Mary le pidió que leyera un cuento nuevo. Jhon solía leer “Los tres osos” o “Caperucita” a los que añadía pasajes inventados que dotaba de especial dramatismo; pero hoy la pequeña le mostraba a su papá el cuento de “El traje nuevo del Emperador” y le conminaba a leérselo con firmeza.
Jhon intentó zafarse tratando de convencerla de que era mucho más emocionante “El gato con botas”, pero Mary se mostró inflexible:
—Papá quiero que me leas este cuento, por favor –le apremió alzando la barbilla y apretando los labios.
Jhon, resignado, tomó el cuento con ambas manos y se dispuso a leer la historia. Poco después, aterrorizado, levantó la vista del texto, justo en el momento en que leía, titubeando, el comentario del niño protagonista ante el paso del Emperador en el desfile real a propósito de que el rey estaba en realidad desnudo. Miró temeroso a su hija que, desde la cama, le contemplaba sin pestañear. Su pequeña hija de cuatro años acababa de descubrir su secreto, algo que había logrado ocultar a todo el mundo durante cuarenta y cinco años. Su pequeña Mary había desenmascarado al impostor...
—Eres un ganador, Jhon –Sus padres le animaban cuando, casi bebé aún, iniciaba sus expediciones de unos brazos a otros en el pasillo de casa.
—Te va a ir bien, Jhon –decía su madre cuando le despedía desde la puerta del jardín de infancia a los cuatro años.
—Te ponen siempre en la fila de los tontos –le decían sus compañeros en primero, segundo y tercer grado.
—Es un niño muy inteligente, ya aprenderá –comentan los maestros a sus padres en las reuniones de cuarto y quinto curso.
Pero él iba a la escuela como quien va a la guerra. Sentía el aula como un territorio hostil en el que había que desplegar grandes dotes de supervivencia.
—Eres un rebelde, Jhon. Haces el payaso continuamente –le reprendía el rector en séptimo grado—. Tenemos que expulsarte de la escuela.
En octavo grado comprendió que, para salir adelante, era necesario aprender a manejar el sistema. Se propuso “comportarse” y aprovechó sus buenas dotes matemáticas y sus habilidades sociales para ganarse la confianza de los maestros; pero era un desastre en las pruebas de evaluación escritas. Cuando hacía algún examen lo copiaba descaradamente mirando de reojo el del compañero de al lado o le pedía directamente que se lo rellenara. Estas trampas le resultaban bastante sencillas de ejecutar y nunca le descubrieron. Acabó convirtiéndose en un especialista del engaño escolar.
Inopinadamente logró acceder a la universidad a lo que contribuyó, sobre todo, que le concedieran una beca completa por sus habilidades en atletismo. Sin embargo en la intimidad pensaba aterrorizado:
—¡Santo cielo, esto va más allá de mis capacidades! ¿Cómo voy a sobrevivir ahora?
Al principio salió del paso estudiando copias de exámenes de años anteriores. Más adelante hubo de recurrir a un amigo que le debía favores (nadie como él conocía el universo social femenino del campus) y este le pagaba colaborando en el cambiazo de los exámenes a través de la ventana de la clase cuando no les veía el profesor.
En los últimos cursos llegó un momento en que los viejos trucos no servían. Decidió entonces traspasar la línea. A partir de ese momento ya no sería simplemente un estudiante tramposo, sería un criminal. Los últimos exámenes los robó directamente del armario archivador del despacho del profesor en el que lograba introducirse por la noche.
Jhon consiguió graduarse en la universidad y, contra toda lógica, decidió dedicarse a la enseñanza. Durante diecisiete años enseñó en diferentes cursos en un instituto. Fue entrenador deportivo, impartió estudios sociales y enseñó mecanografía (llegó a establecer el record de escribir 65 palabras por minuto). Sus alumnos pronto observaron algunas rarezas en el apuesto profesor: no le gustaba escribir en la pizarra y no había un solo cartel con palabras impresas en la clase, veían un montón de películas y organizaba muchos debates. No le gustaba pasar lista encargando a los delegados esta tarea y tenía por costumbre elegir tres ó cuatro alumnos aventajados, a los que llamaba sus “asistentes académicos”, que se encargaban de escribir los resúmenes en la pizarra. Nadie sospechó que guardaba un extraordinario secreto. Nadie sospecha nunca de un profesor.
Había noches en que lloraba a solas en la cama. Había veces en que sentía náuseas al pensar en la farsa en que había convertido su vida, pero estaba atrapado. No podía contárselo a nadie.
Conoció a Cathy en su etapa de profesor deportivo por mediación de una compañera. Ella era fisioterapeuta y la afinidad de sus profesiones les hizo congeniar rápidamente. Hubo de vencer sus escrúpulos pero terminó casándose con ella tras un año de noviazgo. Pensó muchas veces confesarle su amargo secreto, incluso lo había ensayado ante el espejo:
— Cathy, voy a confiar en ti, te voy a contar mi secreto...
Pero Cahty parecía no entender lo que le decía o acaso pensaba que era una broma. Ella seguía con sus libros y él terminaba hojeando revistas deportivas. “El amor es ciego y sordo”, como se sabe.
A los dos años de casados tuvieron una niña, Mary. Su padre sentía una punzada de dolor cada vez que la miraba y pensaba cómo le iba a afectar el inevitable descubrimiento del secreto que su padre había guardado celosamente durante toda su vida. Ahora la tenía delante, mirándole sorprendida mientras leía con desesperante lentitud:
—¡Pero... si no... lleva na...da! El Rey... está des...nudo.
– No lo estás leyendo como mamá –observó Mary, asombrada.
—¡Mary, no sé leer! De verdad, hija, nunca aprendí a leer bien. ¡Perdóname, hija, no puedo hacerlo mejor!
Y allí estaba él, ahogado en lágrimas abrazando desesperadamente a su pequeña hija que acababa de desenmascarar su impostura, el fraude del vestido de un rey desnudo, la agotadora y cruel ironía de un profesor que no sabía leer.
He aquí el trabajo final de mi curso de Escritura creativa. Se trata de un relato corto de unas tres páginas donde se poen en práctica las nociones aprendidas. Al por le gustó y valora la imaginación que le echo al asunto (también me hace algunas observaciones relativas al uso -excesivo- de adjetivos, las rimas internas, la repatición de los nombres de los protagonistas, etc). Algunas las he corregido.
ResponderEliminarSaludos desde el otro lado de la línea.
Tenia el relato en mente desde que nos propuso realizar la ficha de un personaje. El protagonista de la historia se inspira en el profesor americano Jhon Coroman, persona real cuya biografía apareció resumida en un artículo periodístico publicado por la BBC en abril de este año. En la web se puede encontrar información sobre este sorprendente y peculiar profesor de secundaria en un instituto de EE UU.
Cuento la historia, ya interesante de por sí, desde la tercera persona gramataical (lo inicié en modo autobiográfico en primera persona, pero decidí cambiarlo tras los primeros párrafos). Lo presento en un contexto intertextual (la lectura del cuento "El traje nuevo del emperador", cuyo protagonista "el Rey desnudo" es el alter ego del personaje, salvando diferencias contextuales. Pensé incluso en otro guiño intertextual en el nombre de la niña protagonista llamándole "Shesat", en una referencia a la diosa egipcia de la escritura y de los libros, o Calíope (diosa griega de la poesía); pero resultaban nombres extraños entre los americanos al uso.
He planteado a propósito numerosas dudas y fundadas sospechas sobre la naturaleza del "secreto" del personaje. Son intencionadas pero espero haber conseguido mantener la intriga hasta el final donde se desvela el misterio que, efectivamente es extraordinario, pero mucho más amable de lo que quizás algunos podrían haberse imaginado.
En la vida real, Jhon Coroman, ha aceptado y superado su problema y se dedica a dar conferencias y colaborar con fundaciones que trabajan con personas como él. Pensé en poner una especie de epílogo relejando este punto, pero me faltaba espacio. Por otro lado, el texto tiene un final adecuado cortándolo en este punto. Que cada cual imagine el resto.