Tiene Palomares del Campo, para ser un pueblo que desterró hace tiempo a la mayoría de los árboles de su casco urbano, una encina singular en sus alrededores. Este árbol portentoso se encuentra a unos dos kilómetros del pueblo, por el Camino de las Pilillas, desviándose después por un camino menor entre olivos a la izquierda al llegar al pasaje de Los Cotos. Medio kilómetro después el verde oscuro de la gran masa arbórea destaca entre entre el pálido verde de los olivos que, como liliputienses, rodean su gigantesco perfil.
Cuando penetras en su umbría buscando el grueso tronco dividido calculas, a ojo, unos cuarenta metros de diámetro en la copa. Bajo ese paraguas vegetal bien podrían cobijarse del ardiente sol de la Alcarria Conquense varios rebaños de ovejas. Más de 1500 metros cuadrados de materia vegetal aportadas por el gigantesco ejemplar enriquecen el suelo.
Es difícil explicar con palabras la contundencia forestal de este árbol portentoso. Uno no acierta a encontrar palabras que describan este gigante vegetal que se iza desde sus pilares leñosos que se dividen ya a partir del mismo suelo. Luego, una profusa arborescencia, ordenadamente caótica, cubre de hojas duras y coriáceas la cúpula vegetal que envuelve la umbría bajo su copa.
Las gruesas ramas, duros brazos de gigante que despierta del sueño de la tierra; se vuelven, alzadas, para adorar el sol que aparece en el horizonte. Unos chiquillos han amontonado algunas piedras junto a su base. Apoyado en ellas asciendo hasta la bifurcación de ese tronco poderoso. Allí, recostado contra las gruesas ramas dedico unos minutos a sentir la fuerza de su aura vegetal. Paseo la mirada, tronco arriba, hasta llegar al profuso ramaje que se despliega hacia el cielo.
Siento su poder sentado a horcajadas sobre una gruesa horquilla vegetal, tan gruesa como la montura de una caballo. Su poderoso tronco leñoso me traspasa su energía vital. Siento el flujo de la vida en esa bifurcación de sus sabias que fluye a torrentes por cientos de litros entre sus entrañas de celulosa. Paso mi mano sobre la áspera corteza que me acoge , reclinado, en la lanzadera infinita de los sueños.
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