domingo, 18 de noviembre de 2018

La verdadera historia de la cigarra y la hormiga




La vieja cigarra se dejó caer, agotada, sobre una hoja abarquillada, su sillón favorito. La pequeña ninfa le escuchaba con atención.

– Escucha, querida. Te contaré mi verdadera historia para que sepas de primera mano y de fuente fidedigna los entresijos de ese cuento que los humanos llaman fábula y que cuentan a sus hijos con intención de educarlos en la moralidad y la sabiduría. Como verás no es más que una sarta de mentiras a cual más cruel que planta en el fondo de sus tiernos corazones la semilla de la avaricia y la crueldad. Pronto vas a enterrarte en el suelo y vivirás allí abajo, sujeta a las raíces que te alimentarán durante diecisiete años. Tendrás tiempo suficiente para meditar en lo que voy a contarte. Cuando pasado ese tiempo subas por el pozo que escavarás para salir de allí, realizarás la muda y te conviertas en cigarra adulta; entonces, por lo menos, sabrás a qué atenerte.

Ocurrió a principio del verano. Me encontraba subido en la rama de un olivo bien asoleado descansando un momento del duro trabajo de agujerear con la pequeña lanza de mi boca la corteza para acceder a la savia de árbol. La verdad es que después de sorber con mi trompa aquel zumo delicioso me apetecía relajarme cantando un poco. Ya sabes que soy tu padre y aquí empieza el primer equívoco de este cuento. Los humanos no saben distinguir machos y hembras en absoluto. Solo nosotros, los machos, cantamos y lo hacemos para enamorar a nuestras novias, como yo hice con tu madre. Entonces acertó a pasar por allí la hormiga. La miserable se las daba de hacendosa transportando granitos de trigo camino del hormiguero. Me encontró tomando el dulce refresco y con envidia me pidió un poco alegando que estaba sudorosa y, en pleno verano, solo nosotras las cigarras tenemos acceso al escondido grifo de líquido de los árboles. No me importó hacerle un hueco para que pudiera sorber las gotitas que quedaban en el borde de mi agujero. Pero no te creas que me dio las gracias, por el contrario me preguntó con un deje de malicia: 


– ¿Tú no guardas comida para el invierno?
– No lo necesito, te lo aseguro –le respondí asombrado. 

Me parece que no entendió la respuesta, pues vi se alejaba pensativa mientras sonreía con aire malévolo.

Continuó acarreando trigo y la siguiente vez que pasó a mi lado ni siquiera me pidió permiso, fue directamente a apropiarse del zumo que trabajosamente yo recolectaba. Todavía volvió otra vez más, y en esta ocasión, acompañada de una docena de compañeras del hormiguero que comenzaron a morderme las patas y subir por mi abdomen haciéndome cosquillas para que me apartara. Enojado, acabé por marcharme de allí no sin antes orinar en el agujero.

Instalado de nuevo en otra rama vino la comitiva de hormigas, decepcionadas por haber echado a perder su botín. Mi vieja conocida me interpeló: 


– Ya no tienes comida. ¿Qué harás en el invierno? Morirás de hambre... Mira nosotros tenemos un montón de trigo en el hormiguero. Podemos darte un poco para que sobrevivas, pero has de prometer que el verano que viene te lo pasarás escavando grifos de sabia en los árboles para nosotras. ¡Todo el verano! 

No respondí. Se quedaron un rato esperando que les suplicara, que les implorara por un poco de su comida. ¡Qué estúpidas! No saben nada de nosotros. Quizás ellas también se crean ese horrible cuento de los humanos sobre las cigarras. ¡Pero si no soportamos los granos; nos producen un terrible dolor de estómago!

Mi pequeña ninfa, se acaba el verano y pronto he de morir. Ya ves, ni siquiera llegamos al invierno para necesitar entones pedir comida a nadie. Es otra mentira más de ese humano llamado La Fontaine, del que pienso que no vio una cigarra en su vida. Me han dicho mis amigas que en su ciudad de residencia, París, no hay olivos y ya sabes que sin ellos no podemos vivir. 


Hace apenas unas semanas que ocurrió lo que te he contado. Desde entonces me he pasado casi todo el tiempo cantando para tu madre. Al final pasó lo que tenía que pasar y naciste tú y muchas hermanitas más. Ahora me despido, mi tiempo se acabó y empieza el tuyo. 

Recuerda, hija mía, crece bajo tierra para ser una buena y honrada cigarra. Sé dulce y alegre en la vida. No acapares, no seas avariciosa como la hormiga. No robes a los demás lo que tanto les ha costado conseguir. Celebra la música de tus alas. Ofrece tu canción al amor. Busca la verdad y no te creas las mentiras que te cuenten. Y ten mucho cuidado con las hormigas: intentan cobrar con intereses, esclavizan a todo el mundo. No hagas tratos con ellas. Perfora tus grifos de sabia lo más lejos de su territorio y no hagas caso de sus burlas, en el fondo te envidian profundamente.

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