miércoles, 17 de septiembre de 2025

100 Historias de Asco: "Las tres R"

 Durante años, en mis clases, he recurrido a las deivertidas lecturas de un pequeño libro de Úrsula Wölfel titulado "Veintiocho historias de risa".  Ursula Wölfel ​ fue una profesora y escritora alemana de literatura infantil, nacida en 1922 que tras la Segunda Guerra Mundial, estudió para maestra de primaria y se convirtió en profesora de educación especial. Ha publicado numerosas obras dedicadas a los niños desde su primer libro en 1954. Aunque tiene otros libros con estructura similar ("29 historias disparatadas", 227  Historias para tomar la sopa", "30 Historias de Tía Mila", etc) "Veintiocho historias de risa" es quizá su obra más conocida en España.

Dentro de ese libro hay una especialmente divertida y que llama mucho la atención de los pequeños, se trata de "La historia del ratón en la tienda" 



Este texto me ha servido de inspiración para iniciar esta colección de relatos relacionados con "el asco" y presentados de forma divertida. He aquí el primero de ellos.


Las tres R

Las tres R. Esas eran sus reglas: reducir, reciclar y reutilizar. Y las aplicaba a todo cuanto podía: al manejo de envases, uso de los deshechos, gestión de la basura... Los restos de comida iban a parar a un pequeño rincón de su jardín que hacía las veces de compostadora. Las mondas de patatas, pepinos, cáscaras de frutas... servían para fabricar un preciado abono que sus  plantas agradecían y las bolsas de hortaliza se convetían en envoltorios de sus comidas en la nevera, por ejemplo.

Llevaba sus acciones a extremos que alguno consideraría asquerosos: por ejemplo, reusaba los clinex empleados para aliviar la fuente de mocos de su nariz, tras permanecer en la papelera unas horas y secarse. A veces la reutilización alcanzaba varios ciclos... Incluso el papel higiénico tenía su propio circuito multiuso. 

Sabiendo que habría de dar estos pasos inevitablemente cada mañana cortaba un trozo de papel higiénico y limpiaba o secaba sus gafas, después aprovechaba para sonarse los mocos. A menudo lo reusaba después como papel secante tras orinar en la taza del wáter y, ocasionalmente, para limpiarse después el trasero tras defecar. Estaba muy orgulloso de su eficiencia en el uso de los recursos; pero un día, legañoso y con mucho sueño aún,  hizo todo al revés. Primero se limpió el trasero tras una deposición bastante fluida, la verdad; después, sin darse cuenta se sonó los mocos y a continuación secó su apéndice urinario sin percatarse de las sucesivas capas de pintura que aplicaba. Por último se limpió las gafas.

Cuando se dio cuenta se lanzó desesperado al rollo de papel higiénico. Gastó un rollo entero antes de lalvarse completamente todo el cuerpo y secarse con una toalla.