pediros repeticiones, ser un pesado, no reír los chistes que me contáis y que no puedo comprender en ese instante; por poner cara de póker ante vuestra cháchara y sentirme agotado y aburrido en tantas conversaciones... Por destacar por mi mal carácter, ser el tipo de las rarezas, por mi "negativa" a integrarme en vuestros usos y costumbres; por  parecer tonto, pasar por gilipollas... Por desconectar cada poco, escabullirse de vuestras discusiones a voces, desinteresarme de vuestras confesiones en voz baja, reclamar espacios tranquilos; por suplicaros la aceptación de engorrosas normas conversacionales... También por hablaros en un tono de voz tan alto, por parecer que os grito, por protestar cuando no os entiendo...

Lo sé. Soy un estorbo. Un testarudo que discute sin venir a cuento. Tenaz en una discusión que parece un diálogo de sordos (o peor aún; ya que en realidad es el diálogo entre un sordo y un oyente indelicado). Por dar la impresión de "sostenella y no enmendalla", por parecer un gruñón, un cabezón, un tiquismiquis, un bicho más raro que un perro verde...

Sé que me veis así y por eso quiero pediros perdido. Me confieso culpable de no oíros tan bien como merecéis, de no escuchar vuestras inobjetables opiniones, de mi inconstancia ante el relato de vuestras interesantísimas experiencias; de mi sentido del malhumor ante los graciosísimos chistes que no me apetece reír porque, sin oírles bien, no logro entender... Confieso que no sé reprimir mi "mal carácter" cuando no consigo entender cuanto me decís, aunque lo intento, lo intento, lo intento... y lo intento una vez más.

Pero, en el colmo de la exigencia, no voy a aceptar que me interrumpáis continuamente diciendo "Escucha, escúchame", "Ya te le he dicho", "Que cabezón eres, no te bajas del burro", "¡Tienes una forma de contestar...!", "Callate que no estamos hablando de eso", "Ellos son los que saben, déjalo", "Saben más que tú", "Discutes por discutir", "Déjalo ya, eres un pesado", "Es que no te callas" ...

Porque si no puedo protestar; si no puedo decirle al mundo que vuestra forma de hablar me obliga a un cansadísimo descifrar, a un continuo distinguir entre la paja y grano... si debo seguir abusando de la confianza y el cariño de mi compañera Charo para entender de qué se habla, si debo continuar monopolizando al compañero que acepta (a veces a regañadientes) ponerse a mi lado horas enteras porque sin su ayuda estoy perdido en la conversación, si no soy nadie en las bulliciosas intervenciones corales de los grupos grandes... preferiré la tranquila soledad de una cueva. La calma del silencio. En mi soledad, al menos, me siento libre.


NOTA.

Buscando en la red puedes encontrar el testimonio de personas sordas que describen su problema. Me ha gustado : Mujer sorda y cyborg, de Coral Herrera Gómez

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